En el impredecible teatro político de Estados Unidos, siempre hay un protagonismo que no se puede pasar por alto: Donald Trump. Desde que se lanzó a la contienda presidencial en 2016, su figura ha sido objeto de fervientes debates y análisis. Hoy, quiero adentrarme en cómo su inquebrantable mantra de que «si eres famoso, puedes hacer cualquier cosa» ha moldeado la política moderna, alterando nuestra percepción sobre la moralidad, el poder y la forma en que se perciben las instituciones.

La frase que cambió todo: «puedes dispararle a alguien»

Cuando Trump mencionó que podía «dispararle a alguien en la Quinta Avenida» y salir ileso, muchos pensaron que era una hipérbole de un político excentrico (y sí, también un poco cómico). Sin embargo, después de varios años observando su trayectoria, me doy cuenta de que esta afirmación no fue solo una broma; revelaba su confianza, y quizás también su comprensión de la cultura de la celebridad en la que vivimos.

¿No les ha pasado alguna vez que conocieron a alguien famoso y sintieron que tenían que comportarse de manera diferente? ¿O simplemente asumieron que podían salirse con la suya gracias a su estatus? Personalmente, recuerdo una vez que traté de hacerme el gracioso en una fiesta donde estaba un famoso y, en lugar de reír, el tipo me ignoró por completo. ¡Se siente rarísimo! Pero lo que esta experiencia me enseñó es que el estrellato puede conferir una especie de inmunidad social.

El fenómeno de la inmunidad

La inmunidad que Trump parece haber cosechado, al menos desde su perspectiva, va más allá de la risa. Se abre un debate profundo: ¿las celebridades y las figuras públicas están exentas de las normas que rigen al resto de la humanidad? Aquí es donde se vuelve interesante. Tan pronto como un famoso da un paso en falso, ya lo esperan los paparazzis y las redes sociales para desmenuzar el asunto. Por otro lado, muchas personas parecen aceptar sus errores o simplemente adoptar un enfoque de «es parte del juego».

Un ejemplo palpable podría ser lo que le sucedió a varias figuras mediáticas durante el período de la pandemia, donde el uso irresponsable de la fama, como las fiestas masivas, fue más bien perdonado o minimizado, como en el caso del cumpleaños de Kim Kardashian. ¿Por qué? Porque el glamour parece tener su propio conjunto de reglas.

Las instituciones americanas: ¿tijeras en la cima?

Por otro lado, cada vez me parece más evidente que las instituciones que pensábamos que serían los guardianes de la ética y la ley han adquirido un papel más bien secundario. ¿Escucharon sobre los resultados de la última elección? ¡Quién diría que un ex-presidente podría enfrentarse a la justicia y seguir siendo una figura central, incluso para sus opositores! Si esto no es poder, no sé qué lo es.

Las instituciones, desde el Congreso hasta los organismos de control ético, parecen estar adaptándose a un nuevo tipo de realidad donde el espectáculo vence a la sobriedad. Al fin y al cabo, ¿quién necesita la verdad cuando el espectáculo está garantizado? Es cuestionable y, para muchos, frustrante.

Un giro de eventos: la realidad ahora

Algunas de las críticas más intensas hacia Trump provienen en realidad de la contradicción que hay entre lo que él representa y lo que deberíamos esperar de las figuras públicas. Si hay algo que todos podemos acordar es que, durante su administración, se ensanchó la distancia entre el poder político y el poder mediático. Los dos, antes rivales, ahora parecen ser compañeros de una danza grotesca.

En 2023, ¿cuántas veces hemos visto a los políticos volviéndose influencers? ¡Es como si la misma moralidad fuera una app más en su teléfono! ¿Dónde queda eso que solíamos considerar humilde y concertado? ¿Cambiará esto alguna vez?

Un casting de personajes políticos

A medida que observamos el teatro, no podemos ignorar los personajes que giran en torno al protagonista. Cada figura política parece tener un rol asignado. Por ejemplo, ¿qué tal el resto de los aspirantes a la presidencia? ¿Mexicano? ¿La vicepresidenta? Cada uno tomando su lugar en este escenario cada vez más viral. Y si algo se ha sembrado en este terreno es la rivalidad: ¡quién tiene más likes!

