En el mundo del fútbol, los colores de los equipos y la rivalidad son elementos casi sagrados. No obstante, cuando se habla de pasión, hay historias que sobrepasan el mero resultado en la cancha. La de Antonio Parejo, un amante del Sevilla FC, y Rafael Trigos, aficionado del Real Betis, va más allá de ser un simple derbi; es una lección de vida que nos enseña que el verdadero fútbol se vive y se siente, no solo se ve. Ambos, con discapacidades visuales, nos demuestran que la emoción del deporte rey no se limita a lo que ocurre en el campo de juego.

La llegada al Ramón Sánchez-Pizjuán

Imagina el ambiente pesado de un derbi sevillano. La tensión en el aire, las gradas llenas, el sonido de los cánticos que vibran en el suelo del estadio. En este marco, Antonio y Rafael se encuentran. Antonio, de 52 años, arrastra una historia de amor con el Sevilla que comenzó desde su infancia en Los Palacios. Se acerca a Rafael, 45 años y bético de corazón, cargando una sonrisa que cuenta más que cualquier palabra.

La primera vez que Antonio sintió que el fútbol se le escapaba fue al notar cómo su agudeza visual se desvanecía en su adolescencia debido a una degeneración macular. Años después, tras un lapso de ausencia en las gradas del estadio, decidió que volvería a disfrutar del ambiente, a pesar de que a veces no podía distinguir las jugadas. Como buen aficionado diría: “La rivalidad no se acaba con una limitación; se transforma”. ¿Acaso no hay algo profundamente hermoso en eso?

Un encuentro de raíces y pasiones

Rafael, por otro lado, es un caso curioso. De Madrid a Sevilla no solo por amor a la ciudad, sino por amor a el Betis, un equipo que, curiosamente, él comenzó a seguir gracias a su rival. «Cuando era niño, empecé a preguntarme por los gritos de la gente cuando el Betis estaba a punto de desaparecer. Se me partió el corazón y decidí ser bético. Quizás debería haberme llamado Rafael el «Dios de la Ironía Trigos,» ¿no crees?» comenta entre risas.

Desde entonces, su amor por el equipo ha sido inquebrantable, y ha logrado no solo vivir su pasión, sino también practicar el fútbol adaptado en categoría B1. ¿Qué no harían estos dos hombres por sentir el pulso de cada jugada?

El ambiente que compensa la falta de visión

Antonio habla de cómo, a pesar de su discapacidad, en las gradas del Ramón Sánchez-Pizjuán se genera una experiencia única. “No siempre importa el resultado; es el ambiente, la energía de la gente, ese zumbido en el aire antes de un gol lo que hace que todo valga la pena”. Él sabe que no basta con ver los goles; hay que sentirlos.

Rafael lo confirma. “Cuando voy a un partido, la radio se convierte en mi mejor aliada. Escuchar los comentarios y la emoción del comentarista es la guinda del pastel. A veces me preguntan, ‘¿Cómo se ve el partido?’ y solo puedo reír. ¿Quién se lo pregunta a un ciego?” Y con eso, nos demuestra que el humor también tiene su lugar cuando se enfrenta a la adversidad. Pero esta pregunta nos deja pensando, ¿no? ¿Realmente sabemos lo que significa ver algo?

La locura del derbi: pasión y rivalidad

Mientras los días se acercan al gran encuentro, todos sienten la presión del derbi. La conversación repentina entre los dos aficionados es un juego de palabras entre el amargo y el dulce. Antonio, con su amabilidad habitual, reconoce que, viendo el nivel de ambos equipos, no hay un favorito claro. «A veces el Betis nos supera en el campo, pero nunca en el corazón», dice con una ironía que lo define.

Rafael asiente, «¡Sí! Además, eso de que tú lo veas como un partido… mi amigo, yo tengo dos opciones: ver cómo mi Betis juega en mi televisor o escuchar la radio en el estadio mientras intento no perderme en la emoción”. Aquí hay una lección importante: la rivalidad puede dar paso a la amistad y el respeto mutuo, no solo entre rivales, sino también entre historias de vida.

Discapacidades y el amor por el deporte

Ambos hombres han enfrentado sus incapacidades visuales con valentía. Antonio, el sevillista de toda la vida, se sintió perdido en algún momento, incluso pensando en que asistir a los partidos no tenía sentido. Pero como él mismo dice, “la vida es una adaptación constante”. Ahora juega para disfrutar más allá de los goles, y siente que cada vez que sus amigos lo rodean en el estadio, les muestra que la verdadera pasión va más allá de lo puramente visual.

Por su parte, Rafael ha tomado el fútbol adaptado como nuevo medio de expresión. «Practicar me da la libertad que necesito», dice con convicción. “No necesito ver para jugar. Yo siento el balón, la energía y la dinámica del juego mientras me muevo por el campo. Debe ser una experiencia bastante cautivadora; aunque debo confesar que no siempre se pueden hacer malabares como en los videojuegos”.

El legado del fútbol en Sevilla

Este derbi se ha convertido en un ritual donde el juego no es solo una cuestión de puntos en una tabla, sino un acto revolucionario de reconciliación. La historia de Antonio y Rafael es un hermoso ejemplo de cómo el deporte puede unir a personas diferentes, con emociones a flor de piel y corazones latiendo en un mismo compás.

Rafael dice a Antonio: “Es genial que a pesar de las diferencias en nuestras condiciones, seguimos siendo amigos. ¡Eso debería ser lo que más importa!”

Antonio responde: “Así es, amigo. Este derbi, más allá de colores, demuestra que somos capaces de sentir, compartir y vivir experiencias incluso sin el sentido que algunos consideran básico”.

Conclusión: el fútbol como una forma de vida

Como hemos visto, las experiencias de Antonio y Rafael no nos muestran solo el amor por el fútbol; nos enseñan sobre la empatía, la resiliencia y cómo, a veces, son las experiencias las que verdaderamente cuentan. La pasión por los colores de Sevilla y Betis va más allá de un marcador; vive en cada encuentro, en cada unión amistosa entre rivales.

La próxima vez que intentes disfrutar de un deporte, recuerda la historia de estos dos amigos. Permítete sentir, aunque no puedas ver, y deja que la pasión sea la guía. Así es como el fútbol, como la vida misma, se convierte en una experiencia enriquecedora. ¿No te parece una lección que deberíamos aprender todos?