El pasado domingo, Marineland, el mayor parque marino de Europa, cerró definitivamente sus puertas, marcando el fin de una era en la que más de 50 años de espectáculos con delfines y orcas entretenían a millones de visitantes. Este cierre, resultado de una combinación de factores económicos y cambios legislativos, ha generado un gran revuelo en la comunidad, no solo por los animales que allí habitaban, sino también por lo que simboliza en cuanto a la evolución de nuestra relación con los cetáceos y la percepción de su bienestar.

El fin de una era

Ah, Marineland. Si has estado en la hermosa Costa Azul, es casi obligatorio hacer una parada en este emblemático lugar. Yo recuerdo mi primera vez visitando el parque: los colores vibrantes, las risas de los niños, y, por supuesto, esos mágicos momentos en los que los delfines saltaban a través de aros. Era un espectáculo impresionante, pero como muchas experiencias, con el tiempo, llegó la reflexión.

La circunstancia que golpeó a Marineland no fue solo la drástica disminución del número de visitantes, que ha caído de 1,2 millones anuales a solo 425,000, sino también la legislación de 2021 que prohíbe a partir de 2026 la realización de espectáculos con cetáceos. Este tipo de decisiones no solo son una respuesta al decreciente interés del público, sino también a un cambio de paradigma en la percepción sobre el bienestar animal. ¿Cuántas veces hemos visto esas imágenes desgarradoras de animales sintiendo que sus vidas están en manos de la corriente?

La realidad de las orcas

Ahora, lo que todos nos preguntamos: ¿qué pasará con las orcas, Wikie y Keijo? A menudo, en situaciones como estas, uno puede sentirse un poco impotente. Hablamos de dos criaturas que han pasado su vida en un entorno muy distinto al natural, y la idea de liberarlas de repente en el mar no es solo impráctica, sino peligrosa. Nos enfrentamos a un dilema ético aquí.

La ministra de Transición Ecológica, Agnès Pannier-Runacher, advirtió que liberar a Wikie y Keijo no es una opción viable. “Son animales que dependen del ser humano”, comentó, y tiene razón. Por muy romántica que suene la idea de que podrían nadar libres bajo el sol del Mediterráneo, la realidad es mucho más dura.

La aventura de trasladarlas

El parque había considerado tratar de enviarlas a un parque en Japón. Sin embargo, el ministerio se opuso rápidamente. Uno tiende a pensar: “¿Por qué no simplemente enviarlas a un lugar donde estén más cómodas?” Pero, como muchas cosas en la vida, la práctica es mucho más complicada que la teoría. Japón no tiene los mismos estándares de protección para los cetáceos. El viaje en sí podría ser perjudicial para su salud. Es una montaña rusa emocional, ¿no crees?

Por si no fuera suficiente, el Ministerio de Transición Ecológica ha estado en conversaciones sobre la posibilidad de que las orcas sean trasladadas a un parque en Tenerife, en las Islas Canarias. Sin embargo, esto sigue siendo solo una sugerencia entre muchas. La involucración de organizaciones como One Voice es esencial, y la idea de encontrar un santuario es, sin duda, un paso en la dirección correcta.

Las voces de los defensores de los derechos de los animales

Es fácil caer en la trampa de pensar que uno solo puede mirar desde la distancia. Pero las organizaciones de defensa de los derechos de los animales están más activas que nunca, y One Voice es uno de esos grupos que está luchando por el bienestar de estos animales. Recuerdo una vez haber participado en una charla sobre derechos de los animales y la expositora nos preguntó: “¿Cuántos de ustedes han disfrutado de un espectáculo de delfines?” Pronto, varios levantamos la mano, y ahí fue cuando comenzó la reflexión colectiva.

La realidad es que hemos evolucionado en nuestro entendimiento de lo que significa tener animales en cautiverio. Ya no es suficiente ofrecer un show espectacular; hay un fuerte deseo de asegurarse de que estos seres vivan vidas saludables y satisfactoria, lejos del estrés del espectáculo continuo. Como bien dijo la ministra Pannier-Runacher: “El público ha evolucionado en su visión de este tipo de espectáculos con animales… que no son naturales.” ¿No es un buen momento para replantearnos nuestras tradiciones?

La necesidad de un cambio global

Estamos viendo un patrón en todo el mundo. La gente está cada vez más consciente de las implicaciones del cautiverio y el uso de animales en el entretenimiento. De hecho, este cambio de actitud se hace eco en otros rincones del planeta, donde los parques que utilizan cetáceos están siendo cuestionados. Con la creciente popularidad de la ecoturismo, cada vez más personas buscan maneras de conectar con la naturaleza que no involucren el sufrimiento de otros seres vivos. Es un cambio necesario y muy positivo.

Un futuro incierto

Aunque el futuro de Wikie y Keijo está lleno de incertidumbres, hay algo esperanzador. El cierre de Marineland es, de alguna manera, un catalizador para el cambio en la percepción pública sobre el bienestar animal. Esta situación ha puesto de manifiesto la necesidad de desarrollar espacios y santuarios aptos para estos animales, en los que puedan vivir sus vidas en condiciones que se asemejan más a su hábitat natural.

El hecho de que se estén considerando opciones está un paso en la dirección correcta. Sin embargo, queda mucho trabajo por hacer. Quizás en un futuro, veremos un cambio real en cómo operan estos parques que han marcado la historia del entretenimiento en Europa.

Reflexionando sobre el bienestar animal

Al final del día, la historia de Marineland habla de un cambio más profundo. Habla de nuestra responsabilidad como seres humanos y de cómo decidimos interactuar con el mundo que nos rodea. Todos hemos mirado a esos ojos curiosos y juguetones de las orcas y los delfines y hemos sentido esa conexión emocional. Pero también tenemos que reconocer que, para ellos, la naturaleza no se reduce a un escenario; es su hogar, su legado.

¿Qué nos depara el futuro?

Con todo esto en mente, la pregunta sigue resonando: ¿qué haremos ahora? Como sociedad, ¿estamos dispuestos a aprender de esta experiencia y a buscar alternativas que respeten y protejan a los animales? La respuesta está en manos de todos nosotros.

El camino por delante no está claro, pero la historia de Marineland puede ser vista como un precipicio hacia un futuro donde el bienestar de los animales sea la norma, no la excepción. En un mundo donde cada vez se nos enseña a valorar y cuidar a nuestros compañeros de vida, cada uno de nosotros tiene un papel a jugar. Solo depende de nosotros.

En conclusión, mientras los últimos ecos de Marineland se apagan, esperamos que sus puertas cerradas no se lleven con ellas las lecciones aprendidas sobre compasión, responsabilidad y la maravilla de la vida animal. Así que, ¡abramos nuestros corazones! Y, aunque las orcas Wikie y Keijo puedan enfrentarse a un futuro incierto, anhelamos que encuentren su lugar en un mundo que finalmente ha comenzado a escuchar su voz.