¿Alguna vez te has preguntado qué ocurre detrás de la puerta de una discoteca? ¿Cómo es el día a día de aquellos que cuidan la entrada, enfrentándose a situaciones inesperadas que pueden dejarte sin aliento? Hoy te contaré las impresionantes historias de C., un ex portero y skater de la Madrid de los 90. A través de sus palabras, no solo descubrirás la realidad de su trabajo, sino que también te invitaré a reflexionar sobre esa época dorada de la música y el ocio nocturno. ¡Pónganse cómodos! Esta es una travesía cargada de anécdotas, risas, y un poco de drama.

El camino hacia la puerta de la discoteca

C. es conocido por sus amistades en el barrio del Retiro y su amor por el skate. Su historia empieza en un gimnasio que bien podría ser el set de una película de acción. Imagínalo: sangre en las paredes, piques de combate y una mezcla de personajes que haría que cualquier realidad alternativa se sintiera como un cuento de hadas. “Yo llegué a ese gimnasio y flipé”, dice, “la gente se pegaba en las duchas… había de todo ahí”. Apuesto a que muchos de nosotros hemos estado en situaciones donde la adrenalina corre más que en un maratón, ¿verdad?

Un verano de peleas y diversión

Así fue como C. se convirtió en portero de discoteca. Para entonces, necesitaba algo más que solo patinar. “Empecé a trabajar en el SOMA en el año 99. Era antes del euro, cuando aún cobramos en pesetas”, recuerda. ¿No es gracioso pensar en cómo nuestras vidas se miden en monedas ahora? A veces siento que debería guardar mis pesetas, solo para tener una pequeña colección de nostalgia.

En sus primeros días, el SOMA era tranquilo, casi relajante, con un ambiente chill out donde los clientes disfrutaban de porros y música electrónica. Pero, como todo buen cuento, este también tuvo su giro oscuro. “Poco a poco empezaron a llegar más bakalas y eso trajo más movidas. Las peleas eran casi un ritual los fines de semana”, comparte C.

La primera pelea

Déjame llevarte a uno de esos sábados en la discoteca. Imagínate entrar a un lugar donde la música retumba en tus huesos y la energía está a mil por hora. Eso fue lo que experimentaron en el SOMA, pero lo que C. y sus colegas no esperaban era ver a un conocido grupo de raperos conflictivos, los MTR, convirtiéndose en el centro de atención no por su música, sino por su comportamiento.

“Recuerdo que los echamos del SOMA a golpes… y ahí empezaron a esperar a que saliéramos de trabajar. ¿Te imaginas? 30 tipos esperando en la puerta, listos para la acción”, relata. ¿Alguna vez has tenido que salir de un lugar, solo para enfrentar el mismo miedo que un gladiador en la arena? ¡Eso a mí me pone los pelos de punta!

De la música a las amenazas

La euforia del SOMA se mezclaba con un ambiente tenso. La música era un escape, pero la violencia estaba siempre al acecho. “Una vez, bajamos a la pista y nos formaron un corro de 10 tíos pasadísimos”, dice C. con una mezcla de incredulidad y risa. “Fue como algo sacado de un videojuego. De repente, estábamos en medio de una batalla campal y yo solo pensaba en salir vivo”.

La adrenalina en esos momentos era palpable. “Uno de ellos estaba tan pasado que parecía un muñeco de esos que nunca se caen”, bromea C. Si piensas en un momento así, te preguntas: ¿quién necesita salir a pelear cuando hay tanta música y diversión esperándote adentro? Pero así es la vida en la puerta de una discoteca, siempre en la delgada línea entre la felicidad y el caos.

Más allá de la discoteca

Después de varios años de ser portero, C. decidió dar un giro a su carrera. “Abandoné el trabajo de portero y empecé como escolta profesional en el País Vasco”, comenta. ¿Te imaginas tener que dejar atrás un mundo de música y diversión para entrar en el universo del escolta? Un cambio drástico que, como bien dice C., también estuvo lleno de varias aventuras y desafíos.

Hablando de cambios, ¿quién no ha pensado alguna vez en cambiar radicalmente de vida? Me recuerda aquellos momentos en los que uno se siente estancado y piensa: “¡Ya basta! ¡Es hora de una nueva aventura!” A veces solo necesitas un empujón, como C. con sus decisiones.

Reflexiones finales sobre la vida nocturna

La vida como portero de discoteca en los 90 no era solo un trabajo; era un estilo de vida, lleno de anécdotas que pocos conocen. C. nos muestra una realidad que contrasta entre el ruido de la música y el silencio de la violencia. Un mundo que, a pesar de sus sonidos y colores vibrantes, estaba marcado por la lucha y la supervivencia en un entorno caótico.

¿Qué aprendemos de estas historias?

Cada uno de nosotros tiene historias que contar, pero la vida de C. nos recuerda la importancia de aprovechar el momento. Ya sea que estés en una discoteca, una pelea de patinadores, o simplemente luchando por salir adelante en la vida, hay lecciones escondidas entre las sombras.

  • Te das cuenta de los amigos que tienes. A veces son ellos los que te respaldan en las peleas, ya sea con palabras o simplemente con su presencia.
  • La importancia del respeto. Los personajes de las historias de C. nos muestran cómo el respeto y los límites pueden variar mucho de una situación a otra.
  • La vida nunca es lineal. Uno puede pasar de ser un skater a ser un portero y luego un escolta. ¡Imagina eso en tu hoja de vida! ¡Vaya currículum!

Palabras finales

La vida nocturna de los 90 puede parecer un mundo ajeno para algunos, pero en el fondo, todos tenemos un pequeño portero que espera a ser escuchado. ¿Qué lecciones te llevas de esta anécdota de vida, de risas y caídas en la puerta de una discoteca? La vida, al igual que el skate, es un poco de equilibrio, algo de aventura, y, como siempre, muchas historias que contar. ¿Te atreves a compartir la tuya?