La historia es un ciclo, ¿no? Desde Grecia clásica hasta la Alemania de entreguerras, los movimientos extremistas han protagonizado capítulos oscuros, y eso nos lleva a preguntarnos: ¿es el fascismo una sombra que se niega a desaparecer? En este preciso instante, en medio de tensiones políticas y debates sobre la memoria histórica, España se encuentra en una encrucijada. Una manifestación reciente en Madrid, organizada por los falangistas, lo confirma. Pero, ¿qué significa realmente esto para la sociedad española actual?
El trasfondo de la manifestación falangista en Madrid
Como siempre por estas fechas —porque, ¿quién necesita una razón válida para recordar a un ideólogo?— los falangistas decidieron rendir homenaje a su “ilustre” creador, José Antonio Primo de Rivera. Sinceramente, me pregunto qué pasaría si el mismo Primo de Rivera regresara a la vida y se encontrara con la situación actual. ¿Se emocionaría al ver a sus seguidores vociferar en las calles, o se moriría de la vergüenza? A veces creo que un poco de humor, incluso el más oscuro, puede ayudar a digerir lo que la política contemporánea nos ofrece.
La manifestación, que reunió a un grupo evidentemente minoritario de personas —aunque se escucharon gritos con fervor «en nombre de la raza española»— tuvo como punto de partida la sede del Partido Popular (PP). ¡Ah, la política española! Siempre ripeando un nuevo disco de drama y música de fondo de protestas. Norberto Pico, líder de Falange Española de las JONS, un verdadero titán de la retórica (más que de la aceptación social), posó ante un público que en su mayoría parecía un grupo de jóvenes en busca de un propósito. Pero, ¿es este el propósito que realmente queremos?
La narrativa de la desinformación y el descontento
El descontento en las calles era palpable; muchos de los jóvenes asistentes se quejaban de la gestión del PP y del PSOE. “Los valencianos morían ahogados mientras no se sabía quién tenía la competencia”, bramaba Pico al megáfono. Su discurso era casi poético, si no fuera porque se basa en la tragedia real de personas ahogadas por una gestión deficiente. Pero eso es parte de la narrativa que muchos eligen ignorar en busca de un enemigo fácil. La situación en la que se encuentra España, con políticas que muchos consideran ineficaces, alimenta este tipo de movimiento. Y ahí es cuando empiezas a preguntarte, ¿es realmente el interés por la tradición culmen o una búsqueda desesperada de culpables en un mundo que parece girar fuera de control?
Al paso de la manifestación, el «Cara al sol» resonó inconfundiblemente por las calles de Madrid, aunque la afluencia era más bien escasa. Sin embargo, la energía de los jóvenes —sí, me refiero a esos que piensan que una bengala en la mano es un símbolo de libertad— parecía arder intensamente. Pero, ¿es el fervor del momento suficiente para sostener una ideología?
La diversión y peligros de la juventud activista
Y en medio de esa algarabía de lemas, un evento curioso ocurrió: un joven, cuya curiosidad lo llevó a grabar la marcha, terminó de forma no muy grata en el suelo después de recibir un empujón de un policía. «Tranquilos, no me he hecho daño» —dijo Pablo Nahuel, orgulloso, como si eso hiciera más fácil la ruptura de su cara contra el pavimento. Me pregunto, ¿realmente vale la pena tomar un empujón por un momento de viralidad en las redes sociales? Y así, la manifestación pasó de ser un grito de identidad a otro espectáculo digno de ser documentado.
Los slogans comenzaron a intensificarse: “Ayuso, payasa, los menas a tu casa”. ¿Qué es lo que realmente queremos decir cuando usamos palabras tan despectivas? La verdad es que, en un país con tantas tensiones sociales, el miedo a lo diferente florece. Esa hostilidad hacia los individuos —en este caso, los jóvenes inmigrantes— sugiere que en lugar de construir puentes, muchos se aferran a construcciones verbales que dividen aún más.
Un furor ideológico, pero ¿a qué costo?
Al llegar a la sede del PSOE en Ferraz, la manifestación se tornó más tensa. A pesar del escaso número de asistentes, su rabia era como un fuego controlado, pero activo. Sudor y agravios volaron por el aire, y Manuel Andrino, líder de Falange España (no confundir con las otras, porque como bien sabemos, los nombres importan, ¿verdad?), no escatimó en palabras. La frase «Tuvieron lo que se merecían» fue su especialidad del día, en referencia a las supuestas agresiones sufridas por figuras políticas. En este punto, me pregunto: ¿la violencia es realmente una manera válida de expresar descontento?
¡Una gran pregunta incómoda que no pretende resolver! La España del siglo XXI ha vivido muchos cambios en las últimas décadas, pero parece que el extremismo ideológico es un tema recurrente. En un momento donde el habla debe ser crítica y constructiva, la violencia verbal y la falta de respeto continúan siendo parte del letrero del pasado. Contrario a la ley de memoria democrática, que exige prudencia al hablar sobre el franquismo, algunos optan por la provocación máxima.
¿Las excentricidades de un pasado no tan lejano?
A pesar de que la mayoría de los participantes parecía estar comprometido con la causa y con un discurso retocado para evitar sanciones, un par de personajes decididos a desafiar la justicia llevaron sus estandartes franquistas como si se tratara de una fiesta de disfraces. La imagen de Mussolini apareció en un paño y el espectáculo se sintió, de alguna manera, como una vuelta al pasado.
La manifestación finalizó con un sabor agridulce. Mientras algunos reclamaban, otros se preguntaban sobre la relevancia de sostener ese ideario anticuado. ¿Cuánto tiempo más pasará hasta que, finalmente, logremos una sociedad que celebre la inclusión en lugar de glorificar divisiones? Es un dilema como un tira y afloja donde la historia tira fuerte, mientras que el futuro parece titubear.
Reflexiones finales: el futuro de la política en España
Al final del día, lo que me queda es una inquietante reflexión sobre el momento en el que vivimos. Las manifestaciones, aunque ridículas en su simbolismo, revelan una madurez incompleta en nuestra política. El ciclo parece no acabar. La risa se mezcla con el llanto en un equilibrio incómodo. ¿Estamos destinados a repetir la historia una y otra vez, o habrá espacio para encontrar un camino hacia la unidad y el respeto mutuo?
Y tú, querido lector, ¿qué opinas? Es fundamental cuestionar los ideales que sustentan nuestra sociedad y preguntarnos si la historia nos ofrece algún aprendizaje significativo o si, por el contrario, estamos condenados a empeñarnos en su repetición. En un mundo donde el humor y la gravedad conviven, quizás la risa será nuestro mejor antídoto contra el eco del extremismo. Mientras tanto, como siempre, la vida sigue, y nosotros, con suerte, aprendemos de ella.