Es curioso cómo, a veces, las conmemoraciones pueden transformarse en auténticos espectáculos de circo. En el caso de la reciente celebración en el Museo Reina Sofía con motivo de los 50 años de la muerte de Franco, parecía que estábamos a punto de asistir a una mezcla de teatro absurdo y comedia involuntaria. Y, sin embargo, aquí estamos, reflexionando sobre un evento que, lejos de traernos respuestas contundentes, dejó muchas preguntas al aire.

Un acto rodeado de contradicciones

Llegamos al museo con esa mezcla habitual de curiosidad y escepticismo que solo un evento organizado por el presidente del Gobierno puede generar. “Al acto del presidente Sánchez sobre Franco”, nos dijeron en la entrada, pero, claramente, había un pequeño inconveniente: ¡No se trataba de eso! Debíamos asistir a una actividad titulada «Esperpentos en el esperpento». ¿Acaso no parecía que el propio evento era un esperpento?

Mientras rodeábamos las instalaciones, pasamos junto a una pista de hielo que aún estaba en pie desde las festividades navideñas. Un símbolo claro de la frialdad con la que, a veces, se aborda la historia reciente de España. En fin, el hecho de que Sánchez solo tenía tres años cuando murió el dictador alleviaba un poco la tensión, ¡aunque no mucha! ¿Cuántos años más tendríamos que mirar hacia atrás para encontrar finalmente una narración coherente de nuestra historia?

La pompa del poder

Una vez dentro, la magnitud del evento se hacía evidente; todos los ministros sentados en primera fila, listos para escuchar las palabras de «la democracia más plena y próspera del mundo». Un momento que debería ser celebrado, pero que, irónicamente, también está impregnado de un gran peso histórico. “¿Por qué estos ministros no se ven tan felices?”.

Un colega, visiblemente afectado por su situación económica, comenzó a lamentarse del alto costo de la vida: “¡Este es el primer acto de cien! ¿Así salimos adelante?”, se preguntaba mientras revisaba su móvil. Cuesta hacerse a la idea de que, aunque Sánchez intenta reivindicarse, para muchos, este «recuerdo» se siente más como un recordatorio de la falta de verdaderos avances sociales.

Una historia de dos actos

El evento, cargado de discursos compartidos, abrió con la emocionante música de «Al alba» de Luis Eduardo Aute, una canción que, de alguna manera, podía describir la lucha por la libertad, a la vez que resulta irónica en un acto que se celebra en memoria de un periodo oscuro de nuestra historia. Cuando uno se detiene a pensarlo, ¿realmente celebramos la libertad o simplemente la nostalgia por tiempos que, afortunadamente, están detrás de nosotros?

En este punto, sería justo preguntar: ¿deberíamos seguir recordando a Franco en lugar de aprender de sus errores? Entre ministros, directores de departamentos y otros responsables, parece que la respuesta es un rotundo «sí», aunque la forma en que se presenta es más una cuestión de marketing que de verdaderos compromisos con la verdad histórica.

La vivencia de un joven antifranquista

Lo más emocionante del evento fue la aparición de una joven de 23 años, Jimena Amarillo, quien se presentó al público con una energía fresca: “El que esté tenso que se destense”. A veces, en toda esta mezcla de discursos y nostalgias, es fácil olvidar que la juventud tiene sus propios sentimientos y preocupaciones.

Los jóvenes deben aprender sobre su historia, sí, pero no solo a través de discursos o números, sino a través de experiencias que conecten con ellos. Como alguien que creció en España después de la transición, recuerdo las innumerables conversaciones con mis padres sobre lo que significó vivir aquel tiempo. Las historias de tensión, miedo y, sobre todo, la esperanza de que nunca más volviéramos a vivir en una época de dictadura, son aún muy vivas en nuestro imaginario colectivo.

La Ironía del “Franquismo para Dummies”

La idea de que la historia pueda ser simplificada para que los jóvenes la entiendan es, en sí misma, irónica. Se mencionó un “Franquismo para Dummies” sin colocarlo en el contexto de los sacrificios que vivieron generaciones pasadas. La Transición es más compleja que solo un cambio de régimen; es un testimonio de resistencia en el que muchas personas hicieron auténticos sacrificios por la libertad. Si le preguntamos a los jóvenes hoy: «¿Es posible que alguien quiera vivir en el franquismo?», probablemente sus miradas de incredulidad lo dirían todo.

Esto nos lleva a la siguiente cuestión: ¿cómo es posible que, después de tantos años, todavía exista un intento de idealizar o ignorar esa parte de nuestra historia? La idea de crear un país que minimice el impacto del franquismo es como intentar poner un band-aid en una cirugía de corazón abierta; simplemente no funcionará.

Un futuro incierto

Al final del evento, quedó claro que el mensaje que muchos se llevan a casa no es uno de celebración, sino de profunda reflexión. Sánchez decía que España es una de las democracias más plenas, pero sus propias palabras y acciones parecen contradictorias. Nadie en la historia ha logrado hacer olvidar las ausencias y las injusticias del pasado simplemente porque estemos aquí, y eso es un hecho.

Estamos viviendo tiempos de incertidumbre, donde el miedo al retorno del fascismo se convierte en una realidad latente. La retórica del presidente no logra convencer a quienes han visto cómo en el pasado, la historia se repite de formas muy inquietantes.

Conclusiones desde el presente

Al despedirnos, tras más de dos horas de tensiones y anécdotas que solo pueden ser vistas como parte de un gran teatro del absurdo, me pregunto: ¿realmente estamos haciendo lo suficiente para garantizar que la libertad sea verdaderamente nuestra?

Conocer nuestra historia es crucial, pero aprender de ella es aún más importante. La realidad tras las celebraciones repleta de clamor popular y discursos grandilocuentes es que aún queda una espina que necesitamos extraer: el legado de Franco que aún persiste en muchos aspectos de nuestra sociedad.

Así que, ¿qué podemos hacer nosotros, los ciudadanos de hoy? Reflexionar sobre nuestro pasado es una de las mejores formas. No permitamos que se convierta en solo un recuerdo vacío o en un escenario más del “escape room” propuesto por el Gobierno. Actuemos por un presente que esté alineado con nuestras convicciones. Porque, al fin y al cabo, la historia es nuestra, y no podemos dejar que otros decidan cómo recordarla.