La cara menos visible de la sociedad, la que se encuentra en el tejido de los hogares y en la lucha diaria por la dignidad, nos presenta a un colectivo que necesita ser reconocido, apoyado y, sobre todo, visibilizado: las cuidadoras. Este artículo no solo gira en torno a la manifestación de las madres y hermanas que cuidan a familiares con discapacidades y grandes dependencias en Barcelona la víspera del 8 de marzo, sino que también busca abrir un diálogo sobre la importancia de un sistema público de cuidados que reconozca su labor, que la dignifique y que, en última instancia, la haga posible.

La manifestación: un grito ahogado que busca ser escuchado

Imagina estar en una multitud, sosteniendo pancartas que claman por tus derechos, mientras el sol se pone sobre la ciudad. Eso es exactamente lo que ocurrió recientemente en Barcelona, donde un grupo valiente de mujeres, agrupadas en el Sindicato de Madres en la Diversidad Funcional, decidió lanzarse a las calles para exigir un sistema que garantice los derechos fundamentales de quienes dedican su vida a cuidar de otros. La escena era vibrante, llena de pasión y, seamos honestos, de una dosis considerable de frustración.

«¡Aquí estamos, las madres que cuidamos!» era la consigna que resonaba con fuerza, pero en sus corazones, esa lucha iba más allá de simples palabras. Era un llamado a la acción para que las administraciones dejen de mirar hacia otro lado. ¿Es demasiado pedir un sistema que apoye a quienes sostienen la vida en sus manos?

El poder del colectivo

Lo asombroso de esta manifestación es cómo un grupo de mujeres, en su mayoría invisibilizadas por la sociedad, se unieron para formar un coro potente y contundente. Detrás de cada pancarta hay una historia, un sacrificio que muchas veces se da en silencio. La historia de Maria José Tavira es un ejemplo claro de esta realidad: madre de un hijo con autismo de grado tres, su lucha personal se convierte en una lucha colectiva. En su intervención, destila la injusticia que siente al ver que las necesidades de su hijo no son atendidas de manera adecuada.

«Si los cuidadores fueran hombres, habría dos ministerios,» dice Maria José. Y aunque suena a chiste, la realidad que pone sobre la mesa es aterradora. El sector de cuidados no solo se enfrenta a la falta de apoyo, sino que es constantemente explotado y olvidado. No se trata solo de trabajar; se trata de cuidar de la vida misma.

Los grandes olvidados: el sistema de cuidados

Los derechos sociales son tan básicos como los derechos humanos, pero, curiosamente, el sistema público de cuidados en España aún no es universal. ¿Cómo es posible que en un país donde la sanidad pública es un derecho protegido, los derechos de las cuidadoras queden relegados a un segundo plano? Es algo que cuesta entender, sobre todo cuando vemos el esfuerzo desmedido que realizan en sus jornadas extenuantes.

La Red por el Derecho a los Cuidados se ha formado para luchar por esta causa. Cada miembro de esta red ha experimentado, de primera mano, la carga de cuidar, y muchos lo han hecho, como se menciona, incluso durante la pandemia. Este esfuerzo no solo busca una identidad de sector, sino crear un puente entre la experiencia de las cuidadoras y la responsabilidad social que todos compartimos.

La precariedad: un ciclo que no acaba

La situación laboral de las cuidadoras es alarmante. La mayoría se encuentra en condiciones de precariedad, en trabajos que no son reconocidos y donde la economía sumergida reina. Esto no solo afecta la calidad de vida de quienes cuidan, sino también a aquellos que dependen de ellos. Las administraciones han cedido este ámbito a empresas, convirtiendo lo que debería ser un derecho en un mero negocio. Pilar Nogués, representante de las trabajadoras del Servicio de Atención Domiciliaria (SAD), no puede ser más clara: “Los cuidados deberían ser un servicio público.”

Es crudo darse cuenta de que mientras estas mujeres luchan por un reconocimiento, grandes corporaciones se benefician de su trabajo sin que ellas reciban nada a cambio. Aquí entran en juego historias como la de Elba Mansilla, quien con su voz potente resuena en cada reunión, pidiendo mejores condiciones para quienes sostienen la vida de otros.

Desequilibrio de género y la invisibilidad de las mujeres

Un tema que surge de forma latente en este discurso es el desequilibrio de género. La mayoría de las cuidadoras son mujeres, y sus responsabilidades han sido tradicionalmente vistas como parte de su rol en la familia. Sin embargo, esa concepción perpetúa un ciclo de invisibilidad y desvalorización. Es un hecho que no se puede pasar por alto: muchas cuidadoras son migrantes en situación irregular que no pueden acceder a un trabajo formal y, por lo tanto, terminan atrapadas en la economía sumergida.

La falta de reconocimiento del trabajo del hogar como tal no solo es un problema de derechos laborales, sino que se convierte en una cuestión de justicia social. La manifestación en Barcelona no es solo un grito de auxilio; es un recordatorio de que detrás de cada familia hay una historia de sacrificio y amor que merece ser honrada y, sobre todo, apoyada.

El impacto de la pandemia

La pandemia de COVID-19 puso en relieve las debilidades de nuestro sistema de cuidados. Al cerrarse los colegios y las guarderías, muchas cuidadoras se vieron aún más abrumadas. Sus historias son un reflejo de una lucha más amplia que va más allá de lo personal; es un tema que tiene repercusiones en la sociedad en general, pues la carga del cuidado no desaparece simplemente porque se asuma que las mujeres pueden manejarlo.

La Red por el Derecho a los Cuidados surgió durante este tiempo de crisis, uniendo voces para que, finalmente, se reconozca la dimensión social de lo que significa cuidar. La pregunta es: ¿seremos capaces de aprender de esta lección y, más importante aún, de actuar para cambiar la narrativa?

La mirada hacia el futuro

Después de la manifestación, una representación de las cuidadoras fue recibida por el director general de autonomía y discapacidad y la directora general de servicios sociales. Es un pequeño paso, pero la necesidad de un sistema público de cuidados es un clamor que no puede ser ignorado. Las administraciones están en deuda con las cuidadoras, y cuando estas mujeres afirman que cuidar no es un destino, sino un trabajo, están reclamando lo que siempre debería haber estado presente: derechos.

Es tiempo de reconocer que el trabajo de cuidar debe ser dignificado y que un verdadero sistema de cuidados no solo beneficia a las cuidadoras y sus familias, sino a toda la sociedad. Porque, al final del día, todos nosotros, en algún momento, necesitaremos de esos cuidados.

Conclusión: cuidar es un acto de amor, pero también de justicia

Hoy, más que nunca, es esencial que se escuchen las voces de las cuidadoras. Cada una tiene una historia que contar, una lucha en la que han invertido su energía y su amor. Y aunque puedan parecer invisibles, son el corazón de nuestra sociedad. La manifestación de Barcelona es solo el comienzo de un movimiento que no solo busca reivindicar sus derechos, sino transformar la forma en que vemos y valoramos el trabajo de cuidar.

Así que, la próxima vez que veas a una madre, hermana o cuidadora, piensa en el poder que hay en su dedicación y en su lucha. ¿Estamos dispuestos a unirnos a este cambio y a apoyar un sistema que finalmente les dé el reconocimiento que merecen? La respuesta podría cambiar no solo su futuro, sino también el de todos nosotros.