En un mundo donde la demagogia de los hechos parece convertirse en la norma, es crucial detenerse a pensar en el papel que desempeñan los partidos políticos en nuestra sociedad actual. Este artículo surge de una reflexión tras leer varios textos sobre el tema, entre ellos «La demagogia de los hechos» de Ignacio Fernández de Castro, y los recientes comentarios de notables escritores como Antonio Muñoz Molina. En un momento donde la realidad nos golpea con indignación y desasosiego, nos vemos obligados a preguntarnos: ¿son los partidos políticos un artefacto obsoleto o una herramienta necesaria para la democracia?
La realidad actual: un panorama desolador
Vamos a poner las cartas sobre la mesa. La realidad actual no es para echar cohetes. Noticias de guerras, pobreza extrema, crisis climática y desigualdades rampantes nos rodean, como si tuviéramos un sombrero de papel de aluminio que, en lugar de protegernos, nos sirve solo para amplificar la señal. Así, el artículo que leí recientemente sobre una anciana desahuciada por deudas de 88 euros me dejó pensando. ¡Menuda hilarante y desgarradora paradoja! Una de esas situaciones absurdas que curvea nuestra percepción de la justicia social.
¿Realmente tenemos que seguir asistiendo a este tipo de situaciones sin mover un dedo? Claro, indignarse está muy bien, pero ¿es suficiente? Me recuerda a cuando mi amigo Juan, un eterno quejoso del sistema, señalaba con el dedo la llegada de una nueva crisis cada vez que abría su portátil para revisar las noticias. «Mira esto, ¿cómo es posible que dejemos que esto suceda?», decía, mientras yo trataba de proveerle con una taza de café para calmar sus nervios. Indignarse nunca ha resuelto nada, aunque a veces es lo único que parece quedar.
Una historia de indignación y resultados
La preocupación colectiva de estos tiempos nos lleva a recordar aquellos años de lucha contra el franquismo. Volvamos a «La demagogia de los hechos» y a sus ecos en la actualidad. Este libro —publiqué en una charla hace poco en un café, porque tengo ese tipo de amigos que parecen disfrutar desenterrando textos históricos— se convirtió en un verdadero manifiesto de acción para muchos jóvenes de la época, que buscaban entender y cambiar su realidad. La misma pasión puede ser un faro en nuestra búsqueda de soluciones hoy en día.
Ignacio Fernández de Castro argumentaba que una de las razones por las que la realidad nos hiere tanto es que es un espejo que refleja nuestros propios fracasos. Pero no debemos alojarnos en la dictadura de la pasividad. Ayer, se trataba de enfrentarse a un régimen totalitario; hoy, luchamos contra la desinformación, el miedo y el cansancio monumental del votante promedio.
¿La política se reduce a buenos y malos partidos?
Al mirar la historia reciente, parece que los partidos políticos han pasado de ser el corazón de la democracia a convertirse en objetos de burla y desdén. Ya lo dice el refrán: el que se ríe de los partidos se ríe de la democracia. Es casi un cliché: «los partidos son todos iguales», «no se puede confiar en ellos». Pero, ¿es eso cierto? Aquí es donde entra el matiz en la conversación.
Las nuevas generaciones, legítimamente escépticas, tienden a evitar la función política tradicional. Sin embargo, el desprecio por los partidos políticos —como si fueran un pantalón de campana que nunca volverá a estar de moda— no está ayudando a la situación. Si los ignoramos, abrimos la puerta a alternativas mucho más sombrías.
La importancia de no caer en la trampa de la indiferencia
Citando al gran Stefano Hessel, autor del famoso «¡Indignaos!», es imperativo mencionar que indignarse no es suficiente. Nos encontramos en un ciclo donde la indiferencia parece convertirnos en espectadores pasivos de nuestras propias vidas. La sociedad necesita que las nuevas generaciones se comprometan de manera activa. Cuando las masas se vuelven indiferentes, la historia nos ha enseñado que surgen las malas hierbas.
