En un mundo donde las divisiones políticas se profundizan cada vez más, la frustración y la desilusión parecen convertirse en un estilo de vida. ¿Te has preguntado alguna vez por qué nuestras conversaciones sobre política a menudo terminan en discusiones acaloradas, en lugar de enriquecer nuestras perspectivas? La respuesta es más sencilla de lo que parece: la política del resentimiento. Un fenómeno que, como una bola de nieve cayendo por una colina, ha ido acumulando fuerza y, al mismo tiempo, desfigurando el paisaje político de Estados Unidos.

Resentimiento que no es nuevo

Aún recuerdo la primera vez que escuché esa palabra: «resentimiento». Estaba en una reunión familiar y, como es habitual, el abuelo empezó a hablar de «los tiempos de antes». En su versión, esas eran épocas doradas en las que la vida era más sencilla y el respeto era un valor incuestionable. Sin embargo, rápidamente pude notar que su nostalgia traía consigo un aire de desprecio hacia las nuevas generaciones y sus preocupaciones. Así, el resentimiento entró en la conversación, hiriendo la dinámica familiar. Uno de esos momentos que marcan, ¿verdad?

Los resentimientos son como pequeñas piedras en el zapato: al principio son incómodos, pero si no se atienden, se convierten en dolorosas y molestas llagas. Katherine Cramer, profesora de Políticas en la Universidad de Wisconsin-Madison y autora del libro La política del resentimiento, ha ganado notoriedad por su trabajo en el análisis del sentimiento de abandono e injusticia que los habitantes de las áreas rurales de Wisconsin han manifestado en los últimos años. Y lo que comenzó como un estudio en su estado se ha convertido en una proyección de una crisis más amplia que azota no solo a EE.UU., sino a democracias en todo el mundo.

Claro, podríamos pensar que esto es solo un problema estadounidense, algo como ese eterno debate entre Los Ángeles y Nueva York sobre quién tiene la mejor pizza. Pero la verdad es que la desconexión entre las zonas urbanas y rurales es un fenómeno global. Gran parte del desencanto que conduce al entramado de tensiones políticas radica en que las universidades y grandes ciudades parecen vivir en una burbuja, ajenas a la realidad diaria de los que viven en zonas más apartadas.

Escuchar para sanar

Cramer no se contenta con tesis abstractas; su enfoque es escuchar. En lugar de postularte con un altavoz, se sienta en mesas de café y diners, donde las conversaciones fluyen como el buen café de filtro que seguramente consumen. En sus pláticas, descubre un clima de desconfianza y enfado que trasciende las caricaturas de campesinos airados que suelen embellar los medios de comunicación. Es una revelación que resuena profundamente en nuestro ser: la gente simplemente quiere ser escuchada.

Imagina que un amigo te llama para hablar de una decepción amorosa. Si solo le repites lo que dice sin entenderlo realmente, ¿siente eso como un apoyo genuino? Precisamente eso es lo que ha pasado en muchas comunidades rurales: sienten que su voz no es escuchada. Y sorprendentemente, cuando se les da la oportunidad de hablar, surge un cambio; las barreras se rompen y las percepciones comienzan a transformarse.

¿Un dilema educativo?

Uno de los hallazgos más inquietantes de Cramer es cómo la educación se ha convertido en un elemento divisivo. Por ejemplo, si tienes un título universitario, es más probable que te inclines hacia el Partido Demócrata, mientras que si no lo tienes, podría ser que tengas simpatías por el Partido Republicano. Esto puede parecer un estereotipo, pero ¿cuántas veces hemos escuchado a alguien decir que «los universitarios son elitistas»? Ese aire de superioridad que a veces puede emitir una persona con un máster puede hacer que aquellos sin título se sientan menospreciados.

Y así nos encontramos en una especie de paradoja: la educación, que debería ser un puente hacia la comprensión, a menudo termina siendo un foso que cierra las puertas al diálogo. ¿Por qué es más fácil hablar de política con un amigo que de fútbol? La respuesta está en el poder que otorgamos a nuestras identificaciones sociales. Pese a los esfuerzos de muchos, el respeto parece esconderse detrás de esos muros invisibles que hemos construido.

