El terrorismo tiene la increíble habilidad de dejar huellas indelebles en la sociedad. Pero, ¿alguna vez te has preguntado cómo viven las personas que deben resguardarse de esta amenaza? En el caso del País Vasco, la historia es dolorosa y compleja. Con el fin de ETA en 2011, surgió una nueva realidad para políticas y figuras públicas que se habían visto obligadas a convivir con el miedo, la ansiedad y, en ocasiones, el horror. En este artículo, exploraremos cómo la escolta de concejales, líderes políticos y ciudadanos se convirtió en una necesidad y cómo su legado aún resuena en la actualidad.

El inicio de una era peligrosa: el terror de ETA

La historia comienza a tomar un giro oscuro en los años 70 y 80 con la actividad del grupo terrorista ETA. El asesinato de personalidades que defendían la democracia propició que el Gobierno de José María Aznar decidiera implementar medidas de seguridad para proteger a los funcionarios y ciudadanos amenazados. Uno de los momentos más horrendo y conmovedores fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997, un servidor público cuyo fallecimiento se convirtió en un clamor nacional por la paz y la libertad.

¿Recuerdas cómo, a menudo, los noticieros se interrumpían para informar de crímenes violentos, dejando a la audiencia en un estado de shock? Mi abuela solía decir, “Es como una película de terror, pero en la vida real.” Ella tenía razón.

Evolución de las medidas de seguridad

Con el aumento de las amenazas, se hizo evidente que no podían depender únicamente de las Fuerzas de Seguridad del estado. Fue así como, en 2000, se decidió ampliar el número de escoltas a todos los concejales y candidatos de los partidos constitucionalistas. El mismo año más de 300 personas estaban bajo algún nivel de protección, cifra que aumentó a 1.500 en una década. A veces me pregunto cómo sería vivir con una sombra constante asignada a ti. ¿No es un poco como tener a tu propio sirviente en una película de acción, pero con una amenaza seria?

El costo de la seguridad

Algo que pocos consideran es el costo de este despliegue de seguridad. En los primeros años, un escolta podía cobrar hasta 6.000 euros al mes, y el coste bruto del servicio de seguridad podía llegar a los 300.000 euros. Durante los primeros años de protección, el gasto en seguridad privada ascendió a la escalofriante cifra de 1.625 millones de euros. ¡Imagínate lo que podría hacerse con ese dinero! Se podría financiar más de un par de proyectos innovadores.

Pero claro, la seguridad no tiene precio, y la vida de un ser humano es inestimable.

El caos inicial y la necesidad de regulación

Con el auge de empresas de seguridad privada, la cosa se salió de control. Los escoltas a menudo reportaban haciendo lo que les parecía, y la coordinación con las fuerzas de seguridad era casi inexistente. Visualiza un grupo de guerreros sin un verdadero líder, cada cual haciendo lo que quiere. La anarquía no es solo un concepto filosófico, es real. Con este tipo de situaciones, era vital establecer un centro de coordinación de escoltas en Bilbao, el cual permitió formalizar días y horarios de salida y llegada, así como la deber de reportar cualquier situación sospechosa.

Sobre esto, un conocido mío antes mencionó que su hermano era escolta en esos tiempos, y él recordaba cómo una vez se perdió en el camino debido a la falta de coordinación y terminó tomando un café en una gasolinera en vez de cumplir con su deber. ¡Las cosas se pueden poner complicadas!

La psicología del miedo

El miedo era palpable en muchas comunidades, impactando no solo a los concejales y candidatos, sino también a sus familias. Esta sensación de indefensión pudo desincentivar muchas aspiraciones de participación política. Si te dijeran que podrías ser asesinado por simplemente hacer tu trabajo, ¿te atreverías a presentarte a unas elecciones? La denuncia de este miedo se hizo sentir en la política, y aún así, muchos decidieron mantenerse firmes. La valentía, por tanto, no se mide solo en términos de fuerza, sino también en la capacidad de enfrentarse a situaciones temidas.

Cuando escucho estas historias, me doy cuenta de cuánto se necesita la empatía en la política. No se trata solo de proteger a unas figuras públicas, sino de asegurarse de que quienes deberían tener voz tengan la oportunidad de ser escuchados.

La gestión de la protección: entre la crisis y la eficiencia

Con el fin de la actividad terrorista de ETA en 2011, comenzó la etapa de re-evaluación de las medidas de seguridad. En el contexto de una crisis económica, el entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, mandó reducir drásticamente el número de escoltas. De hecho, se estableció como objetivo recortar el número en un 50%. Esta decisión fue difícil, pero necesaria desde el punto de vista económico.

Pero, ¿qué pasaba con la seguridad de aquellos que seguían siendo víctimas de amenazas? Aquí fue donde comenzaron los dilemas éticos y afectivos. Imagina recibir la noticia de que tu escolta, quien había compartido contigo buenos y malos momentos, sería retirado por razones administrativas en vez de estrategias de seguridad. ¿Cómo te sentirías?

La sensación de traición

Los recortes en la protección no fueron bien recibidos. La retirada de seguridad fue interpretada como una traición por algunos afectados. «Si me matan, mi sangre caerá sobre sus hombros», expresaba visiblemente molesta una mujer que había sido previamente protegida. La falta de comprensión sobre la injusticia políticas que aquellos profesionales experimentaban es un recordatorio de lo delicado que puede ser el tejido social tras años de conflicto.

Es en esos momentos cuando la valentía se transforma en vulnerabilidad, y los ecos de gritos de ayuda pueden ser escuchados en el silencio de la indiferencia. A veces, en situaciones difíciles, es fácil olvidar que detrás del puesto hay un ser humano con miedos, sueños y la necesidad de protección.

Reflexionando sobre el futuro

Con la transición hacia un nuevo marco de seguridad, la vida de los escoltas también cambió. Muchos de ellos esperaban un reconocimiento por sus años de servicio en un contexto de peligrosidad extrema, pero en su lugar se encontraron con la incertidumbre. Promesas de reciclaje en la vigilancia de las prisiones o en espacios de seguridad en empresas nunca se concretaron, dejando al colectivo con un sentimiento profundo de injusticia.

¿Y ahora qué? ¿Cómo se negocia la vida con el estigma del terror? Construir una sociedad sin miedo es un proceso que requiere colaboración. Las supervisiones, las coordinaciones, y las decisiones acerca de quienes se protegen deben ser un tema de debate abierto y honesto.

Conclusión

La historia de los escoltas en el País Vasco durante y después de la era de ETA no solo es un relato de supervivencia, sino también de la lucha por un ideal democrático. Se convirtieron en guardianes de la libertad en medio del caos, permitiendo que las voces de aquellos que se oponían al nacionalismo vasco fueran escuchadas.

Tener un escolta puede sonar glamuroso, pero pienso en ellos como las luces de un faro en la oscuridad, mucho más que una sombra en la vida de otra persona. La lucha por la paz, la democracia y la seguridad continúa, y cada nuevo día trae consigo más historias de valentía y superación. Así que, cuando pienses en la vida política y los riesgos que enfrenta, recuerda también a aquellos que, aunque en segundo plano, sostienen la estructura de nuestra sociedad y la democracia que valoramos tanto.