Cada vez que escucho la noticia de otro caso de violencia machista, algo en mi interior se rompe un poco. No es la primera vez que oigo sobre un hecho tan trágico, pero cada vez parece más desgarrador. Hace apenas dos días, Alberto, en Estepa, Sevilla, asesinó a su mujer, María, a tiros. Ella solo tenía 46 años y dos hijos, de 17 y 11. Este desolador incidente no solo la convierte en la víctima número 41 de la violencia machista en este año; también deja a sus hijos como los huérfanos 464 y 465 desde que existen registros en 2013.
Esto nos lleva a un lugar que, francamente, no quiero visitar, pero del que no podemos escapar: la realidad fría y dura de la violencia de género en España. Entonces, ¿qué estamos haciendo al respecto? ¿Estamos simplemente lanzando tuits y actualizando nuestras historias de Instagram, o estamos realmente dispuestos a cambiar esta situación? Te invito a seguir leyendo, porque es un tema que nos toca a todos.
La cruda realidad de la violencia machista
Desde que comenzaron a registrarse casos de violencia machista en 2003, hemos perdido 1.286 mujeres. Eso es más de mil mujeres que tenían sueños, metas y, en muchos casos, hijos que ahora deben afrontar un futuro sin sus madres. ¿Y qué hay de esos niños? Cada vez que pienso en cómo deben sentirse, mi corazón se rompe. La angustia, la confusión y el dolor que deben estar experimentando son inimaginables. Imagina ser un niño de 11 años y perder a tu madre de esa manera; es simplemente inaceptable.
En 2013 se creó un registro para contabilizar los huérfanos de la violencia de género, y desde entonces hemos llegado a un total de 465 huérfanos. Este número no es solo una cifra; son vidas destrozadas y sueños que nunca se cumplirán. ¿Realmente vamos a quedarnos de brazos cruzados mientras esto continúa?
Estigmas y tabúes: el silencio que envenena
Es fácil caer en el juego de pensar que este problema no nos afecta, que es un “asunto personal”. Pero, ¿acaso no somos responsables de desmantelar los estigmas que rodean a la violencia de género? El silencio ahoga a las víctimas y a quienes quieren ayudar. La cultura de la vergüenza en torno a estos temas debe desaparecer.
Recuerdo una charla que tuve con un amigo hace algunos años. Él argumentaba que la violencia de género era un problema de otras comunidades, de otras clases sociales. “No pasa aquí”, decía. Pero, ¿acaso hay algo más insidioso que pensar que la violencia de género se limita a una clase social o a una comunidad en particular? No. Se trata de una enfermedad social que afecta a todos, independientemente de su origen.
El papel de la educación en la prevención
Así que, ¿qué podemos hacer? Una solución efectiva sería enfocarnos en la educación. Necesitamos comenzar desde jóvenes a hablar sobre la igualdad de género y las relaciones sanas. Recientemente, he estado revisando algunos programas educativos implementados en varias escuelas en España. La educación en igualdad no debería ser un “extra”, sino una parte fundamental del currículo escolar.
Imagina un mundo donde los estudiantes aprenden desde una edad temprana a respetar a los demás, a reconocer el abuso y a entender que la violencia nunca es una solución. Lo sé, suena idealista, pero ¿no es eso lo que queremos? ¿Un futuro sin miedo?
Las herramientas legales son insuficientes
Otro problema es que, aunque hemos avanzado con leyes como la Ley Integral contra la Violencia de Género, estas a menudo son insuficientes. Hay muchas brechas en la aplicación de estas leyes. Las estadísticas son inquietantes: el año pasado, menos del 50% de las denuncias resultaron en alguna forma de acción legal. ¿Dónde queda la justicia para las mujeres como María?
La justicia tarda en llegar, pero la violencia no espera. Las mujeres que denuncian enfrentan una montaña de obstáculos. Si no ofrecemos las herramientas adecuadas para que las víctimas de violencia puedan salir del círculo vicioso, seguiremos repitiendo esta misma historia una y otra vez.
