Hoy, quiero hablarte de un fenómeno que he estado observando últimamente: la forma en que las redes sociales han transformado nuestras relaciones y, por ende, nuestras despedidas. ¿Te has encontrado alguna vez en una situación íntima y extraña como la de un viejo amante que te pregunta por qué dejaste de seguirle en Instagram? A mí me ha pasado. Y, la verdad, no tenía una respuesta clara. A veces, dejar de seguir a alguien es tan sencillo como perder el interés, pero, al mismo tiempo, parece que en esta era digital, cada acción se ha vuelto un evento. Así que, hablemos de este enrevesado asunto de las conexiones humanas en tiempos de scroll infinito.
La efímera naturaleza de las relaciones actuales
Vivimos en una sociedad individualista que constantemente nos empuja a crear nuevos lazos, a seguir nuevas vidas, pero que al mismo tiempo, nos deja incapaces de cerrar ciclos. ¡Quién diría que las redes sociales servirían como un eterno ciclo de encuentros y despedidas! Te cuento un pequeño secreto: al principio, cuando Instagram era la red más cool de todas, me llenaba de emoción seguir a cada nueva persona que conocía. Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que seguía a un montón de personas cuya vida me importaba un bledo. Entonces, poco a poco, el ritual de seguir y dejar de seguir se convirtió en parte de mi rutina digital.
Pero no somos solo yo y tú, ¿verdad? La sensación de aparentar que todo está bien mientras vemos las fotos de vacaciones de un ex, o la de la familia feliz de alguien a quien apenas conocimos, se ha vuelto un tono de gris en nuestra vida emocional. Y cuando el momento llega de hacer una limpieza virtual, ¿realmente piensas en la persona que dejas atrás? Para nada. Insertemos un poco de humor aquí: dejar de seguir a alguien puede sentirse como el típico “Ya no somos amigos, ahora somos ex-amigos”, pero sin el drama ni las lágrimas.
¿Por qué nos cuesta tanto decir adiós?
Los estudios psicológicos, siempre tan iluminadores, nos muestran que esto no es solo un problema de etiqueta moderna. El psicólogo Bruno Martínez nos recuerda que en nuestra cabeza hay un tirano que nos hace pensar que las relaciones deben durar para siempre; como si cada conexión fuese un compromiso a largo plazo. Eso es un desgaste mental impresionante, si me preguntas.
Es verdad, crear la idea de que las relaciones deben tener un desenlace glorioso, resulta una carga pesada. Ah, cuántas veces he acabado en conversaciones que se sienten como un combustión espontánea de palabras vacías. ¿No te ha pasado? Mencionas cosas triviales y de pronto te distraes con la luz de tu teléfono, recibiendo un mensaje que ni necesitas. Al final, ¿tanto empeño para qué? Si las relaciones pueden ser contadas como la vida de una mariposa: brevísimas y hermosas, pero no necesariamente para todo el siempre.
Cuando el ghosting se convierte en un arte
Hablando de despedidas, el término “ghosting” se ha colado en nuestro léxico diario como un verdadero amigo oscilante que siempre llega de visita cuando menos lo esperas. Es fascinante cómo, ahora, es más fácil desaparecer que tener una conversación difícil. Recuerdo una vez que cometí el error de “ghostear” a un amigo. No era mi intención, pero simplemente dejé de responder. Al final, se convirtió en un lamento de ambos lados y, en lugar de aclarar las cosas, sólo añoré lo que fue esa amistad.
Según el antropólogo Robin Dunbar, él considera cada tipo de relación —amorosa o de amistad— como una categoría equivalente. Entonces, si nos quedamos parados en lo que era, ¿podemos llorar por algo que ya no existe? Y entre tanto «dejar en visto», es vital preguntarnos: ¿Es normal que se normalice dejar a alguien sin una respuesta?
La dificultad que plantean las redes sociales y sus interfaces
Esto me lleva a pensar en cómo la tecnología, que debería facilitarnos la vida, en ocasiones parece sabotearnos. El filósofo Éric Sadin tiene una opinión muy clara sobre este punto: nuestras constantes interacciones a través de las plataformas digitales han llevado a un aislamiento no deseado. Nos conectamos, pero al mismo tiempo, nos olvidamos del valor de lo presencial y emocional.
