La Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia (LORE) fue un acontecimiento muy esperado en España. No solo porque ofrecía un nuevo horizonte para el derecho a morir dignamente, sino porque en un país donde las tradiciones y la religión a menudo marcan la pauta, dar este paso requería una valentía colectiva. Sin embargo, como lo muestra la conmovedora historia de Judit González y su padre, la implementación de esta ley aún enfrenta numerosos desafíos que ponen en duda su efectividad. Acompáñame en una exploración de este tema tan delicado y lleno de matices, donde empatía, dolor y burocracia se entrelazan.

Un cambio legislativo esperado, pero mal ejecutado

Desde su entrada en vigor, 63 personas en Castilla y León han efectuado su solicitud de eutanasia, de las cuales solo 23 han podido completar el proceso. ¡Y aquí está la trampa! La historia del padre de Judit no solo es un testimonio desgarrador, sino también una mirada al fracaso del sistema que se supone debe garantizar esos derechos.

Imagínate estar en la piel de alguien que, con una enfermedad terminal como la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), toma la decisión valiente de dejar de sufrir, solo para encontrarse con un laberinto burocrático que le impide hacerlo. Judit relata cómo su padre dejó claro en su testamento vital que no quería seguir viviendo en un estado que ya no reflejaba quién era. Pero, ¿cuál fue el resultado? Un violento enfrentamiento con la indiferencia administrativa y la desidia médica.

La tristeza de una despedida solitaria

No hay nada que pueda describir la desesperación de una familia que no solo está lidiando con la inminente pérdida de un ser querido, sino que también se encuentra atrapada en un mar de burocracia. Judit ha compartido que al intentar iniciar el proceso de eutanasia de su padre, jamás lograron que se le asignara un número de expediente, ni mucho menos obtener la atención médica necesaria para llevar adelante su decisión. “Murió solo”, dice Judit, con una mezcla de dolor y rabia, y te puedes imaginar que esas palabras no solo rescatan el sentimiento de pérdida, sino que encienden la llamarada de indignación.

La burocracia, a menudo cruel y desalmada, puede convertir un momento de aceptación en una realidad que se siente todavía más oscura. ¿Quién puede entender realmente el sufrimiento que causa la inacción y la falta de empatía en estos momentos tan críticos?

Un sistema que falla

La historia de Judit no es, lamentablemente, un caso aislado. El doctor Fernando Sanz, activista de la Asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) en Castilla y León, hizo un llamado a la acción y reflexionó sobre lo lento y confuso que es el proceso para quienes buscan la eutanasia. En Castilla y León, el tiempo promedio para recibir una respuesta a una solicitud de eutanasia fue de 81 días en 2023, lo que contrasta gravemente con los 36 días de Asturias o los 62 de Andalucía. En otras palabras, aquí se evidencian las diferencias significativas en la atención y el respeto por los derechos individuales. Y, seamos claros, no se trata solo de cifras: se trata de vidas humanas.

Además, Judit explicó cómo, tras una serie de malentendidos con los médicos, incluso se sentía infantilizada en su propia lucha por cumplir con el deseo de su padre. “No es que quiera quitarme el muerto de encima, es que no tengo ni tiempo ni conocimiento para hacerlo”, fue una de las respuestas que recibió. Y aquí viene la pregunta retórica: ¿es realmente aceptable que un médico se excuse así ante alguien que sufre en cuerpo y alma?

La importancia de la empatía

Una de las discusiones más vitales que podemos tener en torno a este tema es la necesidad de empatía en el proceso. Judit ha sido clara y contundente: “Debemos aprender a empatizar, a ponernos en la piel de los pacientes y la familia que los acompaña”. En ocasiones, parece que algunas instituciones actúan como un laberinto en el que los pacientes se pierden, dejando de lado su dignidad y su derecho a elegir cómo quieren vivir sus últimos días.

Como dice el refrán, “no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Es indispensable que como sociedad reconozcamos la importancia de cada historia y cada vivencia. En esta era de tanta información y comunicación, seguimos desconectados entre nosotros, y esa desconexión tiene efectos devastadores.

La batalla constante por los derechos

A medida que la DMD celebra su 40 aniversario, resulta fundamental hacer un balance de la ley de eutanasia y del testamento vital. Judit y Fernando Sanz ponen de manifiesto que, pese a esta legislación, la realidad es muy distinta. Las solicitudes de eutanasia están escasamente documentadas y, además, el Procurador del Común ha tenido que intervenir para que se publiquen estos datos, los cuales son “áridos” y difíciles de entender. No estamos hablando de un trivial tema administrativo; estamos tratando con la vida y la muerte de personas que, a menudo, no pueden luchar más.

Además, es irónico que la administración hable de derechos y dignidad mientras los procesos son tan tortuosos. Es como jugar a la ruleta rusa con la vida de seres humanos. Un momento de reflexión sincera: ¿qué tipo de sociedad queremos construir?

La voz de un testimonio desgarrador

La historia de Judit es solo una de las muchas que emergen en este contexto. Con una mezcla de tristeza y determinación, ella ha decidido compartir su experiencia para que no haya más familias sufriendo de la misma manera. “El 1 de diciembre se acostó como cualquier otro día. Finalmente, esa noche acabó muriendo en soledad”. Estas palabras resuenan en nuestra conciencia, recordándonos que detrás de cada solicitud de eutanasia hay una vida que ha luchado y merece ser escuchada.

La voluntad de una persona en su último deseo no debería ser un rompecabezas burocrático sino un proceso claro y compasivo. La confluencia de la medicina y la ética debería permitir a cada persona tener un final digno. La Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia debería ser un refugio, no un laberinto.

El camino por delante

Ciertamente, queda mucho por hacer en torno a la implementación de esta ley en Castilla y León. Las instituciones deben mejorar su comunicación y, sobre todo, su sensibilidad hacia el sufrimiento de los pacientes. Quizás es hora de que tanto médicos como administradores se den una pausa, miren a su alrededor y se pregunten qué esfuerzo están dispuestos a hacer para mejorar. La respuesta debería estar clara: la vida y la dignidad de cada persona.

A medida que avanzamos en esta conversación, te invito a reflexionar. ¿Estamos dispuestos a dejar que estas historias de sufrimiento caigan en la oscuridad, o tomaremos medidas para crear un cambio real?

Al final, todos tenemos algo que aprender de la experiencia de Judit. No solo se trata de estadísticas; se trata de humanidad, dignidad y la esencia de lo que significa vivir y morir. La ley de eutanasia es un derecho, pero su respeto y aplicación es una lucha que, lamentablemente, sigue en pie. La pregunta ahora es: ¿qué haremos al respecto?