Cuando uno se sumerge en un tema tan apasionante como la protesta y la queja, inevitablemente, comienza a hacer conexiones: ese lema que escuchaste en una manifestación, ese mensaje que un amigo compartió en redes sociales, o incluso las conversaciones acaloradas en la cena del domingo. Joan Vergés Gifra, un filósofo moral y político, ha dado en el clavo con su ensayo titulado La protesta i la queixa. Este libro, aunque solo está disponible en catalán, nos invita a reflexionar sobre una disertación que no solo es pertinente en Cataluña, sino en el contexto global actual donde la controversia política parece ser el pan de cada día.

Pero, ¿es realmente lo mismo protestar que quejarse? La respuesta es un rotundo no, y aquí exploraremos las complejidades de ambos conceptos, su interrelación y el impacto que tienen en nuestras sociedades.

¿Qué es lo que diferencia la protesta de la queja?

Imagina que estás en una reunión familiar y tu primo menciona que el sistema de transporte es un desastre. “¡Qué queja!”, dirías tú, mientras decides darle la razón y buscar el último meme divertido sobre el transporte público. Pero, si en lugar de eso, tu primo decide salir a la calle con un cartel que dice “Queremos un transporte público eficiente”, lo que ha hecho es protestar.

La definición de protesta

La protesta se caracteriza por ser un acto público de contestación frente a lo que se considera injusto, donde existe un actor que señala un agravio. Es un grito de “¡Hey! Tú, sí, tú, el responsable de esto. ¡Escucha!” A menudo, este rol recae en los gobiernos, pero como bien nos indica Vergés, también puede implicar a otros actores que, sin ser los causantes directos, tienen el poder de realizar un cambio.

La queja: un malestar interno

Por otro lado, la queja es algo más íntimo y, a menudo, silencioso. ¿Cuántas veces has escuchado a alguien quejarse de su trabajo? “La vida es una lucha diaria con esta burocracia”, exclamaba un amigo mío, y aunque todos asintieron, pocos consideraron que podría ser un llamado a la acción. Aquí es donde Vergés introduce una valiosa distinción: la queja no siempre invita a un cambio. A menudo se queda en el ámbito privado, asociado más a un estado de malestar que a una acción declaración pública.

La conexión entre la protesta y la queja

Sin embargo, ¿pueden estar conectadas? Sin duda. A veces, la queja puede evolucionar hacia una protesta. Imagina que tu amigo cansado de esperar el autobús decide juntar a sus vecinos para hacer un piquete. Lo que comenzó como una conversación pesimista en el sofá familiar, se transforma en un movimiento que busca mejoras. Vergés menciona que la protesta puede surgir de las entrañas de la queja, pero no necesariamente tiene que ser así.

En la sociedad actual, las redes sociales han cambiado la forma en que canalizamos nuestras quejas. Antes, una queja podía quedarse confinada a una conversación entre amigos, pero hoy, un tweet puede convertirse en un trend que estremezca a los gobiernos. Pero, ¿realmente hemos convertido nuestras quejas en protestas efectivas o solo nos estamos quejando en voz alta en un foro virtual?

¿Quién protesta y quién se queja? El monopolio ideológico

A menudo, se asocia la protesta con la izquierda, un fenómeno que parece haber encontrado refugio en la retórica progresista. Sin embargo, según Vergés, no se debe olvidar que la derecha también protesta. Es más, ¿acaso no han visto en algún momento a aquellos con carteles pidiendo un cierre de fronteras o en contra de políticas de inmigración?

Esto nos lleva a reflexionar sobre cómo los medios informan y moldean nuestras percepciones. Al canalizar el malestar de la población, influyen en quiénes llevan la voz de la protesta. Establecer una conexión entre un malestar social y el marco político presente es clave. ¿Recuerdas cómo, durante las elecciones, se habla de la inmigración como un problema principal? ¿Es un hecho o un constructo social creado para polarizar y dirigir la protesta hacia un cierto lado?