¿Te has dado cuenta de cómo, cuando escribes un mensaje en WhatsApp, esperas desesperadamente a que esa personita se ilumine en «modo en línea»? Y cuando no lo hace, comienzas a rumiar en la eternidad del ‘doble check azul’. El horror. En esencia, pasamos más tiempo pendientes de la disponibilidad del otro que de realmente comunicarnos. ¡Es una auténtica montaña rusa de ansiedad!
Además, el desgaste emocional relacionado con el duelo de una relación se ve intensificado, pues, con un solo clic, tenemos acceso al “vivo retrato” de la vida del otro post-ruptura. Y eso puede matar cualquier intento de pasar página. Cada historia publicada se asemeja a un recordatorio de lo que éramos y lo que ya no somos.
La necesidad de crear límites saludables
Jugar con lo público y privado se ha convertido en un acto complejo. Carlos Scolari señala un interesante dilema: al estar constantemente “conectados”, nos olvidamos de que también necesitamos desconectarnos. Pregúntate, ¿es saludable ver cada aspecto de la vida de tu ex pareja? En mi experiencia, tomarse un respiro (virtual o físico) es a veces lo mejor que podemos hacer. Permítete vivir sin la presión de constantemente saber cómo es la vida del otro. Es casi como tener una relación a distancia… pero sin la distancia.
Los límites en las redes sociales son vitales y es fundamental recordar que no debemos permanecer conectados solo por miedo a perder algo. A veces, se hace necesario eliminar a aquellas personas que ya no resuenan con quien somos, aun si significa un difícil adiós. La vida se trata de calidad, no de cantidad, y crear espacios de intimidad es crucial. Deberíamos poder compartir y conectar sin una audiencia constante y sin la presión del “deber ser”.
¿Nos estamos olvidando de cómo comunicar efectivamente?
En esta era de la confesión permanente, donde se espera que contemos nuestras vidas en cápsulas de 280 caracteres o en un par de diapositivas de Instagram, nos estamos olvidando de cómo tener esas conversaciones difíciles y sinceras. Como dice Scolari sobre la «última palabra», parece ser que el miedo a decir adiós no está solo relacionado con lo que sentimos por la otra persona, sino también con la presión social que estamos constantemente sintiendo.
¡Cuántas veces hemos ofrecido excusas para no tener esa charla incómoda! Las conversaciones son herramientas que pueden resultar liberadoras, pero al mismo tiempo aterradoras. Debido a esta nueva cultura de la superficialidad, me pregunto si estamos incluso perdiendo la capacidad de base para acercarnos a las personas de manera honesta.
Honestamente, no se trata de ser brutalmente sinceros, pero el poder de la comunicación clara es vital para evitar malentendidos. La próxima vez que te encuentres en una situación incómoda, recuerda que una palabra amable o incluso la sinceridad breve pueden marcar la diferencia.
Reflexiones finales: ¿cómo podemos aprender a decir adiós?
Después de explorar todo esto, he llegado a una conclusión: despedirse ya no debería ser un tabú. Aprender a cerrar ciclos es tan esencial como abrir nuevos capítulos en nuestros días. Tal vez no se trate de rupturas definitivas, sino de cambios necesarios. Las redes sociales son el espejo de nuestras interacciones modernas, y aunque podemos estar siempre en contacto, eso no significa que deberíamos estarlo.
La pregunta clave es: ¿Podemos aprender a decir adiós y a soltar sin dejar un rastro de dolor? Y, si te soy sincero, creo que la respuesta está en nuestra capacidad de estar presentes y ser sinceros con nosotros mismos y con los demás. Así que la próxima vez que consideres decir “adiós” a una relación que ya no te nutre, recuerda que no se trata de un “fracaso”, sino de una evolución personal. Y, claro, ¡si todo falla, siempre puedes optar por dejar de seguir en redes sociales y dedicarte a disfrutar de la vida sin filtros!
¡Hasta la próxima, espero que encuentres el valor para seguir tus propias conexiones reales y sanas!