La importancia de la solidaridad y la denuncia
Aquí es donde entra la solidaridad. Como comunidad, tenemos la responsabilidad de alzar la voz por las que no pueden. No se trata solo de denunciar en redes sociales; se trata de crear un entorno que apoye y valide la experiencia de las víctimas. Cuando una mujer dice “no puedo más”, no solo deberíamos escucharlas, deberíamos actuar.
Imagina si cada vez que viéramos un caso de violencia, todos nos unimos para apoyarla. Eso podría cambiar la narrativa. Nuestro papel en este juego es crucial, y cada pequeña acción cuenta. ¿Te has detenido a pensar en cuántas veces has escuchado algún comentario machista y no has intervenido? Cada comentario que se deja pasar contribuye a un ambiente que permite la violencia.
Las redes sociales: un arma de doble filo
Las redes sociales han revolucionado cómo compartimos y recibimos información. Sí, han sido cruciales para visibilizar la violencia machista, pero también tienen su lado oscuro. En ocasiones, la desinformación y la cultura de la cancelación pueden hacer más daño que bien. La viralización de casos puede llevar a la simplificación de los problemas o al linchamiento digital, donde se olvidan matices importantes.
Además, las redes pueden convertirse en un lugar de señalamiento, donde la víctima se ve obligada a exponerse aún más. Un caso clásico fue el de una influencer que denunció violencia de género en su vida. En lugar de recibir apoyo, se topó con comentarios hirientes que cuestionaban su experiencia. Eso es terrorífico y profundamente irresponsable. ¿Qué les estamos enseñando a las jóvenes? Que hablar puede llevar a la revictimización.
Hacia un cambio real: lo que podemos hacer
Así que, ¿qué podemos hacer desde la comodidad de nuestro sillón?
- Educar: Hablemos de estos temas con nuestros amigos y familiares. Hagamos que el tema sea normal.
- Denunciar: No dejemos pasar un comentario machista; no hay que ser activista para defender lo correcto.
- Apoyar: Si alguna vez nos encontramos con una víctima, apoyemos su decisión, ya sea denunciar o no.
Pero no nos equivoquemos, el cambio no será fácil, y probablemente tenga costuras visibles. Habrá días en los que todo parezca un caos, pero aunque enfrente de nosotros haya un largo camino, cada paso cuenta en esta lucha contra la violencia machista.
La voz de las víctimas
No puedo terminar este texto sin recordar que debemos poner a las víctimas en el centro de nuestra discusión. Las experiencias de mujeres como María son la razón por la cual la lucha debe continuar. No son solo estadísticas; son vidas. Vidas que merecen ser vividas plenamente, con dignidad y amor.
Tal vez pienses, “pero hay cosas más importantes de qué hablar”. Y sí, estamos en un mundo lleno de problemas: la crisis climática, la pandemia, las inestabilidades políticas. Pero la violencia machista es un tema que afecta a nuestra base como sociedad. Si no podemos garantizar la seguridad de nuestras mujeres, ¿dónde queda nuestra humanidad? La respuesta es clara: en peligro.
Reflexionando sobre nuestra responsabilidad social
Es esencial preguntarnos cómo cada uno de nosotros puede contribuir a cette lucha diaria. La violencia de género no es solo un problema de las mujeres; es un problema de toda la sociedad. Entonces, si te encuentras pensando que no es tu problema, piénsalo de nuevo. Cada uno de nosotros tiene un papel que jugar, y el ignorar el problema significa aceptar su existencia.
Terminemos con el lamento y pasemos a la acción. No se trata de ser héroes ni de tener todas las respuestas, sino de ser conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor y dispuestos a hacer algo, por pequeño que sea. Porque, al final del día, la vida de María y de tantas otras mujeres en nuestras comunidades depende de ello.
Así que, ¿qué nos detiene? Ahora es el momento de actuar. La lucha está lejos de terminar, pero juntos, puede que se convierta en algo más que un eco en la historia. Tal vez, con amor, respeto y, sobre todo, educación, podamos crear un mundo donde la violencia machista sea solo un mal recuerdo. Y eso, amigos míos, vale la pena luchar.