El 7 de octubre de 2022, el mundo se detuvo. En un rincón del mundo, un festival de música electrónica se transformó en un escenario de agonía y pérdida. Aquella mañana se volvió un símbolo de desolación para muchos, particularmente en Re’im, donde la fiesta se convirtió en un soporífico mar de lágrimas y recuerdos. Pero un año después, ¿cómo se vive esta experiencia? ¿Qué queda después del trauma? Este artículo explora el oscuro legado de esa fecha fatídica a la luz de los recuerdos, la resiliencia y el sentido de comunidad en medio del caos.

La música y el sonido de las sirenas

Imagínate estar en un festival: la música intensa, las luces parpadeantes, y la alegría que solo un espacio así puede otorgar. Para muchos, el festival Nova era un escape, un lugar donde dejar las preocupaciones fuera y sumergirse en una experiencia única. Pero, ¿quién podría imaginar que las vibraciones de las notas musicales serían interrumpidas por el estruendo de cohetes? ¡Eso es algo que provoca un nudo en el estómago!

Algunos miembros de la comunidad de Re’im aún recuerdan las primeras notas de música del festival, seguidas del sonido distante, pero aterrador, de las sirenas antiaéreas. Al principio, los asistentes pensaron que era parte del espectáculo. Era como si el universo les estuviera ofreciendo un giro inesperado en el guion de su noche. Sin embargo, lo que siguió fue un asalto brutal que dejó marcados a más de 390 familiares, amigos y seres queridos.

En este punto, quizás te estés preguntando, ¿cómo se puede recolectar aliento en medio del dolor? Bueno, las historias de vida aún resuenan, y nosotros tenemos que escucharlas.

Recuerdos desgarradores: las familias y sus historias

Stella, una mujer de mirada profunda y un corazón cargado de tristeza, se ha convertido en un símbolo de resistencia. Su nieto, Yonathan Mordechai, de tan solo 21 años, fue uno de los muchos que no solo asistió a la fiesta, sino que también se convirtió en una víctima del terror. «Es mi nieto, vino aquí a bailar y lo mataron. Es muy triste», la escuchamos murmurar entre lágrimas, mientras su voz se quiebra como si estuviera tocando un acorde desgarrador en una sinfonía de tragedia.

La falta de un cuerpo para llorar es un dolor que pocas personas logran comprender. Imagínate tener que lidiar con la incertidumbre de no saber qué ha pasado con alguien a quien amas. Es un Terminator emocional, donde el dolor no se detiene, y la esperanza oscila entre la negación y la aceptación. «No sé si nos van a traer sus huesos, si nos lo van a traer de vuelta», dice, con un eco que persiste en el aire. Este eco se convierte en un recordatorio de que la memoria es la única manera de mantener vivos a los que han partido.

La escena en el parque donde solía celebrarse el festival se convirtió en un improvisado altar, donde fotos, objetos personales y recuerdos flotan como sombras en el viento. Las familias ahora vienen a recordar, a llorar y a sentir que, aunque el tiempo pase, los sentimientos no se desvanecen.

La reacción de la comunidad y el duelo colectivo

La comunidad de Re’im se unió en un acto de resistencia silenciosa. Una mujer lloraba mientras sostenía un cartel con la foto de su ser querido, mostrando que, aunque la música haya parado, el amor persiste. ¿No es curioso cómo el dolor comparte la misma mesa que la celebración en la vida?

El presidente de Israel, Isaac Herzog, estuvo presente para abrazar a algunos de los parientes, pidiendo que no se olvidara el significado de este día. También se mencionó el ataque de Hamás, que dejó más de 1,200 muertos y un sinfín de historias tristes. En momentos como estos, la política parece más una película de terror que una narrativa de resolución.

Pero la vida sigue. Las familias llevaron picnics, buscando en medio del duelo un momento de normalidad. La mezcla de risas, picnic y llanto fue como una banda sonora discordante que recuerda a la vida: agridulce, caótica y a veces, extraordinariamente bella.

La sombra de Gaza y el miedo persistente

Al recordar la tragedia del festival Nova, no podemos evitar mirar hacia la Franja de Gaza, un lugar que ha sido escenario de dolor y conflicto durante años. Durante la ceremonia conmemorativa, el sonido de los bombardeos en Gaza resonaba como una sinfonía incesante de violencia. Las sirenas antiaéreas sonaban nuevamente, recordando lo frágil que es la paz.

Es un planteamiento inquietante: ¿qué es un festival de música en comparación con un bombardeo? Las vivencias de ambas partes, de los israelíes y de los gazatíes, nos confrontan con la complejidad del sufrimiento humano. En estos momentos, el dolor no tiene nacionalidad. Una madre, independientemente de su lugar, siente el mismo vacío cuando pierde a su hijo.

La comunidad internacional, a su vez, ha tenido sus ojos puestos en la situación. El fiscal general de la Corte Penal Internacional ha mencionado la posible necesidad de juicios contra figuras políticas destacadas, como el primer ministro Benjamin Netanyahu y el ministro de Defensa Yoav Gallant, lo que añade un nivel de tensión a una situación ya de por sí complicada. La búsqueda de justicia es un hilo invisible que une a los que han sufrido, y ese hilo se tensa aún más en tiempos de guerra.

Reflexiones finales: hacia la sanación

El festival Nova se ha transformado en un símbolo de lo que perdimos, pero también de lo que aún queda por delante. Es un claro recordatorio de que en medio de la tragedia, hay un lugar para la esperanza y la renovación. Las cicatrices no se curan de la noche a la mañana, pero los recuerdos compartidos pueden ser el bálsamo necesario para continuar.

A medida que seguimos adelante, es imperativo que nos preguntemos: ¿qué podemos hacer como sociedad para aprender de esta tragedia? Más allá del lamento y la resignación, debemos buscar espacios para la empatía y la unidad. La violencia no es la respuesta y, a través de esta crónica, las voces de los que han sufrido deben recordarnos en cada paso que tomamos hacia el futuro.

Por último, y lo más importante, cuidemos los recuerdos. Son ellos los que nos guían en un mundo que a menudo parece caótico. Aunque la música en el festival Nova se haya detenido, los recuerdos de los que allí estuvieron jamás dejarán de sonar en nuestros corazones.


Este viaje emocional es un recordatorio de que la vida es frágil y valiosa; es un llamado a la acción para buscar la paz, incluso en el corazón de la tormenta. ¿Cómo podemos, como comunidad mundial, ayudar a sanar estas cicatrices? Esa es la pregunta que deberíamos llevar con nosotros mientras cruzamos el umbral hacia un nuevo mañana.