La aparición de la figura de Trump

Si hay una figura que ha sabido capitalizar este fenómeno del resentimiento, es Donald Trump. Su retórica simplista y provocadora ha hecho eco en aquellos que se sienten olvidados, quienes en lugar de ver un futuro lleno de oportunidades, ven un cuadro apocalíptico, en el que los «otros» –ya sean inmigrantes, intelectuales o «el gobierno»– son culpables de todos sus males.

Por ahí escuché una analogía que me hizo reír: “Cuando cuentes un chiste, asegúrate de que todos estén al tanto del contexto. De lo contrario, lo que parece gracioso se convierte en un gran malentendido”, y esa es precisamente la naturaleza de la comunicación en la política contemporánea. La falta de contexto ha dado lugar a que muchos vean en Trump no solo a un candidato, sino a un salvador, un líder que prometía restaurar «la grandeza perdida».

Sin embargo, para que esto funcione, es necesario que exista un “villano” tangible que endose la narrativa del héroe. Y ahí, el juego de señalar al “otro” se vuelve central.

Más allá de la ira

Uno de los aspectos más preocupantes de esta situación es la evolución del discurso público hacia uno más agresivo, donde la ira se convierte en un elemento predominante. La pregunta que surge es doble: ¿se ha intensificado la ira en nuestros discursos políticos? Y si es así, ¿es solo un reflejo de la atención que los medios de comunicación ponen sobre esos grupos más extremistas?

A veces, me pregunto si la ira no ha sido un simple reflejo de nuestras propias frustraciones. Cuando trabajamos en un entorno muy polarizado, es fácil encasillarnos en nuestras posiciones y ver a los otros como “el enemigo”. Esto solo produce un círculo vicioso, donde la ira genera más ira, y el diálogo se convierte en una especie de campo de batalla en lugar de un foro de ideas.

Poderes mediáticos han encontrado su negocio en la ira, alimentando ese ciclo. Mientras tanto, las voces más sensatas, las que abogan por la escucha activa, a menudo parecen perdidas entre la dinastía del griterío.

Caminos hacia el entendimiento

¿Qué opciones tenemos entonces? Cramer ofrece algunas recomendaciones que se centran en reimagine la economía, en el sentido de buscar formas creativas para conectar a diferentes grupos socioeconómicos. La idea de facilitar el diálogo entre diversas clases sociales es crucial. ¿No sería genial si pudiéramos reunir a las personas en un entorno donde las diferencias puedan ser discutidas con respeto?

Uno de los proyectos interesantes se basa en la conectividad económica: fomentar interacciones entre personas de diferentes orígenes para que comprendan mutuamente sus puntos de vista. Una idea sencilla y a la vez tan compleja de implementar. Por ejemplo, en eso consiste formar grupos deportivos donde gente de diversas clases económicas juega juntos. Algo así como usar el baloncesto o la natación como puentes para que las relaciones florezcan.

Parece obvio, pero a menudo, las relaciones son más efectivas en entornos informales. Se me viene a la mente una simple cena donde diferentes perspectivas pueden ser compartidas bajo un mismo techo. Si las discusiones políticas se abordaran con el mismo humor que usarías para bromeas sobre la familia, es posible que no sintiéramos tanto miedo a perder.

Cambios en el futuro

En Wisconsin, el cambio es palpable. La transición de Scott Walker a Tony Evers es un testimonio de ello. Evers, con su estilo más tranquilo y su enfoque centrado en construir puentes –más que muros– busca restaurar la creencia de que la política puede ser un medio para el bien común. Es un recordatorio de que la paz política puede surgir no solo de la victoria electoral, sino de la voluntad compartida de escuchar y acomodar.

Así, la historia de la política del resentimiento no es solo la historia de desconfianza, enojo y división. Es también una historia de esperanza, donde las mismas comunidades que sienten que la política las ha traicionado, pueden también encontrar el camino hacia un futuro más inclusivo.

Recuerda, las dificultades que enfrentamos en nuestras comunidades no son problemas de un lado de la línea política. La humanidad, con todas sus complejidades, es intrínseca a todas las perspectivas. Porque al final, al igual que en esa reunión familiar, los entendimientos se construyen a través del diálogo y la escucha activa, no de la ira y la discordia.

¿Quién sabe? Tal vez el siguiente café que tomemos con un amigo se convierta en una oportunidad para entrelazar nuestras historias. Es posible que al compartir nuestras experiencias –por dolorosas que sean– terminemos construyendo aquel puente que tanto se necesita en estos tiempos inciertos.