Es curioso cómo la historia tiende a repetirse, pero en el escenario actual, el eco de esas lecciones pasadas se vuelve ensordecedor. La idea de que estamos inmersos en una “niebla de la guerra” (una metáfora del general prusiano Carl von Clausewitz) resuena no solo entre los estrategas militares, sino también en el ámbito político bajo el mandato de Donald Trump. Una niebla donde la fricción, la oportunidad y la incertidumbre no solo son términos para analizar conflictos bélicos, sino manifestaciones palpables del actual clima geopolítico. ¿Te suena familiar? No, no estoy hablando de la última temporada de tu serie de televisión favorita, sino de la política exterior de uno de los líderes más controvertidos de nuestra era.

La niebla de la guerra en tiempos de Trump

Desde el primer día de su presidencia, Trump ha hecho todo lo posible por sacudir el statu quo. Con una mezcla de desprecio por lo tradicional y una compulsión por el espectáculo, ha dejado a los aliados de EEUU dudando sobre sus intenciones. A medida que navega a través de este enturbiamiento, su administración se coloca en el centro de un drama internacional que tiene todos los ingredientes para un thriller de Hollywood: intrigas, sorpresas y, sobre todo, la constante sensación de que nadie realmente sabe cuál es el próximo movimiento a hacer.

Como alguien que ha pasado noches en vela analizando lo que significa ser un ciudadano del mundo, puedo decir que la esa incertidumbre no es solo emocional, sino vital en nuestros tiempos. La política exterior de una superpotencia no debería sentirse como un episodio de «Survivor». Pero aquí estamos.

La doctrina militar de Trump se basa, entre otras cosas, en una percepción errónea del poder y de la responsabilidad global. En lugar de adoptar un enfoque constructivo y cooperativo, su administración ha colocado la balanza hacia un modelo donde se privilegian “socios estratégicos” sobre “dependientes”. ¿Que significa esto? En términos simples, Trump está buscando recuperar la “primacía” estadounidense, pero con un estilo que parece más un reality show que un serio ejercicio de diplomacia. Los aliados se preguntan: ¿es este realmente el nuevo normal?

La nueva normalidad de la política exterior

Pongamos en perspectiva algunas de las afirmaciones que han salido de la Casa Blanca en los últimos años. Desde la amenaza de Trump de convertir a Canadá en el estado número 51 hasta su intento de comprar Groenlandia, cada movimiento ha dejado al mundo en un estado de incredulidad. Y mientras algunos se ríen de estos gestos, otros observan con miedo. ¿Qué hacer ante un líder cuyo enfoque de la diplomacia parece más apropiado para una subasta de coches usados que para una discusión de paz?

Los analistas políticos como Mark Toth y el coronel (r) Jonathan Sweet han comentado que los aliados de EE.UU. deben adaptarse a la «nueva normalidad» en el discurso diplomático. Es como estar en un mal sueño: ¿estamos realmente discutiendo la posibilidad de una paz propuesta por Putin?

Escasez y el fin del orden mundial

El concepto de escasez ha comenzado a ser un mantra en la política exterior de Trump. La administración nos ha dejado claro que Estados Unidos ya no puede actuar como el policía del mundo y que los amiguismos del pasado han llegado a su fin. Es una transición drástica que suena tan atractiva como aterradora. Un gran cambio que podría indicar un periodo de aislamiento, donde cada país se haga responsable de su propio destino y se manejo a través de intereses puramente transaccionales.

Recuerdo una conversación que tuve con un amigo, un antiguo diplomático, que me decía: “La paz y el progreso son mucho más fáciles de negociar que el caos.” Tenía razón, por supuesto. Pero aquí estamos, enfrentándonos a un decreto que convierte la política internacional en una simple partida de Risk. Sin embargo, la cuestión se torna más complicada a medida que consideramos el impacto que esta mentalidad tiene en áreas clave como Oriente Medio y Asia-Pacífico.

