Recordar algunos fragmentos de nuestra infancia puede ser, para muchos, como abrir un baúl repleto de tesoros olvidados. Ah, Érase una vez… la vida, esa serie que antes de aprender sobre anatomía me enseñó, de manera curiosamente efectiva, cómo funcionaba el cuerpo humano. ¿Quién no se ha emocionado viendo a los glóbulos rojos atravesando venas, como si fueran aventureros en una misión épica? Sin embargo, al recordar esos días, me doy cuenta de cómo nuestro entendimiento del cuerpo y de nosotros mismos ha evolucionado tanto desde entonces.
A medida que crecemos, también lo hace nuestra manera de comprender las emociones y la sociedad que nos rodea. Con la reciente llegada de Del revés (Inside Out) a nuestras pantallas, esa discusión se ha vuelto aún más pertinente. La forma en que representan el cuerpo humano, nuestros sentimientos y cómo nos relacionamos entre nosotros ha cambiado radicalmente; nos están diciendo mucho más sobre quiénes somos y cómo nos sentimos en este caótico mundo moderno.
De la fábrica a la empresa: una mirada crítica al cuerpo humano
Si bien Érase una vez… la vida nos hizo ver el cuerpo como un engranaje perfectamente afinado, movido por la obediencia y el compromiso social (gracias a una mano invisible de médicos, científicos y narradores); Del revés asume un enfoque diez veces más moderno: un Consejo de Administración emocional, ¡donde las emociones son las que tienen voz y voto!
Piénsalo por un momento. Mientras que los glóbulos rojos eran los «trabajadores» que tenían su lugar claramente definido, los nuevos «gestores emocionales» de Del revés (Alegría, Tristeza, Ira, Miedo y Desagrado) funcionan casi como un grupo de consejeros ejecutivos. Ya no están solo para seguir el deber social, sino para gestionar el bienestar de la individualidad en los complicados caminos de nuestra vida cotidiana.
A veces, me pregunto si los responsables de la serie se sentaron a tomar un café y pensaron: «¿Cómo podemos hacer que los niños se enfrenten a la vida moderna de manera más efectiva?». La respuesta: mostrarles que sus emociones pueden ser parte activa de su existencia. La nimiedad de un pequeño tropiezo se convierte en un asunto de alto carácter administrativo.
De lo material a lo emocional: el giro afectivo en la narrativa
¡Es que la posmodernidad tiene tantas capas! En mi infancia, el poder residía en el Estado, en figuras donde el compromiso social era la norma. Pero hoy, el poder radica en nuestras emociones y cómo elegimos expresarlas. Este «giro afectivo» que mencionan los expertos es importante. Ahora, no somos solo cuerpos en una sociedad; somos seres sintientes que buscan entender su lugar en el mundo.
A la hora de ver cómo esto se manifiesta en el ámbito infantil, es esencial reconocer que lo fundamental no radica en reprimir las emociones, sino en gestionarlas adecuadamente. Esta idea de identificar emociones desde la infancia prepara a los pequeños para ser «gestores de sí mismos». Me veo atrapado en la confusión que pudieron experimentar mis padres cuando escucharon por primera vez que un niño debe aprender a «gestionar» su rabia.
Imagina la escena: Yo, con unos seis años, pataleando como un pequeño tornado mientras mi madre, armada con una frase de autoayuda, intenta calmarme con un «tranquilo, pequeño». En mi mente infantil, eso sonaba como «tienes que ser un robot emocional», lo que, evidentemente, generaba más frustración.
¿No es curioso cómo el arte en la forma de esas series infantiles nos intentaba guiar, al mismo tiempo que nos empujaba a analizar y procesar nuestras emociones?
Nubesfuria: el poder de la rabia como herramienta de resistencia
Ahora, hablemos de algo más interesante: las nubesfuria. Este término, que me tocó descubrir en un libro reciente, es como una revelación efervescente, casi como el primer sorbo de soda después de mucho tiempo sin experimentar burbujas. Las nubesfuria no solo representan un estado emocional más; son un grito ante la injusticia que nos rodea. Esta invención de la novelista Belén Gopegui y la ilustradora Natalia Carrero resuena de manera significativa, sobre todo en un mundo lleno de desigualdades y frustraciones.
