La reciente manifestación en Madrid ha puesto en el foco la situación precaria de la universidad pública en la comunidad. Este encuentro masivo de estudiantes, docentes y ciudadanos es un eco de lo que muchas personas ven como una realidad alarmante: la falta de recursos y el estrangulamiento económico que sufren estas instituciones que, en teoría, deberían ser pilares de nuestra educación. Pero ¿qué está realmente en juego aquí? ¿Por qué la universidad pública se siente como un ente en el centro de una lucha intensa y a menudo desgastante?
Un contexto convulso: el desencuentro entre arte y política
Todo comenzó con esa carta que los rectores enviaron al Gobierno de Isabel Díaz Ayuso. En ella, solicitaron una inyección de 45 millones de euros para garantizar la «supervivencia mínima» de las universidades. Sin embargo, ante la escasez de respuestas adecuadas, decidieron gritar. Y no estoy hablando de esos gritos que escuchas en una pelea de hermanos en casa (aunque a veces se siente igual); me refiero a una agitación colectiva que resonaba en el centro de Madrid.
En los últimos días, hemos visto un auténtico desfile de cifras: Ayuso propuso una subida de 47 millones, que fue recibida como un mero “mote de cariño” por los rectores. Y mientras ellos clamaban por 200 millones más, la presidenta parecía estar más inclinada a mantener un statu quo que no convence a nadie—más bien, es casi como ese par de zapatos que gritan «no me compres», pero uno insiste porque son una buena oferta.
Las voces que claman: «La universidad es un derecho, no un negocio»
Las consignas en la manifestación, siempre con ese aire de combatividad que parece ser una característica del estudiantado, lanzaron fuertes mensajes contra la privatización de la educación. «No es un negocio, son nuestros derechos», se escuchaba entre las multitudes. Ahí estaba yo, observando desde un rincón, recordando mis años universitarios, donde la única privatización que veía era la de mis ahorros después de cada salida a la cafetería.
En estos tiempos de constantes cambios y de una educación cada vez más privatizada, la pregunta retórica se hace evidente: ¿qué está en juego si el acceso a la educación superior se convierte en un privilegio?
Más que solo protesta: un llamado a la acción
Fue en medio de toda esa agitación que una joven estudiante, llamada Alba, expresó lo que muchos sentían. En un mar de voces, su mensaje resonó: “Aprovechad los recursos que os ofrece el Gobierno central y apostad por la educación”. Aquí entramos nuevamente en un ciclo: si cada uno de nosotros se sintiera en la obligación de defender su futuro, quizás podríamos evitar que el camino hacia la educación pública se vuelva cada vez más empinado. Al igual que ella, estoy seguro de que la mayoría de la gente desea un sistema que ofrezca igualdad de oportunidades en lugar de serrar caminos para algunos.
No podemos olvidar que este no es solo un problema que afecta a los estudiantes. La comunidad entera se siente perjudicada al ver cómo su futuro se transforma en un logaritmo inaccesible. Aquí, la educación pública debería ser vista como un derecho y no como un lujo en una estantería que se alza cada vez más hacia el cielo.
Los números no dicen todo: el drama detrás de la financiación
La situación de las universidades públicas es, en efecto, dramática. La insuficiente financiación ha llevado a profesores y educadores a una lucha diaria para poder hacer su trabajo. A menudo escuchamos que “no cubrimos ni los gastos de personal”, lo que resulta ser la frase de una época oscura. Y, al igual que muchos en el ámbito académico, yo también asisto a esa realidad.
La Comunidad de Madrid no solo está fallando en sus obligaciones: está ahogando el potencial de miles de estudiantes. ¿Qué tipo de futuro se puede forjar cuando las bases sobre las que se construyen son tan frágiles?
Por otro lado, el Gobierno de Pedro Sánchez ofreció un plan de emergencia que incluía recursos para contratar docentes, pero este fue rechazado inicialmente por Ayuso. A veces, en este juego de “quién pierde menos”, parece que todos estamos en un concurso donde al final nadie se lleva el premio. En mi experiencia, es como intentar que un grupo de amigos concuerde en qué ver en Netflix—cada uno tiene su opinión, pero al final, todos terminan frustrados.
Una mirada al futuro: ¿qué cambios son necesarios?
Es evidente que el modelo actual de financiación universitario no cubre las necesidades mínimas. Entonces, ¿qué cambios son necesarios? En primer lugar, un compromiso real por parte de las autoridades. Las universidades no son fábricas de diplomas; son campos de cultivo para ideas e innovación. Con la creciente presencia de la educación privada, es fundamental que el sistema público recupere su fuerza y su propósito original: proporcionar educación accesible y de calidad para todos.
La importancia de la financiación adecuada
Cuando hablamos de financiación, no solo se trata de números fríos y aburridos. Se trata de lo que esos números pueden ofrecer: un futuro prometedor, una educación digna y oportunidades para todos. Este es el momento en que los responsables políticos deben demostrar realmente que creen en la educación como herramienta de cambio y crecimiento.
Unir fuerzas: la importancia del apoyo comunitario
Los ciudadanos debemos unirnos para exigir la transformación de este sistema. Esto puede significar ser parte de protestas, pero más allá de eso, es fundamental crear la conciencia pública necesaria sobre esta problemática. No solo afectará a los estudiantes de hoy, sino también a generaciones futuras. Así que la pregunta es: ¿estás dispuesto a ser parte de esta lucha?
Conclusiones: la universidad pública en la encrucijada
La situación actual representa una encrucijada: podemos permitir que nuestras universidades públicas se sigan desmoronando, o podemos alzar la voz y comprometer nuestra energía hacia un sistema educativo que garantice oportunidades para todos. La universidad pública es una construcción llevada a cabo por generaciones pasadas, y dependerá de la nuestra preservarla para las futuras. Con todo, la pregunta que nos queda es: ¿estamos listos para defenderla?
El futuro de la educación, tal como lo conocemos, no puede ser dejado en manos del azar. Es nuestro deber, como ciudadanía comprometida, proteger un derecho esencial, porque en última instancia, «gobierne quien gobierne, la uni se defiende».
Así que, a todos los que en algún momento han manifestado su desoportunidad, su impotencia, o simplemente su deseo de una educación digna: tomen su pañuelo, hagan ruido y no dejen que la llama de la universidad pública se apague. Después de todo, en la vida como en la universidad, ¡quien no corre, vuela!