La pandemia del COVID-19 no solo ha sido un desafío sanitario y económico, sino también un momento de profundas tensiones sociales y políticas. A medida que los días se convertían en semanas y las semanas en meses, se desvelaron atrocidades que todavía resuenan en nuestra conciencia colectiva. Uno de los capítulos más tristes de esta narrativa involucra a nuestros mayores, quienes, durante la crisis, parecieron pasar a un segundo plano de manera alarmante.

En este artículo, vamos a explorar la crisis que ocurrió en las residencias, las sombras de abandono que se alzaron sobre el bienestar de miles de ancianos, y cómo los protocolos implementados en ese tiempo levantaron ácidas críticas y frustraciones. En el camino, ¿podremos extraer lecciones útiles para evitar que tragedias como esta se repitan en el futuro?

La voz de la desesperación: llamadas al 112

Imagina ser un familiar de alguien en una residencia durante el pico de la pandemia. Desde la comodidad de tu hogar, haces una llamada al 112, cargada de ansiedad e impotencia, a la espera de que alguien escuche tu grito desgarrador: «¡Por favor, vengan ya! ¡No le dan de comer y aunque grita, nadie le atiende!». Una situación que seguramente muchos nunca habrán querido vivir. Sin embargo, esta fue la angustiante realidad que vivieron muchos en marzo de 2020.

La hija de un residente en Sanchinarro clamó por ayuda, y su llamada no fue un caso aislado. En elDiario.es, se reveló que había decenas de llamadas similares, donde se reflejaba un desamparo desconcertante. La pregunta es: ¿qué falló en el sistema para permitir que esto pasara?

Un protocolo de exclusión

Una de las revelaciones más dolorosas y preocupantes fue la existencia de un protocolo de exclusión que impidió el traslado de ancianos a hospitales, quienes a menudo necesitaban atención urgente. La diputada socialista Lorena Morales expuso la situación en la Asamblea de Madrid, señalando que durante ese periodo, el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso estaba, en efecto, «dejando morir de forma cruel» a los ancianos en las residencias.

¿Cuántos ancianos perdieron la vida a causa de esta inacción? 7291, para ser exactos, un dato que debería horrorizarnos a todos. Morales no se contuvo al afirmar que cada una de estas vidas perdidas es «una razón para que dimita Ayuso ahora mismo». El eco de esta afirmación no es solo político, sino humano.

Las reacciones de los protagonistas

En medio de esta crisis, ¿cuál fue la reacción del Gobierno? Las palabras de la consejera de Familia, Ana Dávila-Ponce de León, pudieron sonar un tanto frías y distantes, leyendo cartas de «agradecimiento» de familiares de residentes hacia el personal. ¿Esto es suficiente? ¿Pueden un par de cartas borrar el sufrimiento de tantos? La respuesta, creo que está clara.

Dávila aseguró que se «reúne» con familiares, pero Morales insistió en que su Gobierno no quiere enfrentar la realidad de lo que ocurrió. Esto nos lleva a una pregunta más amplia: ¿hasta qué punto las autoridades están dispuestas a enfrentar la verdad sobre su gestión en momentos críticos?

Urgente necesidad de transparencia

A medida que se destapan más hechos sobre la falta de atención a los residentes, queda claro que una mayor transparencia es esencial. Durante la intervención de Morales, se enfatizó la existencia de más de 200 causas judiciales abiertas, cada una representando las historias dolorosas de familias que quedaron devastadas. Los documentos que han comenzado a salir a la luz demuestran que hubo una clara falta de protocolos que finalmente, resultaron en la pérdida de vidas.

¿Puede una democracia permitirse un manejo tan opaco y cruel de sus mayores? La falta de claridad y responsabilidad en la gestión de crisis es algo que necesitamos abordar urgentemente, de lo contrario, ¿quién nos protegerá en el futuro?

La memoria de nuestros mayores

Recordar a los que se fueron no es solo un acto simbólico. Nos obligamos a aprender de los errores del pasado, a garantizar que la historia no se repita. Es fácil perderse en las entrevistas y en las declaraciones políticas, pero cada número representa a un ser humano, con una historia, una vida llena de experiencias.

Me gustaría compartir una anécdota personal. Mi abuela fue una mujer resiliente que superó varias adversidades en su vida. Siempre decía que la dignidad no se debe perder, sin importar las circunstancias. Hoy, a medida que reflexionamos sobre cómo cuidamos a nuestros mayores, esa dignidad es algo que tenemos que garantizar, no solo durante una crisis, sino todos los días.

Los héroes olvidados: el personal de las residencias

El personal de las residencias se ha convertido en los héroes invisibles de esta narrativa. Muchos se quedaban hasta largas horas, a veces incluso pasando la noche entre las instalaciones, empeñados en brindar la mejor atención posible. Su dedicación fue la línea de defensa entre la vida y la muerte para muchos ancianos.

Curiosamente, Dávila mencionó que han recibido «cartas de agradecimiento», pero ¿qué hay de los miles de trabajadores agotados y traumatizados por lo que vivieron? Necesitamos asegurarnos de que estos héroes reciban no solo el reconocimiento, sino también el apoyo emocional y psicosocial que merecen.

Un llamado a la acción

¿Podemos permitir que esto continúe? La respuesta es un rotundo no. La crisis de las residencias es un síntoma que apunta a una cultura más amplia de negligencia y desinterés hacia los mayores. Es nuestra responsabilidad colectiva, no solo como ciudadanos, sino como seres humanos, abogar por el cambio.

Pronto, las memorias de esta pandemia se desvanecerán en el tiempo, pero lo que no podemos olvidar es la importancia de la voz de nuestros mayores. Como sociedad, debemos fiscalizar de cerca a quienes dirigen los canales de atención y planificar con una mentalidad que priorice la vida.

Conclusión: aprender del pasado para construir un futuro mejor

Hemos recorrido un camino doloroso al explorar la crisis de atención a nuestros mayores. Aunque es posible que el dolor nunca se apague por completo, cada una de las experiencias compartidas es una oportunidad de aprender y evitar que historias similares se repitan.

La pandemia ha revelado al mundo que nuestra comunidad de mayores es más vulnerable de lo que muchos pensaban. Pero con esta revelación, también podemos construir una sociedad más empática y responsable. La pregunta que debemos hacernos en cada paso es: «¿Estamos haciendo lo suficiente para cuidar de nuestros mayores?»

Esta es una conversación que debemos continuar, no solo para honrar a aquellos que perdimos, sino también para asegurar un futuro donde la dignidad y el respeto sean la norma para todas las generaciones. Aquí, entre nosotros, podemos construir un camino donde la historia que relatemos en el futuro sea un reflejo de nuestra compasión y nuestro compromiso con el bienestar de todos.