El 3 de julio de 2021 quedó grabado en la memoria de muchos, no solo por la pérdida de una vida, sino por la crueldad y la impunidad que aún asolan a las comunidades LGTB+. La reciente sentencia de la Audiencia de A Coruña, que condena a los responsables del asesinato de Samuel Luiz a un total de 74 años y medio de cárcel, plantea muchas preguntas sobre la justicia, la empatía y la lucha por los derechos humanos. Pero, ¿realmente se ha hecho justicia?

Una noche trágica: ¿qué pasó realmente?

Imagina que sales a disfrutar una noche en el entorno que te resulta familiar, como el paseo marítimo de tu ciudad. Te ríes con amigos, comentarios jocosos, alguna que otra grabación para tus historias de Instagram… ¡ahora eso suena divertido, ¿verdad? Pero lo que sucedió esa noche fue un asesinato brutal. Todo porque Samuel estaba haciendo una videollamada con una amiga, y un grupo de hombres decidió que su orientación sexual era un motivo suficiente para desatar una violencia inhumana.

La jueza Elena Fernanda Pastor Novo dictaminó que uno de los agresores, Diego Montaña, había sido el principal autor del crimen. Golpeó a Samuel mientras le decía: «Deja de grabar, a ver si te voy a matar, maricón». ¿Cómo puede haber gente que use esas palabras y crean que son validas? Un ataque sin provocación, simplemente por el odio que otros llevan en su corazón.

El veredicto: ¿un paso adelante o dos atrás?

Las condenas individuales varían entre los 10 y 24 años de cárcel. Mientras que Diego Montaña recibe la pena más alta, con 24 años por asesinato, otros, como Alejandro Míguez, se llevaron una condena comparativamente baja de 10 años, a pesar de que su rol fue esencial para facilitar el ataque. ¿Es la ley justa, entonces?

La falta de empatía y la crueldad

La jueza fue clara al hablar sobre la falta de empatía que los condenados mostraron no solo durante el ataque, sino también después de este. La decisión de dejar a Samuel agonizando, tendido en el suelo, con el rostro ensangrentado, revela un nivel de deshumanización que no debería ser aceptable en ninguna sociedad. Esto no es solo un ataque a una persona: es un reflejo de cómo la cultura del odio puede manifestarse en la vida real.

Las sombras del odio

Una de las cosas más escalofriantes de este caso es cuán fácilmente se desatan los monstruos que llevamos dentro. Cada uno de nosotros ha sentido odio en algún momento de la vida. Alguna vez he mirado con desprecio a alguien por una camiseta ridícula o una elección de música. Pero, ¿cómo se transforma ese desprecio en una agresión brutal? Me resulta difícil entenderlo, pero lo que sí sé es que esto ha sido alimentado por un entorno donde el odio hacia las comunidades LGTB+ se normaliza.

En 2021, muchas partes del mundo veían avances en los derechos LGTB+, pero este crimen trajo a la luz cómo las actitudes antiguas todavía persisten en la sociedad. Todos recordamos aquel momento de la marcha del Orgullo en nuestros respectivos lugares, celebrando la diversidad. Pero, ¿qué pasa cuando esa celebración se encuentra con el odio ciego?

La respuesta social: movilización y solidaridad

La reacción a la sentencia no se ha hecho esperar. Manifestaciones en apoyo a la familia de Samuel y en contra de la violencia homófoba han surgido en diferentes ciudades. Este tipo de respuesta social es crucial; cuando una comunidad se une, se envía un poderoso mensaje de que el odio no tendrá cabida. Siempre que veo a la gente unida en defensa de sus derechos, me da una chispa de esperanza. Quizás, solo quizás, podamos cambiar el rumbo.

Incluso la ministra de Igualdad, Irene Montero, hizo eco de la necesidad de combatir la homofobia y la violencia en todas sus formas. No se trata solo de la condena a los agresores, sino de un llamado a reflexionar sobre cómo prevenir que tales atrocidades se repitan. ¿Estamos haciendo lo suficiente? ¿Estamos educando a las nuevas generaciones sobre el respeto y la aceptación?

Las víctimas invisibles

Samuel no fue la única víctima. Su familia, sus amigos y todos aquellos que se sintieron representados por él, cargan con la tragedia de su pérdida. Las secuelas psicológicas de este tipo de crímenes son profundas y duraderas. Se nos olvida que detrás de cada número y cada sentencia hay historias de amor y vidas destrozadas. ¿Cuántas familias tienen que sufrir antes de que la sociedad tome cartas en el asunto?

Los psicólogos advierten sobre los efectos que el crimen homófobo tiene en las comunidades LGTB+. La sensación de inseguridad, el miedo a ser quien verdaderamente son y la ominosa sombra de lo que podría pasar si se expresan abiertamente su identidad son el pan de cada día. Desgraciadamente, cada vez que escucho historias como la de Samuel, me duele pensar en los muchos que no tienen el valor de ser ellos mismos.

Una lucha interminable

Así que aquí estamos, lidiando con las secuelas de un crimen horrendo y la lucha aún por los derechos humanos básicos de todas las personas, sin importar su orientación sexual. Estamos en tiempos de urgencia. Los eventos no solo nos muestran la necesidad de justicia, sino que también destacan cómo necesitamos construir una sociedad más inclusiva y empática.

La condena a los acusados es una parte de este camino, pero debemos tener en cuenta que esto no es solo una cuestión de penas y sentencias. Esto es un llamado a la acción para todos nosotros. Ya sea en una conversación casual, en nuestras redes sociales o en protestas, cada pequeño acto cuenta.

Conclusión: una mirada hacia el futuro

Reflexionando sobre todo esto, me pregunto si algún día podremos mirar atrás y contar esta historia como un capítulo superado en nuestra lucha por la igualdad. Sin embargo, eso solo sucederá si cada uno de nosotros decide tomar parte activa en la creación de un ambiente donde el odio no tenga cabida.

Las vidas de las personas LGTB+ no deben ser una característica en un titular sensacionalista. Debemos ser proactivos, no solo en responder a crímenes como el de Samuel, sino en la educación, la empatía y la promoción de la diversidad. ¿Está nuestra sociedad dispuesta a cambiar? La respuesta parece lejana, pero mientras haya personas dispuestas a luchar por el amor y la aceptación, hay esperanza.

Finalmente, recordar a Samuel no debería ser solo un recuerdo de lo trágico, sino un impulso para seguir adelante, mejorar, educar y, sobre todo, amar con más intensidad. A fin de cuentas, todos estamos en esto juntos.