Así que, cuando te preguntas “¿por qué sigue siendo relevante?”, la respuesta podría ser que Donald Trump ha logrado convertirse en un ícono, una especie de marca personal en su propia contienda política. ¿Lo vemos como una abominación o como un atractivo?

La dualidad de la identificación

Siempre hay un riesgo en la polarización de opiniones en el mundo moderno. Es verdad que muchos se sienten atraídos por él y su estilo singular, mientras que otros lo repelen con la misma intensidad. Esto nos lleva a otro juego insólito: el efecto de la referencia. ¿Cuántas veces has oído a alguien decir «me gusta su estilo, aunque no estoy de acuerdo»? Esa es la dualidad de la identificación personal, una confusión que da mucho que pensar.

Al final del día, tenemos que preguntarnos, ¿es realmente él el problema, o somos nosotros como sociedad los que hemos permitido que se convierta en esto? Las redes sociales están llenas de gente que se aferra a una visión simplificada de los problemas.

Una nueva moralidad

Uno de los aspectos más interesantes del ascenso político de Trump ha sido cómo ha modificado nuestra percepción de la moralidad en la política. Antes de su llegada, había muchas más normas tácitas sobre cómo debía proceder un político. Algo tan simple como ser honesto, por ejemplo, se convirtió en un desafío. La pregunta es: ¿vamos a continuar en esta dirección, o habrá un cambio radical en la forma en que nos acercamos a la política?

Tal vez esta idea de que ser famoso otorga licencia para actuar o “salirse con la suya” esté más marcada de lo que pensamos. Quizás esté arraigada en el tejido de nuestra cultura. Y mientras tanto, aquí estamos, observando el espectáculo, preguntándonos cómo llegamos a este punto.

La risa como refugio

No me malinterpreten, todos necesitamos risas en nuestra vida. No hay nada como un buen show de stand-up para aliviar la tensión política. Pero, ¿hasta qué punto la cultura de la risa, el meme y el humor puede influir en cómo percibimos la política y a sus actores?

Nos reímos de las situaciones absurdas y de los personajes fallidos, y eso inevitablemente se convierte en una parte de nuestra narrativa colectiva. Del mismo modo que Trump ha contribuido a una atmósfera de escándalo, lo ha hecho con una buena dosis de humor involuntario, dándole un giro casi “cómico” a muchas de sus acciones.

Reflexiones finales: ¿es el espectáculo todo?

Mientras nos acercamos al final de esta exploración, no puedo evitar preguntarme: ¿es el espectáculo de la política en Estados Unidos ahora algo inevitable? ¿Se ha vuelto una parte fundamental de la cultura? No hay duda de que la «celebridad» y la «fama» han añadido un nuevo nivel de complejidad al juego político, y eso tiene implicaciones tanto positivas como negativas.

Como sociedad, debemos estar atentos a estas dinámicas. La forma en que percibimos a nuestros líderes y cómo ellos, a su vez, actúan en respuesta está cambiando. Quizá el camino hacia adelante no se trate solamente de electrizar la política, sino de buscar una nueva forma de compromiso que impida que el poder y la fama neutralicen el significado de la moralidad.

En un mundo donde ser famoso puede tejer un manto de inmunidad, ¿cómo podemos, en nuestras propias vidas, insistir en que el respeto y la ética sigan siendo fundamentales? La respuesta está en cada uno de nosotros, en nuestras interacciones, elecciones y, por supuesto, nuestras opiniones. Entonces, ¿qué opinas? ¿Has encontrado alguna vez un momento en el que pensaste que la fama o el poder podían hacer que el respeto se diluyera?

A lo largo de nuestra historia, hemos visto que el poder es complejo. Algunos dirían que deberíamos luchar por un mundo donde la moralidad no sea sólo un lujo que los privilegiados pueden permitirse, ¿verdad? Tal vez, solo tal vez, la política y el espectáculo pueden encontrar una forma de coexistir que beneficie a la sociedad en lugar de dañarla. Pero eso es, por supuesto, otra historia.