La historia de la transición española es fascinante, llena de altibajos, personajes emblemáticos y, por supuesto, un trasfondo que a menudo queda en la sombra. Uno de esos capítulos olvidados es la lucha por los derechos de los presos, donde funcionarios de prisiones, como verdaderos héroes anónimos, desafiaron un sistema basado en la represión y la violencia. ¿Puede la historia de unos pocos cambiar la vida de muchos? Vamos a sumergirnos en este relato, porque hay mucho más de lo que aparenta.
Contexto histórico: entre llamas y grilletes
Imaginemos por un momento aquella España de finales de los años 70, donde las cárceles ardían no solo en llamas físicas, sino en una lucha ferviente por el cambio social. Francisco Franco había muerto, pero los ecos de su dictadura aún resonaban en cada rincón del país. Mientras los presos políticos comenzaban a ver la luz al final del túnel, los presos sociales quedaban atrapados en un limbo de violencia sistemática, esperando su turno.
La llegada de la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL)
Uno de los movimientos que surgió en este ambiente hostil fue la COPEL. Esta organización se formó como respuesta a las condiciones infrahumanas que padecían los reclusos. Y aquí es donde entran en acción algunos funcionarios valientes, incluso un poco locos, que decidieron no permanecer en silencio frente a tanta injusticia. ¿Quién dijo que los servidores públicos no podían ser también agentes de cambio?
Francisco Guerra, un funcionario de prisiones de Carabanchel, recuerda su llegada a la cárcel en diciembre de 1976. En sus relatos, se evidencian los infames métodos de castigo a los que eran sometidos los internos: «Nos quedamos asustados cuando vimos que a los presos les quitaban los colchones, y eso podía durar tanto como el director quisiera». Una escena que parece sacada de una novela oscura, pero que fue la realidad que vivieron miles de hombres en aquella época.
El nacimiento del Sindicato Democrático de Prisiones (SDP)
Fue entonces cuando algunos funcionarios decidieron actuar. En agosto de 1977, el Sindicato Democrático de Prisiones (SDP) se fundó clandestinamente con un objetivo claro: un cambio total en el sistema penitenciario. Y no eran solo palabras vacías. Desde el principio, estos valientes trabajaron para visibilizar el maltrato y las condiciones abusivas que sufrían los presos.
«Era un momento complicado. La mayoría de mis compañeros no entendían por qué queríamos que hubiera cambios. Nos llamaban ‘demócratas'» recuerda Guerra, con una mezcla de risa y nostalgia. ¿No es curioso cómo el cambio y la empatía pueden ser vistos como debilidades en un entorno tan marcado por la opresión?
El SDP y su aliado inesperado: la COPEL
El SDP no estuvo solo en esta cruzada. Se forjaría una alianza sorprendente con COPEL, lo que haría que ambos grupos trabajaran juntos para visibilizar las atrocidades que se cometían. Los funcionarios del SDP proporcionaban materiales prohibidos a los reclusos: desde panfletos hasta cámaras para documentar el día a día en las prisiones.
Una anécdota divertida para ilustrar la locura de esos tiempos: un funcionario que decidió colaborar con COPEL les dijo una vez: «Os paso de todo menos armas». ¡Ah, el humor en situaciones difíciles! Así fue como la resistencia en las cárceles tomó forma. ¿Quién diría que los murales esparcidos por las celdas o las fotografías de las torturas podrían ser armas más efectivas que cualquier explosivo?
La protesta y las represalias: una lucha arriesgada
Pero, como en cualquier historia de lucha, la resistencia no viene sin su cuota de riesgo. Aquellos que se atrevieron a cuestionar el orden establecido enfrentaron represalias. Desde amenazas físicas hasta acoso laboral, el camino hacia un sistema más humano fue todo menos fácil.
Guerra recuerda un episodio específico: «Recuerdo un motín en el que alrededor de 200 internos se cortaron las venas. ¡La escena era surrealista! Tenía que andar con cuidado para no resbalar con la sangre». Esa imagen, aunque desgarradora, es un recordatorio de hasta dónde estaban dispuestos a llegar los presos por la reivindicación de sus derechos. Pero, ¿por qué llegar a esos extremos? ¿Qué se necesita para que una persona sienta que no tienen otra opción?
La sombra de la impunidad en las prisiones
La impunidad que rodeaba los actos de tortura en las cárceles era otra de las sombras que oscurecían la transición. Anabela Silva, defensora de miembros de la COPEL, observa que incluso en los primeros días de la democracia, los torturadores seguían en sus puestos, como si nada hubiera cambiado. Y todo esto ocurre en un país que, supuestamente, busca sanar las heridas del pasado.
Existen datos escalofriantes que revelan que en 2023, la población carcelaria en España había crecido de forma alarmante hasta alcanzar los 56,698 presos. Esto contrasta con las palabras de aquellos valientes funcionarios de prisiones que clamaban por una reforma total y no solo una ligera modificación del sistema.
Una voz para quienes no la tenían
El SDP tuvo que extinguirse en 1979 tras la aprobación de la Ley General Penitenciaria, pero su legado perdura. Hoy en día, sus historias resuenan como un eco de valentía. «No me arrepiento de nada», dice Guerra, y se pregunta en voz alta, «¿quiénes somos nosotros para juzgar a aquellos que entran en prisión?»
Cierre y reflexión
Las historias que hemos compartido aquí son solo la punta del iceberg de un periodo convulso en la historia de España. Si la lucha por los derechos humanos nos ha enseñado algo, es que a menudo proviene de los lugares más inesperados. La valentía de algunas de las personas que trabajaron en las cárceles durante la transición es un recordatorio de que el cambio es posible, incluso en las circunstancias más hostiles.
Así que, la próxima vez que pienses en la historia de la prisión en España, recuerda que no todo fue gris. Hubo destellos de humanidad y solidaridad que cambiaron el curso de la vida de muchos, y todo gracias a algunas personas que se atrevieron a actuar. ¿Quién sabe? Tal vez su historia nos inspire a nosotros también a ser los cambios que queremos ver en el mundo.