En pleno corazón de Oviedo, donde las calles empedradas susurran historias de tiempos pasados, hay un lugar que se ha convertido en un verdadero refugio nocturno para muchos. Este icónico bar, ¡Ay, Carmela!, abre sus puertas cada noche, gracias a la apasionada Carmen Fernández Herrero, una mujer que ha dedicado casi 30 años a hacer de este lugar un hogar para sus clientes y, por qué no, un escenario donde se escenifican las alegrías y penas de la vida. ¿Quién no necesita un lugar así en su vida?
Una mujer con una misión
Carmen, con su contagiosa sonrisa, se presenta como una “hostelera histórica asturiana y psicóloga de barra”. Es una mujer que conoce perfectamente la vida nocturna, las historias que en ella se entremezclan y cómo una simple conversación puede convertirse en un bálsamo para el alma. Ser madre, cuidadora, empresaria y amiga al mismo tiempo puede sonar abrumador, pero ella lo hace parecer un paseíto por el parque… quizás un parque oscuro y lleno de música, pero parque al fin y al cabo.
Este bar es “su antro” y así lo llama con orgullo, un lugar donde la magia de la noche toma vida. ¿Acaso hay algo más bello que un lugar donde la gente viene a compartir sus alegrías y a liberar sus cargas? A menudo, pienso en lo afortunados que son aquellos que pueden encontrar refugio en un espacio así, donde cada mirada y cada palabra cuentan una historia que necesita ser contada.
La vida le enseña a reírse
Carmen no siempre tuvo claro que el mundo de la hostelería sería su futuro. Inició su carrera profesional como Graduado Social, pero la vida la llevó a una barra, donde, a los veintitrés años, aprendió a gestionar más que bebidas; aprendió a escuchar. “La barra me lo curó todo”, dice, mientras recuerda cómo, tras su divorcio, había días en los que necesitaba un psicólogo, pero encontraba consuelo en las confidencias de sus clientes.
¿Alguna vez te has sentido atrapado en un mar de problemas? Es en esos momentos, cuando la cercanía de un buen amigo o la calidez de una conversación aparentemente trivial pueden hacer maravillas. Carmen ofrece ese espacio en el ¡Ay, Carmela!, un local donde la gente puede hablar de amor, desamor, y todo lo que hay en medio. A veces, también hay lugar para la tristeza, pero hay algo en la noche que vuelve todo un poco más soportable.
La rutina de una guerrera nocturna
La vida de Carmen no es un cuento de hadas. Se levanta temprano para llevar a su hijo, Pelayo, al colegio, y luego pasa el día ocupándose de su madre, que vive con ella. Las noches, sin embargo, son su verdadero dominio. Desde hace tres décadas, se convierte en la «dueña de la noche», abriendo su bar todos los días del año. Es aquí donde realmente florece, donde la música y las risas llenan el aire. “¿Qué se puede hacer a las 3 de la mañana en el supermercado?”, pregunta entre risas. Está en lo cierto: la noche trae consigo una liberación que a menudo no se encuentra en la luz del día.
A pesar de la carga de ser madre y empresaria, Carmen lo ha logrado. “No me puedo quejar”, dice, consciente de que su vida ha estado repleta de sacrificios y recompensas. La vida en el bar le permite sostener la mano de muchos, incluso cuando el mundo parece desmoronarse. Los clientes son más que simples rostros; son historias vivientes que se destilan en copas.
Momentos que siempre harán reír
Carmen cuenta anécdotas con un tono ligero y divertido, mostrando cómo el humor juega un papel fundamental en su vida y en su bar. Una de sus historias más entrañables es sobre un periodo en el que tuvo fiebre y no pudo abrir el bar. “Me llamaban, preguntando si estaba muriendo”. Es una anécdota que siempre provoca risas, reflejando su positiva perspectiva hacia la vida. ¿No es maravilloso encontrar humor en los momentos oscuros?
Esta actitud también se extiende a sus interacciones con los clientes. Siempre hay un espacio para el amor, la alegría y las risas en el ¡Ay, Carmela!. La música que suena cada noche, desde los clásicos de Camilo Sesto hasta José Luis Perales, acompaña esa atmósfera mágica, donde los recuerdos se mezclan con la música y las historias vuelven a vivir una y otra vez.
La importancia de la comunidad
Uno de los aspectos más fascinantes sobre Carmen y su bar es el sentido de comunidad que ha creado. “El negocio funciona cuando el dueño se involucra”, dice con certeza. Sus palabras resuenan profundamente. En un mundo donde la desconexión parece ser la norma, la importancia de una comunidad unida y solidaria es vital. En ¡Ay, Carmela!, no solo se sirven tragos; se crean lazos, se entrelazan vidas y se construye un espacio seguro donde todos pueden ser ellos mismos.
Y es que, siendo honesto, ¿quién no anhela un lugar donde pueda ser auténtico? Un refugio donde se puede hablar de todo y, sin embargo, no sentirse juzgado. Carmen ha logrado que el sentimiento de pertenencia y camaradería sea palpable en el aire, algo realmente asombroso. Su cariño por sus clientes es genuino, y eso es parte de su éxito.
Una mirada al futuro y el legado
A medida que el tiempo avanza, hay un nuevo capítulo preparándose en la historia de ¡Ay, Carmela!. Su hijo, Pelayo, está listo para asumir las riendas del bar. Carmen, en varias ocasiones, ha expresado que es un alivio saber que su legado estará en buenas manos. “Yo no pienso jubilarme nunca”, dice con una seguridad que solo un espíritu indomable puede poseer. Es obvio que su amor por este lugar nunca se desvanecerá. Quizás, en algún momento, el bar servirá como un puente generacional donde los recuerdos de ayer se encuentran con las promesas del mañana.
Reflexiones finales
Al final del día, lo que realmente importa son las conexiones que hacemos y los recuerdos que creamos. Carmen Fernández no solo es una hostelera: es una facilitadora de historias, una guardiana de secretos y una guerrera de la noche. La vida es corta, y cada momento cuenta. Carmen nos enseña que, a veces, todo lo que necesitamos es un espacio para reír, compartir y, en última instancia, vivir.
¿No te parece que todos necesitamos un poco de eso en nuestras vidas? La próxima vez que sientas que el mundo se vuelve abrumador, recuerda que hay un lugar donde la risa y las historias fluyen libremente. Quizás es hora de ponerte esos zapatos de tacón y unirte a la celebración de la vida en el ¡Ay, Carmela!.
Así que levanta tu copa, buena gente, y brinda por Carmen, por el ¡Ay, Carmela! y por todas las noches que aún están por venir. ¡Salud!