La tarde del 29 de octubre se presentó con un cielo gris cargado de nubes que parecían querer desbordarse. Como suele suceder, uno se toma las cosas a la ligera, ¿cierto? ¡Puedo imaginar la conversación típica en la casa de mamá! «Mira, una gota fría, no te preocupes, hijo». Pero esa tarde, algo no solamente se presagiaba; sucedía la tormenta perfecta. Y así, comenzó una serie de acontecimientos que cambiaron mi perspectiva sobre las tormentas y la comunicación en tiempos de crisis. Te contaré un poco sobre lo que ocurrió, así que ponte cómodo y toma algo para beber, que esto va para largo.
Un teléfono que sonó en medio de la tormenta
«Son las 21.15 y estoy hablando con mi hermano», comenzó una conversación que rápidamente tomó un giro inesperado. Mi hermano, que vive fuera de España, manifestaba preocupación. Así que decidí ser valiente (o talvez un poco imprudente) y decirle que estábamos bien, pese a que el río Magro desbordara como si tuviera un vendaval por dentro. Entre risas, le comenté que habíamos tenido que achicar agua del garaje. La situación, en realidad, no era tan graciosa.
El clima estaba tan loco que ni la defensa civil pudo prever la magnitud de lo que nos esperaba. Las casas de Utiel estaban inundadas hasta el primer piso, y, aunque mi yaya, esa mujer sabia, había vivido más tormentas que yo había tenido años, la preocupación comenzaba a hacer mella.
La sorpresa de un mensaje de alerta
Mientras trataba de tranquilizar a mi hermano, un aviso estruendoso de alerta llegó a mi móvil. “Llegó un poco tarde”, le dije con una risa nerviosa. Nos estábamos riendo de la clareza que a veces tienen los organismos de emergencia. Pensé: ¿cuánta información puede recolectar un grupo de WhatsApp de vecinos en medio de un desastre? Demasiada, como pronto descubriríamos.
Cortes de luz y preocupaciones con la cobertura
Cada vez que entraba a la cocina para sacar unas galletas (la comida reconforta, no lo olvides), advertía en voz alta lo fácil que era perder la luz en un día como ese. Y, efectivamente, en cuestión de minutos, ya habían cortado la luz cuatro veces. Menos mal que soy periodista y algo de previsión tenía. Aún así, no podía dejar de pensar: ¿qué tan mal estaba todo para que las antenas de telefonía cayeran como fichas de dominó?
Sin conexión de teléfono y con el WiFi que desapareció, me sentí como si hubiera sido atrapada en un episodio de «Héroes». Pero mis superpoderes tecnológicos no eran suficientes para comunicarme con el mundo exterior. Entonces recordé algo que había escuchado: “En emergencias, nunca olvides la radio”. Y lo hice: una pequeña radio que tenía olvidada en un armario se convirtió en nuestro salvavidas.
La magia de la radio: ¿en un mundo sin conexión?
Piensa por un momento en un día común. Todos llevamos nuestros teléfonos, y conversar con un amigo es tan simple como pulsar un botón. Pero, ¡ay de mí! Durante esos días, la radio se convirtió en nuestra ventana al mundo. La cadena comarcal hablaba en valenciano (en un momento tan tenso, calculé que tú y yo, que nos entendemos, hubiéramos tenido algunas dificultades), mientras la otra radio, Kiss FM, nos daba actualizaciones sobre los acontecimientos en la zona. Allí oímos sobre desastres, sobre gente desaparecida. ¿Quién iba a imaginar que cambiaría una y otra vez el significado de ‘conectado’?
El impacto emocional de una emergencia
Cuando la mañana del 30 de octubre llegó, la preocupación de no haber dormido bien se mezclaba con el miedo de no saber nada sobre mis seres queridos. Miré mi móvil, esperando que al menos un mensaje se colara en la red, y ¡sorpresa! Un mensaje de alerta en mi pantalla que instaba a no salir de casa. Me sentí como si los dioses del clima se hubieran puesto de acuerdo para jugar con nuestras emociones.
Caminamos un poco por el pueblo, y al salir, notamos mendigos solitarios en la carretera, y, aunque yo sabía que no estaba bien, supe que muchos también estaban asustados, con miedo de estar incomunicados y sin respuestas. La mayoría de los vecinos, al igual que yo, desconocían el paradero de sus familiares. Fue un golpe duro, más duro aún que la lluvia que seguía cayendo.
La lucha por el bienestar
Y así, mientras la lluvia seguía cayendo incesantemente, las horas pasaban y nuestra vida transcurría con la misma monotonía de los días cuya rutina ya había sido destruida. La desesperación era palpable en cada rincón. Todo lo que alguna vez conocimos como ‘normal’ se había desvanecido. Al final del día, regresamos a nuestra casa, esperando que una taza de café caliente calmaría el desasosiego que trajo el clima.
Nos dirigimos a un supermercado, y lo que encontramos fue una imagen similar a la de «La hora de la verdad» del año 2020: estantes vacíos y un ambiente tenso, como si la naturaleza hubiera revelado todo su caos.
Cuando un mensaje de texto se vuelve un salvador
Recordando todo esto, quizás deberíamos considerar que la comunicación es crucial en tiempos de desastre. Un simple mensaje de texto puede marcar la diferencia entre el miedo y la paz. Así, mientras la noche avanzaba, trataba de enviar mensajes a amigos y familiares, en medio de un mar de incertidumbre, despidiéndome de cualquier idea de seguridad.
Al final, nuestro pequeño cerro se convirtió en un punto de encuentro; allí recuperé señal con el móvil y, por fin, conectado a la realidad, una avalancha de mensajes llegó desde todas partes. Mis amigos, preocupados por mi seguridad, estallaban con inquietud. “¿Estás bien?”, “¿Sabes algo de tu familia?”. Aunque la atmósfera era tensa, ese momento de conexión, aunque breve, me llenó el corazón.
Reflexiones finales: fortaleza y esperanza
Al final, la DANA que azotó Valencia no solo dejó un paisaje devastado, también nos brindó la oportunidad de aprender a valorar la comunicación de manera más profunda. Las redes sociales, por más que las consideremos superficiales, se convirtieron en nuestro canal de rescate. Y al igual que la valiente UME (Unidad Militar de Emergencias) que apareció en los momentos más críticos, el pueblo de Valencia mostró fuerza y unidad ante la adversidad.
Aunque la impresión de lo vivido ha dejado marcas, me siento agradecida. Por un lado, aprendí que, en tiempos de calamidad, broncas de lluvia pueden llegar a ser un halo de esperanza, y la unión es fundamental para recuperar lo que el clima se llevó.
Hoy en día, cada vez que veo una alerta meteorológica, me sonrío con un toque de ironía. Cambié el “no va a pasar nada” por un “tal vez deberíamos estar preparados”. Así que, para todos mis amigos que trabajan lejos, que invierten su energía fuera de casa, y a quienes cada día traen un poco de luz a mi vida: ¡estén atentos! Saldremos adelante, como lo hicimos aquella tempestuosa noche, con el viento soplando en contra y el corazón latiendo con fuerza. A veces, en su forma más cruel, la naturaleza también enseñó a muchos de nosotros el valor de la solidaridad.
Y nunca subestimen la importancia de una buena radio en casa. ¡Sobre todo en tiempos de tormenta!