La política contemporánea parece cada vez más un escenario donde el absurdo se enfrenta a la realidad. Lo que alguna vez pudiera parecer un tema trivial, como el número de asistentes a la toma de posesión de un presidente, puede convertirse en un atajo hacia una nueva dimensión de la verdad: los hechos alternativos. Este término, surgido en el tumultuoso inicio del mandato de Donald Trump, nos invita a reflexionar sobre cómo los líderes políticos navegan a través de la bruma de la percepción y la opinión pública. Y no, no estamos hablando de un juego de magia donde se desaparecen verdades de un sombrero, sino de algo muchísimo más serio y impactante.

El nacimiento de los hechos alternativos

Recordemos aquel día de enero de 2017, cuando Kellyanne Conway, asesora de Trump, lanzó la expresión que muchos vieron como un signo de los tiempos. ¿Realmente necesitábamos un nuevo término para referirnos a las mentiras? Quizás lo que necesitaban algunos era más control sobre la narrativa en un océano de información desbordante. Según investigación del The Washington Post, Trump pronunció unas extraordinarias 30,573 mentiras durante su mandato. Pero, ¡hey!, eso son solo números, ¿verdad? Algunos podrían pensar, ¿quién necesita la verdad cuando puedes fabricarte la tuya propia?

Recuerdo cuando un amigo me invitó a una fiesta y, al llegar, me di cuenta de que no conocía a nadie más que a él. «¡Qué pasa!», pensé, «esto es como un hecho alternativo». En mi realidad, la fiesta era un evento monumental, mientras que para otros, probablemente no era más que una reunión casual. Con un poco de humor, puedo decir que a veces nos gusta vivir en nuestras burbujas de percepción. Pero, a diferencia de mis travesuras sociales, la política no se juega en el limbo de la percepción, sino en un terreno mucho más complicado y riesgoso.

La estrategia de la amnesia colectiva

La figura de Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, ha comenzado a emular la narrativa de los hechos alternativos. Tras un incidente que dejó a 223 personas fallecidas, la desconexión de Mazón con la realidad y su relación con sus responsabilidades se han vuelto tema de conversación. “Nadie preguntó”, afirma Carlos con una calma casi inquietante, mientras el resto de nosotros estamos aquí preguntándonos exactamente qué considera que podríamos haber preguntado. Como si los ciudadanos tuviéramos que estar al tanto de sus jugadas de ajedrez político.

En esta época de desinformación, donde lo que importa no es lo que sucede, sino cómo se presenta, vemos una inquietante similitud con la administración Trump. Si el olvido puede ser la salvación, ¿por qué no intentar borrar el pasado como si se tratara de un borrador en un cuaderno de notas? La idea de que la amnesia colectiva podría jugar a favor de políticos como Mazón es tanto desconcertante como fascinante. Una encuesta de Associated Press reveló que el 65% de los estadounidenses siente que debería limitar su consumo de noticias sobre política y gobierno. ¿Una clara señal de resignación colectiva? ¿Estamos perdiendo interés en la verdad a favor de una narrativa que nos resulte más cómoda?

La necesidad del revisionismo histórico

Los partidos de ultraderecha, y algunas veces los de derecha tradicional, capitalizan las ansias de revanchismo y el revisionismo radical de los hechos. Nos encontramos, una vez más, en el dilema de si mantener la memoria histórica sirve de algo. Esa era una pregunta que Azaña se hacía hace décadas, antes de que esta nueva ola de políticos decidiera que también podían jugar con la historia. A veces me pregunto, ¿nos estamos convirtiendo en los protagonistas de una telenovela interminable?

Cuando algo va mal, la tentación de cambiar la narrativa es grande. No es que Mazón sea un mago, pero se parece más a un ilusionista que intenta atraer la atención en la dirección equivocada. Es ahí cuando nos damos cuenta de que sin memoria, los errores tienden a repetirse. Y si los ciudadanos olvidan lo ocurrido, ¿se convierte eso en una especie de timo colectivo? Las elecciones de 2025 se acercan y con ellas el ruido de las viejas equivocaciones comienza a filtrarse de nuevo en la conversación pública.

El peligro del populismo

El fenómeno del populismo es otro tema complicadísimo en esta danza de hechos alternativos. Aquí es donde se difumina la línea entre la verdad y la retórica. Los líderes populistas tienen un talento innato para resonar con las frustraciones humanas, pero la consecuencia es que la realidad se distorsiona con cada discurso. Se genera una especie de ecosistema donde las mentiras se legitiman, y los hechos son flexibles.

Si hemos aprendido algo de las últimas décadas, sabemos que la política no necesita más caos. Sin embargo, parece que queremos ignorar las lecciones del pasado. Incluso cuando una figura pública, como Mazón, se enfrenta a presiones éticas y morales, la memoria colectiva puede parecer un recurso que se agota. Cada elección se convierte en un laberinto donde es difícil discernir la verdad en medio de la neblina de promesas vacías y hechos reinventados.

Hacia un futuro incierto

Frente a este escenario, donde la narrativa política ha sido moldeada a conveniencia, es importante también reflexionar sobre cómo nosotros, como ciudadanos, respondemos a ello. ¿Aceptamos pasivamente la realidad que nos presentan, o nos convertimos en críticos activos de las formas de manipulación? Una cosa es segura: el silencio no es una opción.

Un amigo me decía que su madre siempre le decía que “nunca es tarde para aprender”. Esto también se aplica a la política. A menudo, nos encontramos mirando el espectáculo desde la primera fila, preguntándonos sobre el verdadero significado de lo que significa ser un ciudadano en una democracia moderna. Si nos preocupamos realmente por los valores democráticos y por la verdad, nos toca mantenernos despiertos y alertas, cuestionar, aprender, y quizás, recordar.

Conclusiones

En resumen, la insólita danza de los hechos alternativos no es sólo un fenómeno de la era moderna, sino un desafío que nos enfrenta a nosotros como individuos y colectivos. Si dejamos que la narrativa se reescriba a nuestro alrededor sin cuestionamientos, ¿qué futuro político vamos a construir? Ya sea en la Generalitat Valenciana o en la Casa Blanca, el eco de la amnesia colectiva resuena con fuerza y nos enfrenta a un dilema moral. ¿Nos conformaremos con la versión fácil de la verdad, o nos atreveremos a pelear por un diálogo más honesto?

Así que, mientras nos preparamos para un futuro incierto, no olvidemos mantener nuestros ojos bien abiertos y nuestras mentes en marcha. Después de todo, el único hecho alternativo que deberíamos buscar es el de pensar críticamente y aprender de nuestros propios errores. ¿No es este el desafío más importante de todos?