La violencia vicaria es un término que muchos de nosotros preferimos ignorar, pero ¿quién puede cerrar los ojos ante la realidad desgarradora de una madre que perdió a uno de sus hijos y teme por el otro? Este es el sombrío relato de Beatriz, una mujer atrapada en un ciclo de abuso y desesperación que culminó en un evento que ha conmocionado a España. Hoy quiero compartir no solo la historia de Beatriz y sus mellizos, sino también reflexionar sobre las fallas del sistema y la sociedad ante estos casos de violencia.
La vida de Beatriz: un ciclo de abuso
Debemos entender que Beatriz no es solo una víctima, sino también un producto de un entorno hostil. Nacida y criada en Linares, una región marcada por la marginalidad y el abuso, su vida ha estado llena de violencia desde muy joven. Desde un maltratador en su juventud hasta ‘El Pakillo’, su actual pareja, Beatriz ha vivido en un ciclo de dolor que no parece tener fin. La violencia se ha convertido en una constante en su vida, y lo triste es que muchos de nosotros hemos sido testigos de situaciones similares, pero a menudo elegimos mirar hacia otro lado.
La relación con ‘El Pakillo’: amor y terror en la misma medida
La relación de Beatriz con ‘El Pakillo’ comenzó después de que él saliera de prisión. Conocidos de la infancia, su encuentro parecía ser un nuevo comienzo. Pero, como tantos romances, pronto se transformó en un jardín de espinas. Como ella misma confesó, «Me amenazaba mucho. Me decía que me mataba si le contaba a alguien lo que me hacía».
A veces, la vida te da tantas lecciones que terminas preguntándote qué más puede enseñarte. ¿Cuántas veces hemos escuchado la misma historia con diferentes nombres y rostros?
El ambiente familiar: ¿cómo es posible que no se viera lo que sucedía?
Aunque Beatriz había tenido tres hijos de dos parejas anteriores que habían sido retirados de su custodia, en el fondo de su corazón quizás aún albergaba la esperanza de que esta vez las cosas serían diferentes. Pero ‘El Pakillo’, con su comportamiento posesivo y violento, se dedicaba a desgastar esa esperanza frecuentemente.
El día que una de las criaturas salió del hospital tras sobrevivir a la brutalidad de su madre y su pareja, la situación alcanzó un nuevo nivel de horror. De repente, Beatriz se encontraba sola y desamparada en un mar de culpa y dolor, empujada por las circunstancias a convertirse en víctima y en investigada al mismo tiempo. Y, como muchas personas pueden atestiguar, los mecanismos de abuso a menudo son complejos y enredados.
Quiero hacer una pausa aquí y reflexionar sobre lo que estaba sucediendo. Por un lado, tenemos a una madre que estaba tratando de ganar dinero para sus hijos, entregándose al trabajo de limpiar casas. Y, por otro lado, su pareja, consumido por la adicción que, en lugar de aportar estabilidad, traía caos y terror al hogar. ¿No es absurdo pensar que, en medio de tanta lucha, la violencia podría ser la respuesta?
La noche del crimen: un grito silencioso
El 20 de enero de 2024, Beatriz se encontraba trabajando para poder comprar pañales y otros artículos esenciales para sus pequeños. Su relación con ‘El Pakillo’ había llegado al punto de deterioro absoluto. Mientras ella luchaba por mantener un empleo, él esperaba en casa, ansioso por el dinero que necesitaba para comprar droga. En su mente, la idea de que ella debería estar siempre disponible para él era la norma.
La cosa parecía ir de mal en peor. Beatriz, que había dejado a sus hijos al cuidado de ‘El Pakillo’, recibió una serie de mensajes amenazadores. Era la típica situación desgarradora que muchas mujeres enfrentan, donde la violencia se encuentra arraigada en la relación, como una maleza en un jardín abandonado. ¿Por qué hay tanto miedo y desesperación que lleva a muchas personas a permanecer con sus abusadores?
La tragedia de la violencia vicaria: un ciclo vicioso
Lo que ocurrió ese día está grabado a fuego en la memoria de Beatriz: «Me hizo siete u ocho llamadas. Cuando llegué a casa, encontré a mi hijo en el sofá». La autopsia reveló lo inimaginable; un niño de tan solo 2 años había sido asfixiado. La brutalidad de esta acción ha dejado a la comunidad en estado de shock. Esto no es solo un caso; es un grito de auxilio que resuena a lo largo y ancho de nuestro país.
Recientemente, se ha hablado mucho sobre la violencia vicaria, un fenómeno que lamentablemente está en aumento. Se refiere al uso de los hijos por parte del maltratador para hacer daño emocional a la pareja. Pero, ¿y las víctimas? ¿Qué protección tienen?
La respuesta del sistema: ¿dónde quedaron los mecanismos de protección?
A pesar de que Beatriz había sido parte del sistema de atención a víctimas de violencia de género, algo claramente falló. ¿Por qué no se estaba supervisando adecuadamente su situación? ¿Es posible que el sistema haya fracasado al no proporcionar el apoyo necesario para salvar a esos niños?
Las autoridades, que deberían haber actuado, se pasaron la pelota entre la Concejalía de Servicios Sociales y la de Infancia. En lugar de actuar de manera proactiva, se limitaron a seguir procedimientos burocráticos que no cambiaron la vida de Beatriz y sus hijos. ¿Cuántas historias más se han perdido en el laberinto burocrático de nuestra sociedad?
Al mirar hacia el futuro, es evidente que se necesita una revisión crítica de las leyes y procedimientos que rigen la protección de menores en situaciones similares. Seguir adelante como si nada hubiera pasado tampoco es una opción. Se necesita concienciación social y educación para romper el ciclo de violencia.
Reflexión final: el costo de la indiferencia
La devastadora historia de Beatriz, ‘El Pakillo’ y sus melancólicos mellizos es un espejo en el que muchos de nosotros tenemos que enfrentarnos a nuestra propia indiferencia. A veces, la vida es brutal y nos empuja a tomar decisiones inconcebibles. Otras veces, es nuestra falta de acción la que lleva a que estas tragedias se repitan.
Así que les pregunto: Si no empezamos a escuchar, a apoyar y a cambiar, ¿quién lo hará? A medida que seguimos enfrentando la realidad de la violencia vicaria, se hace evidente que no se trata solo de un caso aislado. Es un recordatorio de que, como sociedad, debemos estar más alerta y ser más empáticos.
Es tiempo de romper el ciclo y de proporcionar un espacio donde todas las voces sean escuchadas. Solo así podremos construir un futuro donde historias como la de Beatriz ya no sean la norma, sino más bien un lejano recuerdo.