En el apasionante y a menudo polémico mundo de la política catalana, las tensiones lingüísticas han dado un nuevo giro. Recientemente, se ha hecho oír el eco de más de 200 sanitarios que decidieron alzar la voz ante la Generalitat de Cataluña. La razón detrás de esta queja colectiva no es otra que la supuesta negativa a atender a los pacientes en catalán, el idioma oficial de la región. La situación ha provocado un torrente de reacciones desde diversos frentes, lo que plantea una cuestión fundamental: ¿la lengua debe ser un puente hacia la atención sanitaria o un obstáculo que se interpone entre el paciente y su médico?

Un grito por la atención lingüística

Si hay algo que nos une a todos, independientemente del idioma que hablemos, es la necesidad de ser atendidos cuando estamos enfermos. Sin embargo, la supuesta coacción lingüística ha saltado del ámbito escolar al de la salud, según denuncian diversas entidades constitucionalistas. En este contexto, me recuerdo a mí mismo cuando, hace unos años, intenté pedir ayuda en un servicio de atención telefónica: estaba tan nervioso que, de tanto insistir en usar el español, al final terminé gritando «¡por favor, solo quiero que me entiendan!». El momento fue tenso, pero resultó en una sonrisa compartida cuando ambos, el operador y yo, rompimos esas barreras lingüísticas.

Las quejas han sido claras y contundentes. En 2023 se presentaron 202 quejas relacionadas con la falta de atención lingüística, y para el 2024, las reclama­ciones aumentaron a 206. Todo un récord en un país que presume de diversidad cultural y lingüística. Sin embargo, el Partido Popular (PP) ha sido uno de los más voceros en esta controversia, sugiriendo que la «imposición de una dictadura lingüística» no es el camino a seguir. ¿Es realmente una dictadura? O, ¿tal vez una intención de proteger lo que consideran un patrimonio cultural?

¿La sanidad pierde eficiencia por la lengua?

El líder del PP en Cataluña, Alejandro Fernández, ha argumentado que este tipo de imposiciones no solo afectan la atención al paciente, sino que también tienen un impacto en la calidad educativa y, en este caso específico, en la sanidad. «Pasa con la calidad educativa y ahora toca la sanidad», dice él, como si cada una de estas áreas fuera parte de un rompecabezas en el que todas las piezas deben encajar bien.

Pero, aquí viene la pregunta: ¿realmente importa el idioma cuando se trata de salvar vidas? La lógica nos dice que un paciente, enfermo y vulnerable, debería estar más interesado en recibir el tratamiento adecuado que en la lengua en la que se le comunica ese tratamiento. No me malinterpreten; soy un firme defensor del idioma y la cultura, pero hay momentos en que la vida y la salud deberían estar por encima de cualquier otra consideración.

Como un pequeño paréntesis en mi vida, recordaré una vez que fui al médico y la consulta tardó más de lo esperado. El médico que me atendió hablaba un español que me hizo cuestionar si había viajado a otro país. Pero, con su conocimiento y destreza, salió ileso de la situación y proporcionó la atención necesaria. Eso es lo que realmente importa, ¿no?

Reacciones políticas y sociales

La controversia ha suscitado reacciones de todos los rincones. Desde las filas del PP, Juan Fernández defendió la opción de hablar en la lengua que se desee “desde la normalidad y la centralidad”. ¿Pero qué significa eso en un mundo donde las identidades están fuertemente ligadas a un idioma? ¿Deberíamos pasar de un sistema centrado en la lengua a uno que priorice la atención médica?

Vox también ha hecho escuchar su voz, interpretando esta situación como una persecución al personal sanitario y una amenaza a la excelencia en la atención médica. Jorge Buxadé, su líder en el Parlamento Europeo, ha dicho que la competencia debe prevalecer sobre la capacidad de hablar X o Y idioma. Este tipo de retórica no hace más que enfatizar las divisiones existentes en la sociedad actual.

La opinión de las entidades constitucionalistas

Entidades como Societat Civil Catalana han afirmado que la coacción lingüística va más allá del aula y se ha infiltrado en los hospitales. Esto nos lleva a preguntar: ¿el derecho a la atención en el idioma que uno elija es un derecho garantizado o un lujo?

Desde mi perspectiva personal, he tenido la suerte de vivir en varios países y experimentar la diversidad de idiomas y sus costumbres. A veces, me queda la sensación de que el idioma es solo un marco para la comunicación, un medio para conectar, y no debería ser un motivo para dividirnos.

También hemos visto el giro irónico de la Asamblea por una Escuela Bilingüe (AEB), que citó el famoso “Cataluña para todos, hables la lengua que hables”. ¿Es eso lo que realmente queremos? ¿Una Cataluña en la que el idioma que hablemos se convierta en un motivo de discusión y no en un elemento cohesivo?

La realidad detrás de las quejas: el acceso a la salud

La realidad de estas quejas ha tomado un giro más serio. Según información revelada por EL MUNDO, 212 sanitarios fueron excluidos de una plaza fija simplemente por no demostrar un suficiente dominio del catalán. ¡Ironías de la vida! Aquellos que dedicaron años a formarse y a atender a pacientes pueden verse excluidos por un aspecto tan polémico como lo es la lengua.

La pregunta aquí es: ¿debería el nivel de competencia lingüística ser un requisito esencial para proporcionar atención médica? La necesidad de un médico puede superar la necesidad de un idioma. Estoy seguro de que todos nosotros preferiríamos ser atendidos por un médico competente que se exprese en un idioma que no entendemos, antes que por uno que hable perfectamente nuestro idioma pero que carezca de habilidades médicas.

El futuro es bilingüe

Sin embargo, no debemos olvidar que la diversidad y el bilingüismo poseen un valor significativo. La capacidad de comunicarse en varios idiomas puede mejorar la atención y proporcionar una sensación de pertenencia en un contexto multicultural. Definitivamente no estoy en contra de la enseñanza y el uso del catalán en los servicios de salud, pero consideremos que la imposición puede causar más problemas que soluciones.

La clave podría estar en encontrar un balance, un lugar en el que las diferencias lingüísticas no se conviertan en un campo de batalla. La experiencia multicultural, y en algunos casos polifacética, puede ser el camino a seguir para conseguir un entorno más amigable para todos.

Conclusión: un camino hacia la comprensión

En la vida, a menudo encontramos que los problemas más complicados a veces requieren soluciones más simples. La polémica lingüística en Cataluña es un claro ejemplo de cómo el idioma, una herramienta que públicamente debe unir, se convierte en un motivo de división.

Si hay algo importante que debemos llevarnos de este último capítulo en la historia de la lingüística catalana, es que la salud no debería tener un idioma. Al final del día, lo que todos buscamos es una cosa: una atención adecuada cuando más lo necesitamos, y eso es algo que ningún idioma debería poner en peligro.

La complejidad de esta situación también se refleja en nuestra vida diaria. Después de todo, todos hemos estado en una situación donde el idioma nunca debió haber sido una barrera, sino una oportunidad de entendernos mejor. Así que, ¿qué tal si en lugar de ver cada situación como una imposición, comenzamos a adoptar la empatía y el entendimiento?

Al final del día, todos somos seres humanos, y creo que eso es algo que deberíamos poder celebrar en cualquier idioma.