El 7 de octubre de 2023, tomó lugar uno de esos días que nos hacen preguntarnos cómo la historia puede repetirse de formas devastadoras. Recuerdo la primera vez que escuché sobre el conflicto entre Israel y Palestina, era solo un niño en la escuela, rodeado de compañeritos que no tenían idea de lo que sucedía al otro lado del mundo. Hoy, algunos años más tarde, soy capaz de comprender un poco más de esa compleja realidad. Pero lo que nunca deja de impresionarme es la forma en que, una y otra vez, la violencia surge entre dos pueblos que merecen vivir en paz. ¿Cómo hemos llegado a esto?
Hoy, un año después del ataque de Hamás contra Israel, la situación sigue siendo desoladora. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, hizo un llamado a recordar lo sucedido y lamentar las pérdidas humanas. Según informes, más de 1.200 israelíes y ciudadanos de otras nacionalidades perdieron la vida ese día, mientras que en Gaza, las cifras marcan la muerte de aproximadamente 42,000 palestinos, de los cuales 17,000 eran niños. La pregunta sigue siendo: ¿cuánto más tendrá que sufrir la humanidad antes de encontrar una solución?
Una mirada a las declaraciones de Biden
En su mensaje, Biden subrayó el compromiso continuo de su administración con la seguridad de Israel y el pueblo judío. Mencionó las amenazas que enfrentan, no solo de Hamás, sino también de otros actores como Hizbulá, Irán y los hutíes. Sin embargo, me hizo reflexionar sobre la naturaleza de su apoyo. Al parecer, la palabra “paz” no figuraba en su vocabulario, algo que, honestamente, encuentro inquietante. ¿Cómo es posible que mientras se aprecia el lado de la seguridad, se ignore la sufrimiento de tantas personas del otro lado?
Biden también hizo una leve alusión al costo humano que ha traído este conflicto post-ataque. Dijo: “Demasiados civiles han sufrido demasiado durante este año de conflicto…” y, aunque aprecio su sinceridad, me pregunto: ¿no es hora de que los líderes mundiales se planten y digan la verdad de manera más contundente? Está claro que se están violando derechos humanos de forma alarmante, y me entristece que pocos se atrevan a hablar de ello abiertamente.
La ayuda militar incesante a Israel
Lo que también llama la atención es la cantidad de 17,900 millones de dólares en ayuda militar que EE.UU. ha proporcionado a Israel, superando cualquier cifra de años anteriores. ¿No es esto un verdadero dilema moral? Aquí está EE.UU., reforzando su aliado mientras amortigua las voces de millones que claman por paz y justicia. Desde la perspectiva de un niño que creció viendo películas de superhéroes, me resulta un poco irónico que la misma nación que presume de ser el defensor de los derechos humanos parece, en muchos casos, usar su poder para perpetuar la violencia.
Un dato interesante es que los detalles de esta ayuda militar son, en este momento, un misterio. La Brown University’s Costs of War Project ha mencionado que no ha podido obtener información completa sobre lo que EE.UU. ha enviado a Israel desde octubre del año anterior. ¿Por qué esta falta de transparencia? ¿Tal vez porque podríamos divertirnos un poco demasiado preguntándoles a nuestros líderes sobre su ética y responsabilidad?
Una perspectiva sobre la ocupación
No podemos olvidar que este conflicto no es algo que surgió de la nada; lleva más de medio siglo en el rincón oscuro de las relaciones internacionales. La Corte Internacional de Justicia ha declarado que la ocupación de Israel en territorios palestinos es ilegal. Sin embargo, ¿escuchamos a los líderes políticos pronunciar palabras sobre el respeto por el derecho internacional? No, en su lugar, susurran condescendencias sobre el derecho a la defensa. Aquí es donde el humor negro entra en juego: la “defensa” de un país que parece hacer caso omiso al sufrimiento humano.
¿Qué pasaría si un día dejáramos de buscar bandos? Si pudieran surcar los cielos de la diplomacia en lugar de la guerra, ¿no sería maravilloso? Pero aquí estamos, un año después, observando cómo se reanuda el ciclo de violencia.
La voz del pueblo
Por supuesto, no podemos limitarnos a las declaraciones políticas. Las historias de seres humanos, de mujeres, hombres y niños que simplemente quieren una vida adecuada, también merecen ser contadas. Vivo en una ciudad donde varias comunidades árabes e israelíes conviven en relativa paz, y he hecho amigos de ambas culturas. Es un recordatorio constante de que la humanidad sobrepasa la política. Estos amigos me hablan sobre sus deseos de paz, de entendimiento y de vida.
A veces, en medio de nuestra pesada rutina diaria, me da la impresión de que olvidamos que cada número en esos datos es un ser humano real. Cada cifra de los muertos es un padre, un hijo, un amigo. A menudo me encuentro en charlas con amigos sobre este conflicto, y no puedo evitar sentir un dolor inmenso por ambas partes. Cuando hablo de ello, a menudo surge la pregunta: ¿qué pueden hacer los ciudadanos de a pie? La respuesta suele ser variada, pero hay un consenso: la empatía y la educación son clave.
Las redes sociales como plataforma de esperanza
En la era de las redes sociales, muchos jóvenes y activistas están utilizando estas plataformas para hablar sobre la paz en la región. He visto historias conmovedoras de personas que intentan unir a comunidades separadas. Estas iniciativas son un rayo de esperanza en un mundo donde los políticos, en lugar de ser líderes, parecen ser más bien gladiadores en una lucha eterna. En una de estas iniciativas, vi un video de una joven palestina y un israelí que se unieron para cocinar juntos. Me reí un poco, porque a veces parece que un plato de shakshuka puede lograr lo que años de negociaciones no han podido: unir a la gente en un espacio seguro y compartido.
Consideraciones finales
Al mirar hacia el futuro, el camino parece espinoso y complejo. El próximo año sigue siendo incierto, y mientras los líderes del mundo se reafirman en sus posiciones inamovibles, la gente común sigue padeciendo las consecuencias. Anhelo un mundo donde los políticos se atrevan a ser humanos, donde escuchen las historias de los de abajo y se comprometan a crear soluciones de fondo.
En la medida en que continúa este conflicto, mi esperanza es que sigamos haciendo preguntas retóricas, no solo porque es nuestro derecho como ciudadanos, sino porque puede llevar a una revelación. En última instancia, todos merecemos vivir en un mundo que fomente el amor y la paz por encima del odio y la violencia. ¿A dónde iremos desde aquí? Tal vez, con un poco más de diálogo y mucho menos armamento, podamos encontrar ese camino en algún momento.
Así que aquí estamos, un año después, enfrentando las duras verdades de este conflicto. Mientras tanto, no perdamos nunca la empatía, y ayudemos a construir puentes en vez de muros. ¿Quién está conmigo?