El otro día, mientras me sumergía en un episodio de Black Mirror, me di cuenta de que la serie, que es tan representativa de nuestra relación con la tecnología, ha dejado de asustarme para convertirse en una especie de manual de supervivencia. ¡Ah, la ironía! ¿No es curioso cómo el arte puede anticiparse a la realidad? O, quizás, la realidad se ha vuelto un poco distópica por sí sola. Así comenzamos nuestra conversación sobre el cambio radical en el comportamiento humano a través de la tecnología.

Lo que solía ser un sencillo paseo por la plaza del barrio, ahora se ha transformado en un evento lleno de selfies y mensajes incesantes. ¿No les pasa a ustedes que en una reunión familiar siempre hay uno que saca el móvil para mostrar una foto de la última cena propuesta por un famoso chef en Instagram?

La nostalgia por el face-to-face

A menudo, me pregunto si el anhelo por el pasado es una emoción universal o si soy el único que se siente así. Recuerdo una época en la que perderme en una ciudad — sin GPS, ni Google Maps, ¡ni siquiera una simple llamada de texto! — era parte del encanto de viajar. La serendipia jugaba un papel crucial en mis aventuras. Conocer a alguien en un bar y no saber si volvería a cruzarte con esa persona. ¿Por qué ha cambiado eso? ¿Era necesario?

Quizás, como Hugh Grant, que en una de sus recientes apariciones se lamenta de lo que hemos perdido con la llegada de internet, yo también siento que he perdido parte de la conexión humana. La capacidad de perderse, de ser anónimo, tiene un cierto encanto que la tecnología ha eclipsado. Sin embargo, quiero dejar claro que no soy un nostálgico negativo. No estoy pidiendo la vuelta a la vida pre-digital; en lugar de eso, anhelo un tipo de equilibrio.

La pérdida del trato humano y el comercio local

¿Se han dado cuenta de cómo hacemos las compras hoy en día? A veces me siento como un robot programado para cliquear el ratón en vez de entrar a una tienda a charlar con el dueño. El comercio local ha estado desapareciendo, y en su lugar, hemos abrazado la comodidad de Amazon, que bien podría postularse como el nuevo imperialismo del comercio. ¿Es posible ser humano al hacer clic en “comprar ahora”?

La ironía es que, aunque estamos más conectados que nunca a través de las pantallas de nuestros dispositivos, podríamos estar más distanciados que antes. La humanización, ese concepto que solía ser tan simple, se ha vuelto complicado. No se trata, como algunos podrían pensar, de un discurso anticapitalista; es más bien una simple reivindicación de la lógica y el sentido común.

Recuerdo una vez que necesitaba un regalo de última hora. En lugar de entrar a la librería del barrio, decidí hacer un par de clics. Al final, el libro llegó en un día y medio, pero perdí la oportunidad de interactuar y de compartir una conversación auténtica con quien podía recomendarme algo interesante. Quizás, para las futuras generaciones, esa conexión se vuelva sólo un recuerdo borroso.

La presión de las redes sociales y el miedo a mostrarse

Sin embargo, el verdadero meollo del asunto es la presión que ciudadanos de mi edad y los más jóvenes pueden sentir al interactuar a través de las redes sociales. Todos hemos creado una especie de personaje — un “replicante”, como diría nuestro amigo escritor. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado frente al espejo de nuestro perfil de Instagram y hemos pensado «¡Qué cara pongo hoy!»? Desde la juventud de hoy en día, que crece en un mundo donde la vida social gira en torno a las plataformas digitales, están lidiando con una presión sin precedentes.

Antes, lo más vergonzoso que podía pasarte era tropezar y caer en la calle. Ahora, el riesgo va mucho más allá; es una cuestión de reputación digital. La facilidad con la que podemos editarnos a nosotros mismos y mostrar una versión brillante de quienes somos nos pone a todos en el punto de mira. ¿Se dan cuenta de la presión que esto genera? Hay días en que simplemente estoy en modo “no socializar”, y me pregunto: ¿seré juzgado por ello?

La vida en la era del smartphone

El otro día reflexionábamos sobre el hecho de que ahora trabajamos incluso en el retrete. ¡Qué progreso! ¿Realmente necesitamos estar siempre conectados? La gente viaja con el móvil al frente, consultando guías virtuales y buscando el «mejor» lugar según las tendencias de influencers. Valiosas experiencias que podrían haber sido propias se reemplazan por itinerarios dictados por algoritmos. ¿Estamos sacrificando nuestra capacidad de improvisar y disfrutar del momento?

Me acuerdo de mi primer viaje a Nueva York, cuando un amigo me recomendó perderme entre las calles y confiar en instintos. Eso significaba adentrarse sin la antiguamente conveniente conexión a internet. Y a pesar de perderme, encontré pequeñas joyas que no habría descubierto de otra manera. Tal vez haya algo en la idea de dejar que la curiosidad y la aventura guíen nuestras experiencias. Las aventuras improvisadas a menudo son las más memorables, ¿no creen?

La libertad de ser uno mismo

La columna, el medio personal por excelencia, también ha visto un cambio con la llegada de las redes sociales. Cuando opino o escribo, la tentación de buscar la aprobación de los demás puede ser deliciosa. Pero, ¿para quién escribo realmente? Si de algo estoy seguro, es que quiero ser honesto en lo que expreso, sin preocuparme excesivamente por la popularidad.

Personalmente, escribo para dejar una huella de mi perspectiva en este mundo, y no me preocupo si esto es o no políticamente correcto. Es fundamental que mantengamos esa capacidad de ser uno mismo en un entorno que presiona y dibuja nuestros límites. Hay algo increíble en sentirse libre en lugar de un rehén de la opinión pública, especialmente en la era de los trolls y el cancel culture.

El valor de tener una voz auténtica

En medio de esta vorágine digital, los columnistas enfrentan un momento increíble en cuanto a diversidad de opiniones. Pero también hay un sentimiento de miedo; el miedo a ser atacado o a no gustar. Sin embargo, creo fervientemente que debemos ser valientes para expresar ideas innovadoras. Hay que seguir denunciando la corrupción, o aquello que está mal, pero también hay que empezar a alzar la mirada y ver lo que nos rodea. No todo gira en torno a la política; hay un mundo amplio y rico más allá.

Mientras tanto, me pregunto: ¿Twitter y otras redes pueden ser vistas como una amenaza? Personalmente, creo que la verdadera amenaza radica en dejarnos influenciar por el algoritmo. Convertir el impreso en un mero reflejo de lo que se siente trending es una trampa peligrosa. Y muchas veces, ese mundo es superficial.

Mirar hacia el futuro

Como conclusión, lo que anhelo no es la desaparición de la tecnología. No. Estoy aquí para defender la idea de que la tecnología debe estar a nuestro servicio, no nosotros al de ella. La cultura y la conexión humana que aún nos queda son esenciales. ¡No dejemos que se desvanezcan!

Así que, amigos, la próxima vez que consideren sacar sus teléfonos en una reunión, piensen dos veces. Tal vez, el mejor «tuit» que podrían enviar sería una simple sonrisa hacia la persona que tienen enfrente. En este mundo digital, nunca olvidemos la importancia de conectar de verdad.

Recuerden que ser humano es el verdadero progreso. ¡Aquí estamos, al menos hasta que la inteligencia artificial decida hacernos la competencia!