El pasado 20 de septiembre, una noticia que ya se ha vuelto demasiado común sorprendió a los medios y a la sociedad en general: los Mossos d’Esquadra detuvieron a un profesor del colegio Maristes Sants-Les Corts en Barcelona por una supuesta agresión sexual a una exalumna. Esta condena no es solo un eco de un caso aislado, sino que abre la puerta a una realidad problemática que ha persistido durante años. Y es que, desde hace tiempo, casi una veintena de docentes de la congregación Marista han sido acusados de agresiones, muchas de ellas ocurridas hace décadas. ¿Por qué sigue sucediendo esto? Qué podemos hacer al respecto, y sobre todo, ¿cómo debemos actuar como sociedad?
Un triste patrón: la repetición de denuncias
La situación en el colegio Maristes Sants-Les Corts no es un caso único. A medida que las denuncias de abusos a menores en colegios católicos aumentan —y honestamente, deberían hacer que nos sintamos incómodos— se plantea la pregunta fundamental: ¿por qué las instituciones educativas han fallado tan estrepitosamente en proteger a sus estudiantes? Es importante recordar que estos lugares se supone que son refugios de conocimiento y crecimiento, no focos de vulneración.
La víctima del reciente caso, que corajudamente denunció a un docente de 51 años por comportamientos inapropiados que ocurrieron hace más de diez años, ha formado parte de una experiencia que muchos preferirían olvidar. Pero, para aquellos que han vivido situaciones similares, cada denuncia es un acto de valentía que puede ofrecerles la oportunidad de sanar. Luego de la detención, Maristes Sants-Les Corts tomó la decisión prudente de apartar al profesor de su función, un gesto que podría percibirse como un intento legítimo de actuar rápidamente para proteger a otros estudiantes. Sin embargo, queda la pregunta: ¿es suficiente esta reacción?
La responsabilidad de las instituciones educativas
El coordinador del equipo de protección a la infancia, Raúl García, expuso que se seguirán los pasos adecuados según protocolos vigentes desde 2011. Estas medidas incluyen sensibilización y formación para que los estudiantes puedan detectar situaciones de abuso. Aunque las intenciones de las instituciones sean buenas, no podemos dejar de cuestionar si estas acciones llegan a ser efectivas. ¿Realmente se está haciendo lo que se necesita para prevenir o, al menos, detectar estos comportamientos antes de que lleguen a ser irreparables?
En mi propia experiencia como estudiante, recuerdo que la educación sobre el consentimiento y el respeto no era un tema prioritario. En lugar de conversaciones significativas, a menudo se prefería «no hablar» de estos temas. Por lo tanto, insto a que se postule una urgencia por re-evaluar lo que las instituciones educativas consideran como “suficiente”.
Protocolos y su efectividad: ¿qué se está haciendo?
Los protocolos para protección de la infancia son cruciales, pero también resultan ineficaces si no están arraigados en una cultura de transparencia y responsabilidad. Los canales de denuncia deben ser accesibles y claros para todos los involucrados —padres, docentes y estudiantes— y debe existir una verdadera disposición a escuchar y actuar. Como mencionó García, se incluyó un código QR en las agendas estudiantiles para facilitar la denuncia, una buena idea, por cierto. Sin embargo, ¿es agradable cuando estas medidas llegan en respuesta a la desgracia?
Es fundamental reconocer que han sido muchos los alumnos afectados por las noticias recientes. La congregación de los maristas de Cataluña ha dedicado esfuerzos a compensar a las víctimas, incluso algunos acuerdos de indemnización, pero eso no es suficiente. ¿Realmente es un costo monetario lo que se traduce en justicia?
El impacto en las víctimas
Las víctimas de abuso sexual quedan con cicatrices que a menudo son invisibles para la sociedad. Hablar sobre ello puede ser complicado, sobre todo para quienes han vivido durante años con el peso de una experiencia traumática que muchas veces sienten que han tenido que cargar a solas. En su valentía, quienes rompen su silencio destacan la necesidad de un sistema que no solo funcione en papel, sino que actúe desde el principio hasta el final.
