Culiacán, esa ciudad que muchos han escuchado por las malas noticias, es un lugar donde la violencia y la vida cotidiana se entrelazan de una manera casi surrealista. Si alguna vez te has preguntado cómo es realmente vivir en un lugar donde las balaceras pueden interrumpir un cortejo fúnebre o donde la historia de un niño puede terminar de manera trágica, sigue leyendo, porque hoy te voy a llevar a través de un viaje que, aunque duro, es necesario y humano. Con un toque de humor sutil, anécdotas personales y, sobre todo, con un profundo sentido de empatía, espero abrirte los ojos a una realidad que, desafortunadamente, no es ajena a muchos.

¿Cómo es vivir en Culiacán?

Cuando alguien me pregunta «¿cómo está Culiacán?», me encuentro en esa encrucijada incómoda entre responder con franqueza y suavizar la palabrería para no asustar a la persona del otro lado. “Estamos sobrevivimos”, suele ser mi respuesta. Y no porque quiera sonar melodramático, sino porque la realidad es así de cruda. Culiacán ha atravesado guerras de narcos, balaceras casi diarias y un sinfín de historias que parecen sacadas de una novela, pero que, lamentablemente, son tan reales como el aire que respiro.

Desde el tráfico cotidiano hasta los ecos de los disparos en la distancia, la vida aquí no es fácil. Mi padre me cuenta sobre familiares que se van, pero también de aquellos que deciden no abandonar una tierra que, aunque hostil, les ha dado raíces. ¿Acaso no es normal sentir ese tira y afloja entre el deseo de escapar y el cariño por lo que se conoce? La respuesta es complicada, y aquí te va una anécdota personal que quizás la ilustre mejor.

Un día, mientras tomaba café con amigos en una cafetería local, escuché un estallido. Al principio pensaba que era parte de un juego de calle, pero al mirar por la ventana me di cuenta de que la línea entre el juego y la realidad se había desdibujado. En lugares como Culiacán, esas líneas se borran con facilidad, y de un momento a otro, el ambiente se convierte en un campo de guerra. Lo que para muchos puede ser solo un café por la tarde, para nosotros es un paso más hacia la incertidumbre. (Oye, ¿será que debería cambiar el café por un café con leche?).

La imprudencia de ser culichi

Así que, ser «culichi» es ser un poco valiente y un poco imprudente. Me preguntaron una vez si aquí teníamos miedo, y mi respuesta fue que sí, pero también vivimos con un cierto nivel de «normalidad» en la locura. Es casi como estar en una montaña rusa donde no puedes elegir si quieres subir o bajar; simplemente te montas. Lo hemos aprendido a vivir, y a veces pienso que eso es lo que nos hace aún más humanos. Nos hemos adaptado a situaciones que, de otro modo, nos dejarían paralizados.

La memoria tiene la extraña costumbre de aferrarse a esas historias, muchas de ellas desgarradoras. Hablar del familiar que fue asesinado o de la última balacera es un tema común. ¿Por qué no? La vida sigue, y mientras una parte de la historia humana nos grita que hay que sobrevivir, la otra nos recuerda que el dolor no se va, simplemente aprendemos a vivir con él.

La fantasía del crimen organizado

Me quito el sombrero ante aquellos jóvenes que, al igual que Ángel, buscan salir adelante en un mundo que pocas veces les da la oportunidad de brillar. La fantasía del crimen organizado se ha volcado sobre ellos como un manto grueso que es difícil deshacerse. Desde muy jóvenes, muchos creen en la ilusión de hacerse ricos en un abrir y cerrar de ojos, ignorando las consecuencias desastrosas que conlleva.

Ángel era ese niño como cualquier otro, con sueños de fotógrafo y un futuro por delante, pero cuya vida se truncó por decisiones que ni él ni su familia comprendían del todo. Escuchar que se dejó la escuela para trabajar y después enterarme de su asesinato, es algo que me partió el corazón. ¡Y eso que soy una persona a la que le choca que le digan «corazón»! Pero me hizo reflexionar sobre cómo un simple gesto puede convertirse en un trampolín hacia una vida de violencia. ¿Qué oportunidades se les están robando a nuestros jóvenes? ¿Cuántos más como Ángel están listos para perderse en la fantasía del «éxito fácil»?

El sistema que no perdona

Si hay algo que me desespera, es la idea en la que todos los involucrados son simplemente números o estadísticas. Este es un mal que nos lleva a olvidar que detrás de cada cifra hay un ser humano con una historia personal, momentos compartidos y sueños rotos. Recuerdo haberte comentado sobre la serie de conferencias que di en el colegio de mi prima, donde se hablaba sobre el periodismo y la importancia de contar la verdad. En ese ciclo de charlas, tratábamos de entender cómo los medios de comunicación abordan estos temas tan delicados. Despertar la curiosidad en un mundo tan cínico puede ser complicado, pero necesario.

Por otro lado, me cuestiono sobre la larga lista de «soluciones» propuestas por los líderes políticos. ¿Es realmente posible abarcar un fenómeno tan complejo con propuestas que parecen más bien un cliché? Las palabras pueden servir para encantar o engañar, y en este caso, parece que todos estamos cansados de la misma canción. Como dijo la fotógrafa Teresa Margolles, «¿De qué otra cosa podríamos hablar?» Si no somos nosotros quienes hablamos de lo que ocurre en nuestra tierra, nadie lo hará.

La esperanza en medio del caos

A pesar de tantas adversidades, no quiero caer en la trampa del nihilismo absoluto. Es vital destacar que hay un grupo de personas, organizaciones y hasta jóvenes que tratan de revertir esta situación. Colaboraciones comunitarias y causa tras causa, muchos están invirtiendo su tiempo y esfuerzo en crear un cambio positivo. Están dispuestos a soñar más allá de la balacera y buscan construir un futuro donde los niños no tengan que vivir con miedo.

A medida que vivo mis días en Culiacán, me doy cuenta de que el camino es largo, pero cada pequeño esfuerzo cuenta. Mientras algunos se enfocan en el «café» en esa tarde de balas perdidas, otros importan libros a las colonias más marginadas o escriben historias de esperanza y resistencia. ¿Acaso eso no es una forma de luchar en sí misma?

Comprometidos a seguir hablando

Viviendo en Culiacán me he propuesto que cada historia que me compartan, cada lágrima derramada, y cada sonrisa que aún resplandece nos insta a contar lo que está pasando. A pesar de que la violencia parece persistir día tras día, seguir hablando es un acto de valentía. A veces, me pregunto si la gente desea que estas historias desaparezcan. Así como yo creo en la posibilidad del cambio, me aferro a la idea de que las voces valientes serán las que finalmente rompan este ciclo de dolor.

Recuerda que estas historias no deben olvidarse, y siempre habrá quien necesita ayuda. Quienes se atreven a ser testimonios vivientes de la realidad de Culiacán también son quienes reafirman nuestra resistencia, nuestra valentía y nuestro compromiso.

Así que, la próxima vez que escuches sobre Culiacán en las noticias o en una conversación, recuerda que detrás de cada historia hay un ser humano luchando por vivir, amar y soñar. Al final, ser culichi significa ser un valiente imprudente, y aunque la balacera pueda sonar un poco más fuerte hoy, la esperanza seguirá brillando a pesar de la oscuridad.

Es tiempo de seguir hablando, de seguir luchando y sobre todo, de seguir siendo humanos.