La indignación: bien o mal

Podemos estar indignados, y eso no siempre significa que tengamos razón. Vergés hace un análisis valiente al decir que, a veces, los grupos de hate también se sienten con derecho a protestar. Imagínate la escena: un grupo pide el cierre de una mezquita y, justo al lado, un colectivo antifascista se manifiesta en contra. ¿Quién tiene la razón? La respuesta podría estar en el mismo contexto social que genera el estado de indignación.

Cómo medir el éxito de una protesta

La pregunta del millón: ¿Cómo sabemos si una protesta ha sido efectiva? La respuesta no es sencilla. Históricamente, los estudiosos observarán si, pese a la falta de resultados inmediatos, la protesta impulsó cambios a largo plazo. Vergés sugiere que muchas veces, los movimientos sociales son hechos históricos que, quizás en su momento, no fueron valorados en su totalidad. A veces, tenemos que esperar décadas para entender el impacto real de esas manifestaciones.

Redes sociales: ¿más quejas y menos protestas?

Es interesante observar cómo, en el contexto actual, el activismo ha migrado casi por completo a las plataformas digitales. En teoría, esto debería facilitarnos el activismo y la protesta. Sin embargo, Vergés plantea un argumento lógico: ¿estamos realmente más activos, o simplemente más cómodos? Hay una tendencia a “likear” en lugar de salir a la calle a manifestarse. Quizás una buena analogía sería imaginar a alguien que se siente valiente tras ver una película de superhéroes, pero que luego se niega a salir de su casa con la capa puesta.

En los países desarrollados, los recursos para protestar están más disponibles; los ciudadanos tienen la libertad de pedir cambios. Pero, ¿qué pasa en aquellos lugares donde manifestarse puede costar la vida? Este dilema planteado por Vergés nos recuerda que la protesta no es solo un derecho. Es un privilegio.

La moral de la democracia

Cuando Vergés discute que “la moral es la erótica de la democracia”, realmente abre un mundo de reflexiones. Esto implica que la democracia necesita de nuestra participación, nuestra indignación y, sí, de nuestras protestas. Pero, ¿qué hay de esta moralización? Vivimos en un mundo donde la moral se ha elevado a casi un estatus de divinidad. En una democracia llena de diferencias, podemos insistir en ser éticos y morales, pero al final, ¿no es un acto de egoísmo cuando nuestra moral no involucra a otros?

La izquierda y la riqueza

Finalmente, la contradicción de la izquierda que es rica y vive en barrios acomodados puede ser vista como un drama. Vergés señala que la percepción de lo que significa ser de izquierda ha cambiado. La conciencia de clase, de alguna manera, se ha diluido entre aquellos que disfrutan de una vida acomodada. Sin embargo, ¿realmente ser de izquierdas implica ser pobre? No, pero ser parte de una comunidad en riesgo debería inducir un compromiso más profundo. Ser de izquierda debería ser un acto de reconocimiento y solidaridad. ¿Cómo puedes hablar de luchas cuando no compartes la mesa con aquellos que realmente la viven?

Conclusión: La llamada a la acción

A través de este recorrido por el ensayo de Joan Vergés, hemos descubierto que la protesta y la queja, aunque diferentes, juegan un papel fundamental en la dinámica política actual. En un mundo donde estamos constantemente bombardeados por información, es vital cuestionar y reflexionar sobre nuestros propios sentimientos de malestar.

Esta es una invitación a ser proactivos en nuestras comunidades, a convertir nuestras quejas en protestas significativas y a ser críticos con la narrativa que nos rodea. Te animo a que, la próxima vez que escuches una queja, tú seas el primero en preguntar: “¿Qué podemos hacer al respecto?” La protesta no siempre es cómoda; a menudo es incómoda y requiere un sacrificio, pero al final, es un paso necesario hacia el cambio.

Y tú, querido lector, ¿estás listo para salir de la queja y alzar tu voz en protesta? Recuerda que cada gran cambio comienza con un pequeño acto de valentía.