El 27 de enero de cada año, se conmemora el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Esta fecha no solo representa el fin de una de las mayores barbaridades de la historia, cuando en 1945 se liberó el campo de concentración nazi Auschwitz-Birkenau, sino que también nos invita a reflexionar sobre la resiliencia humana y el valor de la memoria. Es un recordatorio de que no debemos olvidar el pasado, porque en el olvido, las lecciones aprendidas pueden desvanecerse.

Pero, ¿qué significa realmente recordar? ¿Es suficiente con una ceremonia o una publicación en redes sociales? A veces pienso en esto mientras sostengo un libro que habla sobre el Holocausto. Recientemente, el nombre de Zvi Wszlamowicz resonó en varios actos conmemorativos, particularmente después de su emotiva participación en un homenaje en Zaragoza. Su historia es un hilo que conecta la tragedia con la esperanza, y hoy quiero adentrarme en sus vivencias y en lo que estas nos enseñan sobre el sufrimiento y la superación.

¿Qué pasó realmente en Auschwitz?

Auschwitz-Birkenau no fue solo un campo de concentración; fue un símbolo de la crueldad humana. Durante la Segunda Guerra Mundial, millones de personas perdieron la vida en este lugar y en muchos otros, bajo el régimen nazi. Los relatos de aquellos que sobrevivieron son fundamentales, no solo para entender lo que sucedió, sino para garantizar que estas atrocidades nunca se repitan.

La historia de Zvi inicia en 1942, en medio de la ocupación nazi de Bélgica. Solo tenía cinco meses cuando fue separado de su familia. Imagina eso: un bebé en un mundo que gira armando un rompecabezas de terror y desolación. Esta separación fue el resultado de decisiones desgarradoras; sus padres, desesperados por protegerle, decidieron entregarlo a una familia que colabora con la resistencia. Es un acto de amor que, en circunstancias normales, podría definirse como impensado.

Zvi fue uno de los muchos que no perdieron la vida, pero que sufrieron la pérdida de sus seres queridos. Su madre y su tía fueron arrestadas y llevadas a Auschwitz, donde fueron ejecutadas. Esa es la cruel realidad; muchas familias fueron destruidas de la misma forma, y muchos nunca tuvieron la oportunidad ni de conocer sus raíces.

El poder del amor y la familia

El día que se liberaron los campos, Zvi tenía tan solo tres años. Imagina que, a esa edad, ya habías vivido un trauma que muchos no podrían soportar siquiera en sus años de adultez. ¿Cómo se enfrenta un niño a la pérdida de su madre, a la desesperanza de un padre encarcelado?

Zvi fue encontrado y, tras la guerra, fue a vivir a Bolivia y luego a Brasil. Tal vez muchos piensen que estos lugares son lejanos al horror que vivió, pero el dolor es universal. Creció y tuvo una familia, pero siempre mantuvo contacto con sus salvadores, la familia De Bie, quienes arriesgaron sus propias vidas. ¿No es eso un recordatorio de que, a pesar de toda la deshumanización, siempre hay destellos de humanidad?

El amor trasciende lenguas y fronteras. La historia de Zvi no es solo sobre la pérdida, sino sobre las conexiones humanas que nos salvan de la oscuridad. Reflexionando sobre esto, me doy cuenta de cuán a menudo tomamos la vida y nuestras relaciones por sentadas. La historia de Zvi me hizo sentir que cada momento compartido es un tesoro.

La importancia de contar la historia

Cuando Zvi Wszlamowicz se presenta y dice “Soy una víctima de Auschwitz”, no solo se refiere a su experiencia. Su historia es la de muchos, una narración que necesita ser compartida, desentrañada y entendida. En un momento en que discursos de odio encajan en las redes sociales y proliferan teorías de conspiración, escuchar y aprender de las historias de los sobrevivientes es más importante que nunca.

Él mismo lo indica: ¿cómo se vive con la ausencia de un ser querido que nunca se conoció? Imagina crecer con el único conocimiento de que tu madre fue asesinada en una cámara de gas. ¿Cuántos de nosotros tendríamos la fortaleza o el deseo de compartir un relato tan desgarrador? Esta honestidad en su historia es lo que nos afecta y nos invita a la reflexión.

Zvi no se ve a sí mismo como un héroe. Al contrario, destaca que su hermana fue quien tuvo que experimentar el horror. Ella presenció la injusticia en su forma más cruel. Este acto de humildad es admirable, y quizás, solo quizás, es una lección que muchos de nosotros deberíamos aprender. La verdadera valentía a menudo reside en la vulnerabilidad.

Humildad y resiliencia frente al horror

A través de sus palabras en Zaragoza, Zvi desnudó su alma. La historia de supervivencia no es solo sobre resistir; es también sobre el acto de recordar y mantener viva la memoria. Sostener el recuerdo es crucial, incluso para aquellos que no están directamente conectados con el Holocausto. Pero, ¿podemos realmente comprender el dolor de alguien que vivió esa experiencia?

La respuesta es compleja. No podemos conocer su sufrimiento, pero podemos empatizar con él. Podemos tratar de entender a través de relatos, documentales y literatura. Las anécdotas personales, como la de Zvi, nos acercan a lo inimaginable. Nos hacen cuestionar y entender el valor de la vida y cómo simple hecho de estar vivo es un regalo.

Un futuro sin olvido

Como sociedad, debemos comprometernos a no olvidar. Las atrocidades del pasado no deben ser solo páginas de un libro. Cada año, durante el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, debemos recordar no solo la violencia que se vivió en los campos de concentración, sino también el espíritu de lucha de aquellos que sobrenadaron en medio de la tormenta.

Más allá de recordar, debemos educar a las futuras generaciones. Debemos crear un espacio para que las historias como la de Zvi sean contadas y escuchadas. Nunca sabemos a quién se tocará, a quién se inspirará o a quién le mostrará que el amor y la humanidad siempre prevalecen, incluso en los tiempos más oscuros.

Recuerdo una conversación con un amigo. Estábamos debatiendo sobre el valor de las historias y cómo han dado forma a nuestras identidades. Le dije: «Tal vez la historia no se repita, pero sus ecos resuenan a lo largo de los años». Esa conversación me ha quedado grabada, especialmente en un día como hoy.

Conclusión

Recordar el Holocausto no es solo una cuestión de conmemorar a las víctimas, sino también un ejercicio de humanidad y autoridad moral. La historia de Zvi Wszlamowicz y de tantos como él debe ser escuchada, y su mensaje debe ser compartido. Es un recordatorio de que la vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos y que la memoria es un puente que nos unen a las generaciones pasadas.

Si hoy tenemos la oportunidad de contar estas historias, debemos hacerlo. Porque en cada recuerdo reside la esperanza de un mundo donde el amor y la compasión reemplacen al odio y la indiferencia. No olvidemos que estamos aquí para recordar, para aprender y, sobre todo, para no repetir la historia.

Así que no dejemos que estos relatos se desvanecen en el aire. Seamos la voz que grita por justicia, que recuerda y que, con cada relato, añade un ladrillo a la construcción de un futuro mejor. Al final del día, la memoria es nuestro legado y la mejor herramienta que tenemos para forjar un camino donde el sufrimiento del pasado nos guíe hacia la esperanza del futuro.