La tierra donde nos hemos criado tiene su propia historia. Valencia, con sus paisajes vibrantes y paisajes protegidos, no es solo un trozo de tierra, sino el hogar de muchas personas que, como yo, hemos luchado para preservar su belleza natural. Este artículo va a ser un viaje a través de mi experiencia como Secretario Autonómico de Medio Ambiente de la Generalitat en el primer Gobierno valenciano del Botànic, un periodo que estuvo marcado por decisiones difíciles y dilemas éticos.
Un nuevo desafío en el horizonte
Cuando llegué a este puesto en 2015, de verdad que no sabía muy bien en qué me estaba metiendo. La política institucional y yo teníamos una relación casi nula —salvo por el hecho de que un día la vida decidió que era momento de dar un salto y yo solo apliqué el modo «intentar no ahogarse». Fue un reto, sí, pero también una oportunidad de poner en práctica muchas de las ideas con las que había soñado durante años en mi tiempo como activista ambiental. Al fin y al cabo, no se trata solo de una función política; se trata de proteger nuestro hogar y garantizar un futuro sostenible.
¿Alguna vez te has sentido como si te lanzaras de cabeza a una piscina sin saber si hay agua? Eso es exactamente lo que sentí. Pero había algo que me guiaba: un compromiso con la biodiversidad y la sostenibilidad, algo que nunca se debe perder de vista, sin importar la presión que recibas.
Enfrentando la presión: el proyecto Puerto Mediterráneo
Pongamos un poco de contexto. Uno de los primeros desafíos que enfrenté fue el proyecto de un mega centro comercial conocido como Puerto Mediterráneo, que se proponía construir en un bosque en Paterna. Imagínate el escenario: miles de millones de euros en inversión, promesas de empleo, entrevistas en periódicos que hablaban de mí como un «integrista ambiental». Por un momento, pensé que estaba protagonizando un episodio de una serie política que nadie quiere ver.
¿De verdad necesitamos más kilómetros de cemento en un lugar que ya tienes el privilegio de oír cantar a los pájaros? La propuesta, que incluía impermeabilizar más de 1.5 millones de metros cuadrados de bosque, se levantaba sobre el barranco d’Endolça. Y cada vez que se producía una nueva inundación en la Feria de Muestras de València, me preguntaba: «¿Pero es que de verdad nadie está viendo las señales?». Fue una lucha, no solo contra la oposición política, sino también contra los miedos que se apoderaban de mí. Detrás de cada decisión se encontraban vidas humanas y el medio ambiente.
Gracias al trabajo en conjunto con funcionarios conscientes y sensatos, conseguimos pararlo. El bosque sigue en pie, respirando y proveyendo un lugar de esparcimiento a la comunidad. Y, para hacer un poco de humor negro, no se hundió la economía valenciana ni su partido volvió a ganar las elecciones, así que claramente se puede sobrevivir sin sacrificar la naturaleza en el altar del desarrollo.
Un río y un parque: la batalla contra la carretera del Turia
En otro episodio de mi aventura política, me enfrenté a la construcción de una carretera dentro del Parque Natural del Turia. Este proyecto contaba con la bendición del anterior gobierno del PP, que había decidido que era buena idea desviar tráfico por un parque. ¿Acaso el sentido común se había tomado unas vacaciones?
Imagina el mapa: por un lado, el hermoso río Turia; por el otro, las casas de la pequeña localidad de Pedralba. Justo en medio, una carretera que sería una especie de muro dividido entre el pueblo y la naturaleza. Me invadió un pensamiento: «¿No se supone que estamos haciendo esto para el bienestar de la comunidad?».
Las presiones llegaban no solo del PP, que ya había sacudido el polvo de sus cadenas, sino incluso de algunos colegas políticos que esperaban que dejara de ser un «especie de freno al progreso». La lucha no era solo por el medio ambiente, sino por el derecho de la comunidad a vivir en un entorno sano.
Finalmente, el proyecto no se llevó a cabo. Y aunque la medida fue criticada, el reciente desastre de la DANA en Valencia —que llevó lamentos y pérdidas humanas— demostró que a veces las decisiones difíciles son la diferencia entre la vida y la muerte. Recordemos que en Pedralba fueron muchas las familias que sufrieron las consecuencias de la inundación.
La tragedia y la responsabilidad social
Las inundaciones que asolaron el área valenciana resultaron ser más que un desastre natural; fueron la manifestación de una serie de decisiones políticas y de desarrollo que priorizaron el crecimiento económico sobre la seguridad de la comunidad. Me ha dado para pensar: ¿Realmente entendemos lo que significa vivir en una sociedad que pone el beneficio económico antes que la vida humana?
Los ecos de mis días como Secretario Autonómico resuenan en los argumentos que aún nos bombardean día tras día: «la construcción genera riqueza, construir es hacer crecer la economía». Pero, ¿a qué costo? Tal vez necesitamos un cambio de mentalidad. La vida debe ser la prioridad, no el crecimiento. ¿Eso no es lo que define a una sociedad avanzada?
Reflexiones sobre el precio del desarrollo
Cuando miro atrás, pienso en todo lo que podría haber sido escenario: desde los árboles talados hasta la codicia que, como un monstruo insaciable, se alimenta de cada billón y medio que se pone en la mesa de operaciones de un proyecto urbanístico. Es un ciclo sin fin.
Parece que en la política, el que gana es quien más sabe ocultar la verdad. Pero al final del día, cuando las tormentas arrecian y la tierra se tiñe de lluvia y pérdida, me pregunto: ¿realmente vale la pena? Tras estos años y experiencias, creo firmemente que nuestros espacios naturales son un legado que debemos proteger, no solo en nombre de la naturaleza, sino en nombre de las futuras generaciones.
De hecho, me vuelvo a preguntar: ¿quién quiere vivir en un lugar desprovisto de naturaleza? Creo que todos preferimos un mundo donde podamos salir a pasear por el bosque, respirar aire puro, escuchar a los pájaros y, por qué no, disfrutar de un buen café en una terraza, observando cómo la vida florece alrededor.
Conclusión: un llamado a la acción
Así que aquí estamos, conociendo la verdad detrás de las decisiones que afectan nuestro entorno. Mi paso por la política ha sido un reparador recordatorio de que la lucha por el medio ambiente no es solo responsabilidad de unos pocos. Implica a cada uno de nosotros. Valencia, aunque a veces es criticada por su gestión ambiental, es un lugar donde podemos dar un ejemplo. La comunidad tiene el poder de cambiar las cosas y la naturaleza misma te llamará a la acción.
Cada vez que decidimos limpiar un parque, plantar un árbol o simplemente respetar a nuestra tierra, estamos formando parte de una lucha mayor. La próxima vez que se te presente un dilema sobre el desarrollo y la preservación, pregúntate: ¿qué legado quieres dejar?
La naturaleza siempre encontrará la manera de volver a levantarse, pero eso no significa que debamos dejar que caiga en primer lugar. El verdadero progreso radica en la búsqueda del equilibrio, en abrazar la protección del medio ambiente como un aspecto fundamental de nuestras vidas. Al final del día, vale más un bosque que una carretera. ¿No crees?