La vida parece estar llena de promesas. Desde pequeñas promesas cotidianas como «te prometo que sacaré la basura» hasta las grandiosas promesas políticas que, a menudo, no solo involucran a individuos, sino que pretenden transformar el destino de las naciones. Como sugeriría un filósofo, las promesas son tanto un reflejo de nuestra esperanza como un espejo de nuestras decepciones. A raíz de un evento reciente en el que se abordó este tema, me he visto envuelto en mis propios recuerdos sobre la naturaleza de las promesas. En este artículo, exploraremos el fascinante mundo de las promesas incumplidas, analizando cómo esta cuestión trasciende fronteras culturales y sociales.

La conversación sobre promesas y su incumplimiento en el Festival de las Ideas

Recientemente, tuve el privilegio de asistir a un evento organizado por el Festival de las Ideas en Madrid. El ambiente era electrizante, lleno de intercambios vibrantes entre pensadores y ciudadanos apasionados. La discusión principal giró en torno a las promesas, moderada por el director y fundador de elDiario.es, Ignacio Escolar, y la filósofa Marina Garcés. Aunque el evento fue trasladado a la Sala de las Columnas del Círculo de Bellas Artes debido a la lluvia, esta «muda» de escenario no logró empañar el intercambio de ideas.

Garcés propuso algo interesante: que existe un “lenguaje público de la promesa” que prácticamente está diseñado para no cumplirse. Esto me recordó a una experiencia personal: cuando era niño, mi padre solía prometerme que me llevaría a la Disneylandia. En cada cumpleaños y en cada Navidad era «Para la próxima, te prometo que vamos a Disneylandia». Spoiler: nunca fui. No obstante, en vez de resentimiento, solo me quedó un anhelo profundo de lo que podría haber sido.

¿Quién no ha sentido la amargura de las promesas rotas? Tal vez esto explique por qué somos tan propensos a aceptar promesas vacías en nuestras vidas cotidianas. También por qué, como mencionó Garcés, “queremos escuchar promesas aunque sepamos que no son ciertas”. La esperanza es un poderoso motor, incluso si estamos al borde de la desesperanza.

Promesas, religión y política: una conexión ancestral

La discusión que siguió me llevó a la famosa declaración sobre el poder de las promesas. Garcés mencionó que, históricamente, la promesa ha sido la base de nuestras relaciones, tanto en lo personal como en lo social. La idea de un «vínculo con los demás» es fuerte. Mucho antes de que se creara el capitalismo moderno, la religión utilizó la promesa como una herramienta para unir comunidades. ¿Cuántas veces hemos oído esa promesa de salvación en un sermón dominical?

En la actualidad, lo que está en juego es más complejo. La clase política ha tomado las riendas de estas promesas. Pero, ¿son realmente esas promesas de cambio sincero o simplemente son las herramientas de un juego que somos players involuntarios? Guarda una curiosa similitud con la promesa de un «café gratis» en la conferencia y, al llegar, te encuentras con una taza de agua tibia y una galletita de un centavo.

El deseo de ser engañado: un dilema moderno

Una de las preguntas más inquietantes que surgió durante el evento fue sobre si existe un deseo de ser engañado. Escolar hizo la pregunta, a lo que Garcés respondió agudamente que este deseo puede ser porque «hay una emoción más fuerte en ser desengañado». Esto resonó dentro de mí. Hay momentos en los que preferimos vivir en una ilusión en lugar de enfrentar la dura realidad, ya sabes, como cuando das tu opinión sobre una película y en el fondo sientes que eres el único que la ha encontrado horrible.

Lo que es aún más interesante es cómo la política contemporánea juega con estas emociones más profundas. Desde movimientos populistas hasta el auge de la extrema derecha, están utilizando este “lenguaje de culpa y amenaza”, apelando a las emociones básicas de las personas. Después de todo, ¿a quién le gusta aceptar que ha sido engañado? Muchas veces, es más fácil adherirse a la narrativa de que hay un “enemigo” que responsabilidades compartidas.