Dividiendo el mundo: áreas de influencia

Con la administración de Trump, los conceptos de áreas de influencia y sálvese quien pueda han tomado un nuevo giro. La idea de dividir el mundo en esferas de influencia puede parecer anticuada, pero es exactamente donde estamos. A medida que la diplomacia se convierte más en una cuestión de supervivencia, los aliados tradicionales se ven obligados a cerrar filas y buscar su propia salvación en lo que muchos consideran un entorno hostil.

Este cambio ha dejado a muchos temerosos del futuro. Todos conocemos el concepto de que “donde hay un vacío de poder, alguien más estará allí para llenarlo”. Si EE.UU. se retira, ¿quién ocupará ese espacio? La competencia con China y Rusia parece ser la respuesta, y con ello viene la inevitable escalada de tensiones.

Lo que es aún más preocupante es la manera en que Trump ha abordado conflictos específicos, gibi diciendo que los líderes de Arabia Saudita y Jordania tendrán que resolver el problema palestino por su cuenta. La paz nunca ha sido un simple apretón de manos; es un difícil acto de malabarismo que requiere tacto diplomático y acciones estratégicas. Así que, ¿quién está dispuesto a intentar buscar ese delicado equilibrio en un mundo tan volátil?

Nuevos activos estratégicos: el juego de la geopolítica

Los activos estratégicos son el nuevo oro negro en el tablero de ajedrez geopolítico actual. La administración de Trump ha mostrado un interés renovado en asegurar estos activos, ya sea a través de activos físicos como el Canal de Panamá o recursos naturales manifestados en el Ártico. La idea de que cada pieza cuenta en este juego de poder puede parecer clara, pero la ejecución puede ser engorrosa y está llena de trampas.

Podemos ver que las tensiones aumentan cuando el comercio y los recursos se ven amenazados. El reciente discurso de Trump sobre la imposición de aranceles ha dejado a muchos analistas cuestionándose: “¿Qué tan lejos está dispuesto a llegar para asegurar su agenda?” Las implicaciones de tales decisiones no son solo económicas sino también militares. La relación entre el comercio y la política ha sido innegable, así que la pregunta no es si Trump seguirá habiendo conflicto, sino cuándo y dónde.

La última ratio: el uso de la fuerza

Finalmente, llegamos a la pregunta más desafiante de todas: ¿Trump estaría dispuesto a utilizar la fuerza militar si se presenta la ocasión? Históricamente, Trump ha mostrado cierta reticencia hacia el despliegue militar, pero cuando se trata de asegurar sus intereses nacionales, todo está en la mesa. Sus decisiones pasadas, como la decisión de atacar una base aérea en Siria o la operación que resultó en la muerte de Qasem Soleimani muestran que no tiene miedo de usar la fuerza si es necesario.

Al final del día, su enfoque suena muy parecido a la línea de la última película de acción que vi. Aceptar el caos y ejecutar sus decisiones con una mezcla de audacia y cálculo puede parecer atractivo, pero es un acto de equilibrio muy delicado. Las repercusiones son profundas y duraderas, no solo para EEUU, sino para todo el mundo.

Conclusión: ¿hacia dónde nos dirigimos?

A medida que avanzamos en esta niebla de la guerra, es evidente que el camino hacia adelante no será sencillo. Con el mundo tambaleándose entre las viejas normas y las nuevas realidades, la manera en que Trump y su administración dirijan los destinos geopolíticos de las naciones tendrá repercusiones que probablemente vivirán más allá de su tiempo en el poder.

La pregunta que flota en el aire, y que debería preocuparnos a todos, es: ¿construimos un futuro basado en la colaboración global o estamos condenados a vivir en un mundo donde la supervivencia del más fuerte es la única opción? De ser así, es hora de asegurarnos de que nuestro viaje no sea una simple película de acción, sino una narrativa de esperanza y diplomacia.

Es posible que la niebla no se disipe tan pronto, pero tal vez, solo tal vez, la claridad sea posible si estamos dispuestos a enfrentar los retos juntos.