Claro, entiendo que la apatía puede ser tentadora. A veces pienso en cómo sería mi vida si simplemente me dedicara a ignorar todo lo que está mal. Podría pasar mis días disfrutando de mi cafecito y de mis series de Netflix sin un solo atisbo de remordimientos. Pero la verdad es que usualmente termina resultando un poco insatisfactoria. ¿Quién no se sintió alguna vez abrumado por la realidad, deseando solo escapar de ella?
La crítica constructiva: ¿no es suficiente?
Criticar a los partidos políticos como un todo sin señalar referencias y experiencias personales obtendría el mismo resultado que poner un pez en el agua, disminuir su oxigenación y esperar que lo haga bien. Sí, es necesario una crítica constructiva que los invite a mejorar. El objetivo es que se conviertan en organismos vivos, con capacidad de adaptación a los tiempos que corren en lugar de ser estructuras rígidas y obsoletas.
Un buen partido político no debe ser solo una máquina de obtener poder. La verdad es que deben empezar a ser algo más: deben representar nuestra diversidad, nuestros múltiples intereses y nuestras raíces culturales. ¿Cuántas veces hemos visto partidos prometiendo agendas progresistas y luego retrocediendo en el momento de actuar?
Mirando hacia adelante: la necesidad de renovación
Ha quedado claro que simplemente lamentarnos no es suficiente. Necesitamos acción colectiva, herramientas democráticas innovadoras y, por supuesto, partidos que estén dispuestos a evolucionar. Como he dicho, el hecho de que existan deficiencias en la estructura actual no debe, de ninguna manera, llevarnos a rechazar la idea misma del partido político. ¿Cuál es la alternativa, entonces?
Es interesante mirar hacia ejemplos recientes en la política global. Aquí se observan nuevas iniciativas que han surgido desde las base: movimientos sociales que han llevado a la creación de partidos que verdaderamente representan a sus comunidades. Aunque son imperfectos y a menudo enfrentan un mar de desafíos, están logrando captar la atención de aquellos que se habían cansado.
La conexión con el compromiso de los jóvenes
Necesitamos que los jóvenes no solo sean receptores de indignación, sino que se conviertan en piezas fundamentales en la construcción de nuestro sistema democrático. ¿Los culpamos por no querer participar ante el espectáculo de la corrupción y la manipulación política? Quizás, en lugar de echarles la culpa, deberíamos ofrecerles un espacio donde puedan hablar y exponer sus ideas genuinas.
Podemos hacerlo a través de programas sociales, talleres y discusiones sobre cómo ellos pueden involucrarse activamente en partidos políticos que se alineen con sus valores. Porque la democracia no es un regalo, es una responsabilidad que tenemos todos.
Conclusión: hacia un futuro democrático
La lucha por una mejor democracia no puede ser un tema tabú ni una causa abandonada. Necesitamos toda la energía posible para revitalizar el compromiso político y hacer revivir aquellos valores de acción y resistencia que una vez fueron el núcleo de la sociedad. Está en nuestras manos fomentar un ambiente donde «los buenos partidos» puedan surgir, adaptarse y durar.
Así que, en lugar de dejar que la indignación genere solo ruido en nuestras vidas, tomemos la responsabilidad de actuar. Porque, recordemos, no se trata de un problema de partidos selectos, sino de la calidad de nuestra democracia. En un mundo lleno de datos y desinformación, debemos ser los arquitectos de un futuro donde la acción colectiva no solo sea un lema, sino una realidad palpable y vibrante.
Si leyendo esto te sientes tentado a quejarte, piénsalo dos veces y considera participar en el cambio que tanto deseamos. Al final, tú también podrías ser uno de esos «jóvenes encantadores» que transforman la indignación en acción, tal y como mi amiga María siempre dice: «La única queja válida es la que lleva a una acción real».
Así que, por favor, ¡no más quejas al azar! Pasemos directamente a la acción.