¿Recuerdas cuando se prometió un «futuro brillante» en las elecciones pasadas y, de repente, esa promesa se convirtió en un recuerdo borroso? Gracias a una sobreinformación constante, estamos mucho más escépticos ahora, y nos encontramos dialogando entre nosotros mientras nos preguntamos si, en verdad, algún político cumplirá lo que prometió.

La brecha cultural y la realización de promesas

El momento culminante del diálogo se produjo cuando Garcés habló sobre cómo las promesas se han vuelto una carga. Y lo que es aún más desconcertante es la diferencia entre lo que se promete hoy en día comparado con lo que se prometía en el pasado. En sus palabras, «hoy día ninguna de las promesas de progreso se ha cumplido». Esto es preocupante, ¿no crees? Con el tiempo, lo que era «un futuro mejor» se ha transformado en promesas de optimización y racionalización.

Recientemente, pensé en el contexto actual: por ejemplo, legislaciones sobre la vivienda. Cada vez que escucho sobre nuevos proyectos de ley para regular los alquileres, me pregunto: “¿Es este otro truco perfecto para mantenernos manejando el mismo ciclo de frustración?”. Tal vez, como sugiere Garcés, deberíamos revisar qué significa tener poder en este contexto y cómo se implementan estas promesas.

La promesa del capitalismo frente a los ideales de la izquierda

Se abordó el tema del capitalismo y sus promesas individuales. Garcés lo dividió en dos categorías: la prometedora «vida mejor» por trabajar y la disruptiva, donde la innovación constante es crucial. Muchos de nosotros estamos atrapados en este ciclo de la “servidumbre adaptativa”, donde el cambio se siente más un castigo que una liberación. Me recuerda a esos días en el gimnasio. El entrenador te dice: «un poco más de tiempo y verás resultados»; sin embargo, al final del mes solo estás más cansado y las pesas siguen igual.

La izquierda, según se señaló, ha tomado un enfoque más conservador, abogando por «socorros» en lugar de «conquistas». En cuanto a cómo todos estos conceptos se entrelazan, me pregunté una y otra vez cómo estamos definiendo lo que queremos, lo que necesitamos y lo que en realidad se nos promete, ya que las respuestas a esas preguntas parecen estar cada vez más fuera de nuestro alcance.

Reimaginando nuestras expectativas de promesas

Lo que trajo el diálogo de Garcés y Escolar fue una reflexión profunda sobre cómo reimaginar nuestras expectativas de las promesas. No sólo en la política, sino en nuestra vida cotidiana. Vivimos en una época en la que la sobreabundancia de información nos hace dudar de casi todo, pero esto no tiene por qué ser un camino sin salida. ¡Es hora de construir algo en común!

Tal vez la respuesta se encuentre en la reconfiguración de cómo abordamos la política, la sociedad y nuestras relaciones personales. Quizás necesitamos volver a las promesas simples y autoguiadas; esas que realmente puedan resonar en nuestras vidas diarias. Desde las promesas de vivir mejor, hasta aquellas que nos obligan a repensar nuestras comunidades, existe un potencial sorprendente en este camino.

Al final del día, las palabras crean realidades, también matan ilusiones. La honestidad y la transparencia pueden ser la nueva moneda de cambio. ¿No es este un llamado poderosísimo para todos nosotros?

Así que la próxima vez que escuchemos una promesa, ya sea en un discurso político o en una charla casual, tal vez deberíamos recordar aquellos buenos tiempos en que el «te prometo» significaba algo, y empezar a pensar en cómo podemos hacer que esas palabras vuelvan a tener peso, ya sea en el ámbito de la política o en nuestras vidas personales.

Reflexiones finales sobre promesas y realidades

Como he mencionado a lo largo de este artículo, la vida es un mar de promesas y decepciones. Cada uno de nosotros tiene su propia narrativa en torno a lo que significa una promesa, y cómo esa promesa puede tanto construir como destruir. En nuestro viaje colectivo hacia delante, debemos decidir si seguimos siendo cómplices de un pacto implícito de desilusión, o si, por el contrario, aspiramos a reimaginar un mundo donde las promesas sean verdaderas, donde nuestros discursos y libros de reglas sean más que palabras vacías.

Las palabras tienen poder, y este es el momento de usarlo para construir nuevas realidades. ¿Te atreverías a aceptar esta nueva promesa?