Lo relevante aquí es que no se trata solo de un sentimiento individual, sino de una rabia colectiva. Como padre, hace poco anteponía la rabia de mi hija al ver una injusticia en el parque: un grupo de niños mayores tirando piedras a un gato callejero. Pero claro, estaba evitando que la rabia se convirtiera en un ataque de pánico; mejor que se convierta en un diálogo sobre cómo el mundo puede ser mejor.
¿Qué haré, entonces, cuando con mi hija proclamemos la llegada de las nubesfuria? Quizá vestirnos con una capa de superhéroes donde la rabia no sea solo algo malo, sino una poderosa forma de motivación. ¿Por qué deberíamos educar a las nuevas generaciones en la idea de que sentir rabia está incorrecto? En lugar de reprimir esa emoción, busquemos maneras de canalizarla hacia la lucha por un entorno mejor.
Un cambio en la narrativa infantil: emociones que construyen sociedad
La historia de las emociones que promovemos en programas infantiles y libros ha ido transformándose tanto que ya no se habla solo de los sentimientos como entidades a seguir, sino como actores en el desarrollo de una cultura afectiva. Cada vez que vemos a Alegría y Tristeza colaborar en Del revés, estamos ante un acto filosófico que refleja la complejidad de nuestras interacciones con los demás. Han llevado esa lucha interna que todos enfrentamos y la muestran como algo normal y valioso.
Este enfoque abre las puertas a nuevas narrativas que algunos podrían calificar de «arcoíris» pero que, en realidad, prometen ser más cercanas a la realidad que la muchos de nosotros nos atrevimos a vivir. ¿No deberíamos fomentar el reconocimiento de la rabia, la tristeza y la alegría como parte integral de nuestras vidas?
La pregunta que yo planteo es: ¿podremos transmitir estos valores a nuestros hijos y que ellos encuentren un sentido en el bienestar emocional dentro del marco de una sociedad inclusiva? Claro, el objetivo es ayudar a que nuestras futuras generaciones puedan gestionar sus emociones en vez de impulsarlas a la represión.
Un llamado a la acción: ¿seremos parte de la solución o de la protesta?
Al final del día, vivimos en un mundo que está en constante cambio, y las narrativas que elegimos seguir impactarán a las próximas generaciones. La rabia no debe ser vista como una emoción negativa. En vez de eso, una nubefuria puede actuar como un faro, iluminando el camino de aquellos que se sienten perdidos y confusos en un entorno que parece estar más enfocado en cumplir con expectativas que en explorar su propia humanidad.
Así que, cuando creo que mi hija tiene derecho a entender su rabia como parte de su identidad, no estoy solo creando un pequeño ser que sepa seguir reglas. Estoy ayudándola a entender que puede cuestionar ese entorno que no parece justo. Es un legado que debe perdurar en el tiempo: la capacidad de encontrar el valor en las emociones y usarlas como herramientas para crear un futuro mejor.
Ahora que lo pienso, cuando convoquemos nuestras nubesfuria, espero que mi hija se atreva a desafiar al status quo. Tal vez, solo tal vez, estemos formando los líderes conscientes del mañana, aquellos que no se traguen el «contrato social» de ser pasivos ante la injusticia. En un mundo que necesita tanto de esa valentía, ¿por qué no comenzar desde la infancia?
Y aquí queda, a modo de reflexión, ilustrando cómo las representaciones del cuerpo humano y las emociones pueden reflejar las tensiones sociales y emocionales del tiempo presente. A lo largo de la vida, muchas veces, nos enfrentamos a la opción de quedarnos callados o dar voz a nuestra rabia. Quizás deberíamos elegir lo segundo. ¿Estás listo para convocar tu propia nubesfuria? ¡Hagámoslo juntos!