A menudo escucho que la única forma de enfrentar la problemática de abuso en instituciones educativas es creada a partir de una cultura de apertura, donde las víctimas puedan compartir sus experiencias sin miedo a ser incriminadas o revictimizadas. ¿Por qué continúa este ciclo de silencio y desconfianza?
Recuerdos de valentía y dolor
En un momento personal, un amigo me compartió su experiencia de abuso en un entorno escolar. Su lucha interna era palpable: cómo reconectar con su historia y hablar de lo que pasó. La revelación fue un acto de empoderamiento, pero también trajo consigo un torrente de emociones reprimidas. Sentí que estaba iceberg flotante en un océano de soledad. Después de su valiente decisión de hablar, se sentó a escribir una carta a su alma mater, inspirando así a otros a liberarse del peso de su silencio. Su acto, aunque valiente, no fue una solución mágica, pero este pequeño paso encendió una llama. ¿Sería posible que cada voz pudiera ser un ladrillo en la construcción de un entorno más seguro?
El rol de los padres y la sociedad
A menudo, en nuestra búsqueda de respuestas, olvidamos que la clave para cambiar esta realidad es tanto personal como colectiva. Las familias y los adultos en la vida de los jóvenes pueden desempeñar un papel crucial mediando en la comunicación. Les sugiero que se abren las puertas a diálogos sinceros; conversaciones que no giren en torno a la política, sino que aborden temas sobre el respeto, el consentimiento y el valor de la voz de cada estudiante en la comunidad.
No solo se debe educar a los niños sobre cómo actuar ante situaciones de vulnerabilidad, sino también hablar con ellos acerca de su propia valía. En mi propia familia, los temas de límites y autoestima eran discutidos y reforzados. Tal vez por ello sentí una chispa de confianza al abordarlos. Otra pregunta que se eleva en este contexto es: ¿qué tal si comenzáramos a hablar sobre el poder de cada voz en nuestra sociedad?
Mirando hacia el futuro: un cambio que debe llegar
El camino hacia la prevención de abusos sexuales en entornos educativos no es fácil ni directo. Pero no debemos rendirnos. Las instituciones deben tomar decisiones activas para proteger a sus estudiantes, no solo cuando un escándalo emerge en los titulares, sino continuamente, todos los días. La clave es la educación continua, la transparencia y un compromiso genuino al cambio.
Es momento de que reflexionemos sobre las lecciones del pasado y actuemos en conjunto para que cada estudiante, en cada escuela, tenga derecho a un ambiente seguro. Al observar el caso del profesor en Maristes Sants-Les Corts, no sólo vemos lo que ha fallado, sino lo que puede mejorarse y evolucionarse para evitar que se repita.
La importancia de la comunidad
Al final, la solución no está sólo en manos de los colegios o del gobierno, sino de cada uno de nosotros como miembros de la comunidad. ¿Estamos dispuestos a permanecer en silencio o a alzar nuestra voz frente a la injusticia? Ser parte de la solución comienza con la conciencia, la empatía y la acción.
Así que, la próxima vez que oigamos una noticia impactante, preguntémonos: ¿qué podemos hacer nosotros para prevenir que esto vuelva a suceder? Es hora de unirnos y convertir el dolor en un llamado a la acción, uno que resuene en cada rincón de la sociedad. La historia de los maristas es solo una de muchas, pero puede ser el punto de partida para un cambio sustancial hacia un futuro más seguro y más justo para todos.
Espero que este artículo te sirva como un espejo donde reflejemos lo que necesitamos cambiar y mejorar. Nos mueve la pasión, y tal vez hasta algunos chistes que no llegamos a contar. ¡Así que a actuar, amigos!