En el complejo tablero de ajedrez geopolítico que es el Sáhara Occidental, las recientes noticias sobre la expulsión de David Blanco, responsable de Relaciones Exteriores de la Confederación General del Trabajo (CGT) de España, han encendido más que una simple chispa. Como observador de la situación, no puedo evitar sentir la tensión en el aire, el mismo tipo de tensión que se siente cuando sabes que hay algo más profundo detrás de lo que la superficie revela. ¿Qué hay detrás de esa “persona non grata”? ¿Por qué esta visita generó tanto revuelo?

Una visita a Dajla: entre la solidaridad y la represión

El sábado, David Blanco llegó a Dajla, en el Sáhara Occidental, con la intención de expresar su solidaridad con los activistas saharauis y charlar sobre los retos que enfrentan en un contexto de creciente represión. En sus poco más de 24 horas en el territorio, estuvo bajo vigilancia constante, lo que ya marca un indicativo de la tensa relación entre Marruecos y aquellos que se atreven a cuestionar la situación en la región.

Con una breve y algo intensa experiencia como viajero internacional, puedo decirles que no hay peor sensación que estar en un lugar donde parece que todos te miran como si fueras el protagonista de una trama de espionaje. Me acuerdo de una vez en que intenté hablar con unos locales en un país del norte de África y, de repente, me sentí más observado que un pez en un acuario. Es extraño, casi inquietante, y deja una marca en la mente que no se olvida.

Vigilancia constante y la inminente deportación

Después de un día de encuentros con activistas que, entre otros desafíos, le compartieron historias desgarradoras sobre la reprimenda, los secuestros y hasta las torturas en las cárceles saharauis, la estadía de Blanco llegó a un abrupto final. El recepcionista del hotel se asomó a su puerta, indicándole que la policía lo estaba esperando y que debía hacer las maletas. Seis policías lo interceptaron, indicándole que era una «persona non grata». ¿Y qué se siente ser una «persona non grata»? Es como recibir un correo diciendo que no puedes asistir a la fiesta, después de haber comprado un traje especial para la ocasión.

Lamentablemente, su experiencia no es única. Recientemente, la eurodiputada Isa Serra también fue retenida, junto a otros compañeros de viaje, en un avión, lo que resalta una tendencia alarmante. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI se reprima a aquellos que intentan visibilizar violaciones de derechos humanos?

La lucha por la visibilidad de los derechos humanos

La deportación de David Blanco no solo es un episodio aislado, sino un síntoma de una enfermedad más profunda: el deseo de Marruecos de sofocar cualquier intento de visibilizar la situación de los derechos humanos en el Sáhara Occidental. En un contexto en el que muchos periodistas y activistas son deportados o retenidos, es esencial preguntarnos: ¿cuánto tiempo más se puede ignorar esta problemática?

David Blanco, al ser expulsado, afirmó que seguiría alzando su voz, ya no solo por el Sáhara, sino también por otros territorios como Kurdistán y Palestina. Su actitud muestra una solidaridad que nos recuerda que, a pesar de los obstáculos, la lucha por la justicia no debe cesar. En palabras de aquellos activistas, «no podemos dejar de hacer eco de las injusticias». Me pregunto, ¿cuántos de nosotros tenemos el valor de alzar la voz frente al poder?

Respaldo o silencio: la posición del Gobierno español

Esta situación deja en evidencia una cuántos interrogantes sobre la postura del Gobierno español. Al enterarse de la expulsión de Blanco, especialmente en un contexto en donde sus derechos no fueron protegidos, surge otra pregunta: ¿hasta qué punto se puede tolerar la complacencia política mientras las injusticias se agravan?

Isa Serra, tras su experiencia en el avión, describió cómo el gobierno español no solo falló en brindar apoyo a quienes fueron retenidos, sino que también mantuvo un silencio preocupante sobre esta violación a los derechos humanos. Es un equilibrio difícil: por un lado, el deseo de mantener relaciones diplomáticas; por el otro, la responsabilidad ética de defender los derechos de sus ciudadanos. ¿Es el silencio una forma de complicidad?

Complicándose verdaderamente por la justicia

Uno de los detalles más perturbadores de este episodio es la percepción de los ciudadanos españoles sobre su gobierno. Por un lado, reconocen la importancia de mantener buenas relaciones con Marruecos; por otro lado, se sienten traicionados al ver que sus representantes no defienden los derechos humanos. Esto no solo afecta a la imagen de la política exterior española, sino que también despierta dudas sobre la validez de tomar una postura.

Recuerdo una conversación reciente con un amigo que trabaja en derechos humanos, y me decía: «Es como estar atrapado en un juego de ajedrez sin saber las reglas». En este sentido, la lucha por la justicia en el Sáhara es un juego en sí mismo, en el que cada movimiento cuenta y donde cada pieza puede ser crucial. Pero, ¿cuántas piezas se perderán antes de que alguien decida cambiar las reglas?

Las repercusiones del conflicto internacional

La represión en el Sáhara no es un fenómeno aislado. ¿Qué hay de la atención internacional? Aunque las organizaciones de derechos humanos han hecho eco de la represión, parece que muchos gobiernos prefieren cerrar los ojos. En este escenario, el silencio se convierte en complicidad. Ahora más que nunca, debemos ser capaces de plantear esa pregunta incómoda: ¿dónde están nuestros valores en las relaciones internacionales?

Cuando veo las fotografías de activistas saharauis sonriendo a pesar de todo lo que enfrentan, no puedo evitar sentir una mezcla de admiración y tristeza. Es una lucha diaria por un reconocimiento que, en muchos sentidos, les ha sido negado. La comunidad internacional no puede seguir ignorando esta realidad. Las vidas de estas personas no son un juego, y cada día que pasa sin atención a sus problemas es un día más de sufrimiento.

Un futuro incierto para el Sáhara Occidental

Al mirar hacia el futuro, la pregunta sobre el Sáhara Occidental se vuelve apremiante. ¿Qué pasará con aquellos que alzan la voz? David Blanco ha prometido seguir luchando y abogando por los derechos de todos aquellos que no pueden, siendo su voz un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Pero, ¿será suficiente?

Como civil, debo preguntarme qué puedo hacer también. ¿Cómo puedo contribuir a que estos mensajes lleguen más lejos? A menudo, pensamos que el cambio debe surgir de figuras públicas, pero también está en nuestras manos. Cada vez que compartimos una historia, cada vez que cuestionamos la inacción de nuestro gobierno, también contribuimos a crear una conciencia colectiva.

Así que, al final del día, mientras regresamos a nuestras rutinas, quizás valga la pena reflexionar: ¿qué papel vamos a jugar en este complicado tablero de ajedrez? ¿Nos quedaremos callados, o seremos parte del movimiento que busca un cambio verdadero?

Con esto, no puedo más que cerrar este artículo con una nota de esperanza: en la lucha por los derechos humanos, cada voz cuenta. David Blanco intenta hacerlo, y ahora es nuestro turno.