En un mundo donde la transparencia y la justicia parecen ser valores cada vez más, ¿cómo es posible que un cardenal de la Iglesia católica como Juan Luis Cipriani, con acusaciones de pederastia en su pasado, todavía reciba condecoraciones y reconocimiento? El tema ha sido objeto de debates y movilizaciones en los últimos años, y este artículo tiene como objetivo arrojar algo de luz sobre esta oscura cuestión que sigue manchando a la Iglesia.

Un relato que duele: el silencio y la complicidad

Todo comienza con la investigación que El País inició en 2018 sobre la pederastia en la Iglesia española. Desde entonces, se ha creado una base de datos con todos los casos documentados. Sin embargo, las víctimas a menudo se enfrentan a un muro de silencio, y en ocasiones, incluso al rechazo por parte de sus instituciones.

Recuerdo una charla que tuve con un amigo, un exseminarista que decidió abandonar su vocación al ver cómo el sistema priorizaba la lealtad y el “nombre de la Iglesia” por encima de la dignidad de las personas. «Para ellos, es más importante proteger la institución que la humanidad debajo de ella», decía. Una afirmación que, tristemente, parece encajar perfectamente con el caso de Cipriani.

En efecto, este cardenal peruano, una figura poderosa en la Iglesia y uno de los líderes del Opus Dei, ha estado en el ojo del huracán desde que se revelaron las acusaciones de abuso sexual en su contra. Aunque el cardenal alegó ser inocente y criticó al Papa Francisco por no haberlo escuchado antes de imponerle un precepto penal en 2019, el impacto de sus acciones y su legado siguen afectando a innumerables individuos.

Un papel polémico: Cipriani y el Opus Dei

Juan Luis Cipriani no es solo un cardenal; su influencia se extiende más allá de la iglesia católica, tocando aspectos de la política y la sociedad en Perú. De hecho, su relación con el exdictador Alberto Fujimori le ha valido tanto lealtades como críticas. ¿Es esta la persona que debería llevar la voz de la moralidad y la ética en la sociedad?

Imagina recibir una condecoración al mérito en el Ayuntamiento de Lima mientras las acusaciones de abuso persiguen tu nombre. Eso fue exactamente lo que ocurrió el 7 de enero, cuando Cipriani recibió tal honor de manos del alcalde Rafael López Aliaga. Cabe preguntarse, ¿la medalla brilla menos por el escándalo que la rodea?

La municipleidad de Lima, junto con la Conferencia Episcopal Peruana, guardaron silencio ante las reacciones del público que pedía la retirada de este reconocimiento. Cuando un sistema se aferra al poder y evita enfrentar sus problemas notorios, es cuando la complicidad se vuelve innegable.

Denuncias que cruzan el tiempo

Las acusaciones datan de 1983, donde un joven que tenía entre 16 y 17 años alegó haber sido abusado por Cipriani en un centro del Opus Dei. La historia es desgarradora: el joven aseguró que durante la confesión, Cipriani llevó a cabo tocamientos inapropiados. Podría parecer una anécdota aislada, pero esta y otros testimonios revelan un patrón inquietante que la iglesia ha intentado ignorar o minimizar.

El vicario regional del Opus Dei, Ángel Gómez-Hortigüela, admitió que no hay registro formal de una denuncia en aquel entonces. Sin embargo, su disculpa llega demasiado tarde: ¿de qué sirve el reconocimiento si el daño ya está hecho?

Recuerdo una historia similar que leí hace algunos años sobre un sacerdote en una comunidad pequeña que abusó de su poder y, en lugar de ser detenido, fue trasladado a otra parroquia. Hasta el día de hoy, las comunidades deben lidiar con el efecto dominó de estos escándalos.

La reacción del Vaticano: ¿justicia o diplomacia?

Cuando el Papa Francisco recibió la carta del denunciante en 2018, actuó rápidamente. Enviando un sacerdote de confianza para investigar el caso, el Pontífice parece haber dado un paso hacia la justicia. Sin embargo, cuando Cipriani fue obligado a retirarse, parece que el Vaticano enfrentó un dilema entre la humildad de admitir errores y la necesidad de proteger sus propios intereses.

Las declaraciones de Cipriani tras el escándalo destilan bravura. “Nunca he abusado sexualmente de nadie”, se defendió con vehemencia. Pero, ¿acaso la indignación retórica puede borrar las cicatrices que su pasado ha dejado en tantas víctimas?

El Papa, tras la controversia, reafirmó que las sanciones impuestas a Cipriani siguen vigentes. Sin embargo, la falta de medidas efectivas para proteger a quienes denuncian y la absolución de aquellos que, como Cipriani, han acumulado poder y prestigio, suscitan múltiples interrogantes.

La lucha continúa: el eco de las víctimas

Los testimonios de quienes han sido víctimas de abuso tienen un peso significativo en esta narrativa. ¿Por qué tantas voces siguen siendo silenciadas? Las y los sobrevivientes merecen un espacio donde sus historias sean escuchadas y creídas. Como sociedad, es nuestro deber crear un entorno en el que el abuso sea denunciado y, más importante aún, sancionado.

A medida que el movimiento para desenmascarar la pederastia en la iglesia cobra fuerza, la respuesta a estos temas se vuelve urgente. Las víctimas han levantado la voz, y aunque algunos intenten arrebatarles su historia, hay un cambio en la narrativa. La empatía y la verdad, con sus verdades incómodas, están comenzando a ganar terreno.

Como observador de la lucha contra el abuso sexual, no puedo dejar de sentirme frustrado por cómo las instituciones han manejado estas denuncias. Hay un anhelo palpable de redención y una disculpa verdadera, no solo en palabras, sino en acciones.

Un futuro incierto

Mientas el mundo avanza hacia una era en la que la transparencia y la verdad son cada vez más demandadas, las instituciones tradicionales continúan luchando contra sus propios demonios. El caso de Cipriani es solo uno de los muchos que continúan siendo un recordatorio de la necesidad de transformación y responsabilidad dentro de la Iglesia.

La pregunta que queda es: ¿están dispuestos a enfrentar la realidad y asumir la responsabilidad de sus errores pasados? La respuesta a eso podría definir el futuro de millones de fieles que buscan un espacio seguro.

Mientras tanto, las víctimas seguirán alzando sus voces. Se negarán a ser tratadas como cuentos de hadas olvidados que se cernían en la oscuridad. La lucha por justicia será su legado, y con cada paso, el mundo se volverá un lugar más justo y seguro para todos.

Así que, querido lector, si encuentras alguna vez la oportunidad de alzar la voz, hazlo. No solo por ti, sino por aquellos que aún ni siquiera se atreven a mencionar los nombres de sus abusadores. La justicia siempre tiene un valor que nadie debería poder medir. ¿Tú qué opinas?