El campo de refugiados de Al Yarmuk, en el sur de Damasco, es un lugar que parece sacado de una película de guerra, pero que es, lamentablemente, la dura realidad para miles de personas. El histórico campo ha sido testigo de una devastación inimaginable, una lucha constante por la supervivencia, y la búsqueda de esperanza en medio del descalabro que ha traído la guerra civil siria. Y quizás, en ese viaje complejo de dolor y resiliencia, encuentres algunos ecos de nuestras propias luchas, ya que, al final del día, ¿no todos buscamos un lugar al que llamar hogar?

Un campo marcado por la guerra y la esperanza

El campo de Al Yarmuk, que alguna vez fue un bullicioso barrio comercial, se asemeja actualmente a un fantasma de su antiguo yo. En 2018, durante una ofensiva que lo sacudió hasta sus cimientos, la mayoría de sus residentes se vieron obligados a huir. Miles abandonaron el campo buscando seguridad en otros lugares, y los que se quedaron enfrentaron el horror de los bombardeos aéreos y el asedio militar. Pero hoy, a medida que la situación comienza a cambiar, un hilo de esperanza se presenta en medio de las ruinas.

Es como esa sensación rara que experimenté uno de esos días de invierno en que, después de semanas de lluvia, el sol finalmente asoma. «¡Ahí está!», pensé, mientras daba un paseo bajo un cielo azul casi imposible. La gente siempre reacciona de maneras diferentes a las adversidades; algunos se hunden en la desesperanza, mientras que otros encuentran maneras de levantarse. Así ocurre en Al Yarmuk.

El regreso a un hogar repleto de ruinas

Entre las personas que regresaron a Al Yarmuk se encuentra Hayat Mohamed, una mujer cuyas vivencias me recordaron a mi abuela, que una vez me enseñó que el hogar es más que un lugar: es el amor y la memoria que lleva dentro. Hayat llegó a Al Yarmuk en 1957, después de huir al nuevo estado de Israel. Pero ahora, incluso después de perder a sus hijos en medio del conflicto, regresa a un hogar que alguna vez fue su refugio, un lugar que ha sido despojado de su esencia. «Ya no tengo nada, perdí a mis hijos, ¿qué más puede pasar?», dice con una resignación que se siente casi palpable.

Esta famosa frase de un sabio griego me viene a la mente: «Lo que no te mata, te hace más fuerte.» Pero, uno debe preguntarse, ¿es realmente esto cierto cuando se trata de la pérdida de seres queridos?

El renovado espíritu empresarial en medio de las cenizas

A pesar de la desolación, hay quienes se niegan a dejarse vencer. Ahmad Al Shagury es un ejemplo brillante de resiliencia. Este hombre, que mostró una determinación digna de aplauso, reabrió su heladería, reconvirtiéndola en una tienda de falafel. Entre las ruinas aún ruidosas de Al Yarmuk, ha encontrado un modo de reunir a la comunidad en torno a algo tan sencillo como la comida. «¡La comida siempre ha sido un pegamento!», pensé mientras lo escuchaba. En medio del caos, el acto de cocinar y compartir se convierte en un símbolo de resistencia.

Me surge otra pregunta: ¿cuántas veces hemos encontrado consuelo en una buena comida después de un día difícil?

Una comunidad que se reconstruye

Samer Yalbut también ha capturado ese espíritu. Tras la reciente caída del régimen de Bashar al Asad, regresa a su hogar para iniciar la reconstrucción con sus propias manos. «Este es mi hogar y quiero vivir aquí», afirma con una determinación admirable. Es indudable que este deseo de volver es una manifestación del amor que siente hacia su tierra, un amor que perdura a pesar de la devastación que lo rodea. Este amor es un hilo que une a todos los refugiados, el mismo que los impulsa a soñar con un futuro mejor.

Pero la reconstrucción no es solo física; también es espiritual. Juliette Touma, directora de comunicación de UNRWA para Oriente Medio, lo subraya con su afirmación: «La gente de Al Yarmuk ha padecido un sufrimiento inmenso y atrocidades inconcebibles.» Su llamado a la necesidad de sanar el tejido social me resuena profundamente. Es un reto inmenso, pero uno que es necesario enfrentar.

Miradas hacia el futuro

A medida que los refugiados comienzan a regresar, la infraestructura del campo, que estuvo sumida en el abandono, vuelve a tener actividad. La UNRWA calcula que unas 2,400 familias han pasado a residir nuevamente en Al Yarmuk. Aunque no se cuenta con suministros básicos como electricidad o agua corriente, el simple hecho de que las personas estén regresando es una luz al final del túnel.

Podemos hacer una analogía aquí: cuando estamos pasando por epocas oscuras en nuestras vidas, tener a alguien que confíe en que habrá días mejores es el impulso que todos necesitamos. ¿Quién en nuestra vida ha sido esa persona para nosotros?

El lado oscuro de la historia

Pero no todo es optimismo. La situación todavía es crítica, y la historia de innumerables personas refugiadas está marcada por el dolor y la pérdida. Muchas familias aún buscan a seres queridos que desaparecieron en las garras de un conflicto interminable. Halima Hammud, por ejemplo, ha pasado más de una década sin saber de su esposo, quien fue secuestrado en 2013. Su historia refleja la angustia que comparten muchos en la comunidad, una angustia que a menudo se siente como un peso insoportable.

El camino hacia la curación y la reconstrucción es, sin duda, tortuoso. La traición del silencio se siente como un eco constante en la vida de aquellos que buscan respuestas. ¿Puede alguna vez el dolor superar la esperanza? Tal vez no, pero a veces, puede parecer que sí.

Un final abierto

Como en todas las historias, hay un final abierto. La reconstrucción de Al Yarmuk es solo el comienzo de un viaje mucho más largo que abarca la sanación emocional y la reconstrucción de la comunidad. Lo que suceda en los próximos meses y años determinará el futuro de este histórico campo de refugiados. Al mirar hacia atrás, es difícil no sentirse inspirado por la tenacidad de su gente.

Quizás lo más importante que podemos aprender de Al Yarmuk es que, incluso en las circunstancias más difíciles, la humanidad siempre encontrará una forma de resistir, reconstruir y, eventualmente, renacer.

¿Estamos nosotros también dispuestos a albergar la esperanza en nuestros corazones, incluso en tiempos oscuros?

La respuesta puede que sea un viaje personal para cada uno de nosotros. Pero si hay algo de esta historia que nos habla, es que, aunque la oscuridad pueda ser abrumadora, siempre hay un camino hacia la luz. A veces, ese camino solo comienza con un falafel compartido o con la determinación de volver a casa. Y quizás, esa es la lección más grande que podemos aprender en nuestra propia vida cotidiana.