La política, con su complejidad y dramatismo, a menudo parece sacada de un guion de telenovela. Y, siendo honesto, ¡a veces uno se siente como si estuviera viendo los episodios de una serie en bucle! Esto es exactamente lo que sentimos cuando la noticia de la dimisión de Íñigo Errejón cayó como una bomba en el escenario político español. A las 14:33 horas del jueves, el ya exdirigente de Sumar anunció su renuncia en un mensaje en X (anteriormente Twitter). Pero, ¿qué pasó realmente? ¿Y por qué esta situación es un reflejo de un problema más profundo?
Un resumen de la situación
Para entender el impacto de su dimisión, primero echemos un vistazo a las acusaciones que llevaron a esta crisis. Todo comenzó con un post anónimo en redes sociales, donde se afirmó que un «político muy conocido de Madrid» era un «maltratador psicológico». Aunque mantiene una naturaleza ambigua, la mención a Errejón era inminente entre los círculos de Sumar. En consecuencia, las diputadas y compañeras de Errejón le comenzaron a exigir respuestas. Imaginen el clima en el partido, es como si todos estuvieran pegados a sus pantallas al estilo gladiadores romanos, listos para escuchar el próximo lance.
Finalmente, Errejón admitió tener “comportamientos machistas”, pero negó cualquier hecho delictivo. Sin embargo, las cosas se complicaron aún más cuando la actriz Elisa Mouliaá salió a denunciar públicamente que había sido víctima de acoso sexual por parte de Errejón, lo que intensificó la presión para que renunciara.
Los detalles que no se deben pasar por alto
Las afirmaciones de Mouliaá son gravísimas. Ella describe un encuentro donde Errejón supuestamente adoptó una «actitud dominante» durante una fiesta, incluso señalando que llegó a cerrarle la puerta para impedir que se fuera. Este tipo de comportamientos pone de manifiesto una dinámica de poder en la que muchos hombres, ya sea con intenciones maliciosas o simplemente por ignorancia, suelen caer. La ceguera hacia el acoso se presenta en muchas formas, y en esta ocasión, la voz de Mouliaá resuena como un grito de alarma que no se puede ignorar.
La importancia de escuchar a las víctimas
Como alguien que ha presenciado en primera persona la valentía de las mujeres que se atreven a hablar, sé que hay una montaña de trabajo que aún debemos afrontar como sociedad. Cada vez que una mujer da un paso al frente, se enfrenta no solo al juicio de los demás, sino también a las dudas internas que muchas veces les generan sentimientos de culpa o vergüenza. Pero, ¿por qué debería ser así? La verdad es que el estigma del silencio pesa más que las palabras.
Así, la dimisión de Errejón y las posteriores reacciones de personas como Yolanda Díaz, ministra de Trabajo y líder de Sumar, son cruciales. “Nuestro compromiso contra el machismo y por una sociedad feminista es firme y sin excepciones”, afirmó Díaz tras la renuncia de Errejón. Este nivel de compromiso es esencial. Cuando los líderes son transparentes y apoyan a las víctimas, estamos un paso más cerca de erradicar la cultura del silencio y el encubrimiento.
Reflexionando sobre el machismo en la política
Pero, ¿qué hay del machismo en la política? Este fenómeno no es nuevo, y obviamente no se limita únicamente a España. Recientemente hemos visto cómo figuras en diversos países han tenido que rendir cuentas por comportamientos que perpetúan este tipo de cultura. Al final, no se trata sólo de Errejón, sino de un sistema que muchas veces permite que estos comportamientos florezcan.
Es como esa planta que sigue brotando a pesar de que la lluvia ha sido escasa. Aunque se hacen esfuerzos, las raíces del machismo son profundas y necesitan más que solo palabras para ser eliminadas. Denunciar es un paso, pero también debemos asegurarnos de que quienes están en posiciones de poder comprendan su responsabilidad.
Las reacciones que siguieron
Tras la dimisión de Errejón, Más Madrid se encontró en una especie de efecto dominó. La diputada Loreto Arenillas, quien había sido acusada de encubrimiento en un caso anterior relacionado con Errejón, también fue cesada. Y aquí es donde se produce otro giro dramático: Arenillas argumentó que estaba siendo víctima de una “campaña de mentiras”. ¿No nos recuerda esto a las historias de reveses e intrigas propias de una historia de José Luis Garci?
Esto podría llevarnos a preguntarnos: ¿es posible que algunas personas apoyen inconscientemente actitudes dañinas, incluso mientras protestan en su contra? La falta de responsabilidad y la cultura de encubrimiento son herramientas que perpetúan la violencia. Para terminar con esto, debemos cuestionar no sólo a quienes están acusados, sino también a los que eligen guardar silencio.
Lo que podemos aprender de esta situación
Al final del día, lo que ocurrió con Errejón puede servir como un espejo para muchas organizaciones y partidos políticos. Las acusaciones lo llevan a un lugar de humildad, donde no sólo debe reflexionar sobre sus propias acciones, sino también contribuir a una cultura donde se escuche y apoye a las víctimas. Para eso, las organizaciones deben estar dispuestas a implementar políticas claras sobre acoso y violencia de género. Reconocer el problema es el primer paso, pero condenarlo y actuar es lo que realmente lo cambiará.
Ahora, ¿por qué debemos mantener esta discusión viva? ¿Es porque la noticia está de moda? No, es porque cada historia representa un grito en busca de justicia. ¿Cuántas más se quedarán sin contar si no lo hacemos? Las voces de las víctimas deben ser la base de nuestro camino hacia adelante, y nunca lo contrario.
Conclusiones
Así que, mientras observamos al joven político caer de su pedestal, debemos preguntar: ¿a qué le estamos dando poder? La política, a menudo idealizada como un espacio donde se forjan ideales y se implementa el cambio, se convierte en un terreno fértil para viejos hábitos, que, como el buen vino, se marchitan con el tiempo. Necesitamos cambios radicales, y eso comienza con la valentía de confrontar y denunciar.
Y si bien Errejón ya no está en el escenario, su caso debe permanecer en la mente de todos. La lucha contra el machismo y la violencia de género no termina aquí; es un compromiso diario. Sumar debe seguir demostrando que su ética es más que simple retórica. Así que, mantengamos el debate vivo y asegurémonos de que cada voz se escuche, porque en esta historia, la única forma de avanzar es juntos. ¿Y tú, qué harías en su lugar?