La última inauguración de la temporada del Liceu de Barcelona nos trajo una obra que, creánme, no deja a nadie indiferente: “Lady Macbeth de Mtsensk”. Este título, un poco difícil de pronunciar en una conversación casual, resulta ser más que una simple ópera; es un viaje hacia los abismos de la naturaleza humana y un espejo que refleja nuestras miserias. ¡Y todo esto mientras se inunda el escenario con miles de litros de agua! Al principio, pensé que era una nueva táctica de marketing para un spa, pero no; es la magia del teatro, y especialmente del teatro operístico, donde cada detalle cuenta.

Un teatro que florece entre lluvias y tragedias

La ceremonia de inauguración de esta temporada fue un evento abarrotado de autoridades políticas y personalidades del mundo de la cultura. ¿Por qué? Porque este año celebramos los 25 años desde la reapertura del Liceu tras un devastador incendio en 1994, y por lo que se ha visto, la celebración estuvo a la altura. Era como si estuviese en una gala de los Oscars, pero con más trajes de gala y, probablemente, menos selfies.

En medio de este festival de moda y cultura, la obra elegida no podía ser más provocativa: “Lady Macbeth de Mtsensk”, donde Dmitri Shostakóvich nos lanza al crudo tratamiento de la vida rusa en tiempos de opresión. Imaginen un cóctel entre locura, tragedia, y una generosa dosis de lirismo. Si los cómics eran un espejo de la sociedad americana, esta obra es un reflejo a la inversa, una sombra en la que uno puede ver sus propias luchas.

Sobre Shostakóvich y la trágica mujer rusa

Hablemos un poco del autor. Dmitri Shostakóvich fue un compositor que vivió bajo la mirada vigilante de Stalin. A pesar de su compromiso con el arte, su historia es una de tragedia y lucha. Decidió componer una trilogía de óperas sobre los destinos de las mujeres rusas, pero, como leí en el libro “El ruido del tiempo” de Julian Barnes, esa visión fue truncada. ¡Vaya manera de interrumpir la creatividad!

En “Lady Macbeth”, la protagonista, Katerina, se convierte en una víctima de su entorno. Me recuerdo a mí mismo en la adolescencia, intentando peculiarmente encajar en el grupo de amigos. Mi mayor amor era una chica que, cada vez que la veía, sentía que las espinas de una rosa me atravesaban el corazón. En su caso, Katerina encuentra el amor en un mundo que no se lo permite; su historia es desgarradora y, en cierto modo, tristeza pura.

La escenografía: un océano de emociones

El director de escena, Àlex Ollé, decidió inyectar una dosis considerable de innovación en esta producción. Así, el escenógrafo convierte el escenario en un impresionante “espejo líquido” al inundar el mismo con agua. ¿Imaginan estar en un escenario donde los personajes parecen flotar? Cuando el agua comienza a moverse y a ondular, se hace evidente que lo que estamos viendo no es simplemente la historia de Katerina, sino un reflejo de todas nuestras propias luchas y sufrimientos.

Ollé no es ajeno a este recurso: “La Fura dels Baus” es conocido por romper moldes y sacudir al público. En mi experiencia, esta búsqueda por lo inusual siempre trae a colación recuerdos de mi propia búsqueda de la creatividad. Esa vez que decidí pintar una obra de arte en la pared de mi sala de estar y terminé cubriendo el lugar con salpicaduras de pintura. Bueno, aquí no hubo pintura, sino agua en un contexto dramático y poético.

A lo largo de la representación, las tensiones entre el mundo interior de Katerina y la brutalidad que la rodea son palpables. En una escena de bodas, la claustrofobia producida por las planchas oxidadas nos recuerda que, incluso en los momentos de celebración, la sombra de la desesperación puede estar al acecho. ¿Quién no ha sentido esa misma presión social en algún punto de la vida? Como un gato intentando salir de una caja imaginaria, todos buscamos nuestra libertad.

Un viaje a lo oscuro: entre música y emociones

La música de Shostakóvich es como un viaje en montaña rusa, con momentos de furia y otros de lírica intensamente emotiva. La batuta de Josep Pons es esencial para crear esa alucinante mezcla. En un momento, te tienen al borde del asiento y al siguiente, los sonidos te envuelven como un abrigo en un día frío. Esa tensión que se siente en el aire es un recordatorio de que la violencia y la felicidad rara vez coexisten sin conflicto.

Ciertamente, hay secuencias inquietantes y desquiciadas que dejan al público rumiando consigo mismo. ¿Cuántas veces hemos sentido que la vida es un carrusel de altibajos? ¿Y cuántas veces hemos querido saltar de la montaña rusa antes de tiempo? Cuando Katerina y su amante asesinan a su esposo, se plantea esa pregunta. ¿Hasta dónde llegarías para encontrar la libertad del opresor? Es una línea borrada entre amor y locura.

Un final onírico: la voz de la desesperación

El cuarto acto, que Ollé transforma en un verdadero purgatorio, es la guinda del pastel. La acción se aleja de Siberia y nos lleva hacia un espacio onírico lleno de simbologías. La escena del asesinato de la compañera de celda, donde Katerina asume decisiones atroces, es un momento de desesperanza que deja al público en un silencio sepulcral. La brutalidad del actuar humano se siente en cada nota musical, en cada goteo de agua.

La representación es poderosa y profundamente conmovedora. ¿Alguna vez han sentido que el mundo se cierra a su alrededor y que cada pequeño error puede resultar devastador? Así es Katerina, atrapada en un ciclo de desesperación y culpa. Cada vez que levantaba la vista, esperando encontrar una salida, el agua volvía a caer. Aquí, la tragedia no solo es de ella; es de todos nosotros. Y eso nos conecta.

Reflexiones finales: un llamado a la empatía

Asistir a «Lady Macbeth de Mtsensk» en el Liceu fue, sin lugar a dudas, una experiencia sublime. Este montaje no solo invita a la reflexión sobre el papel del arte en la sociedad, sino que también hace un llamado a nuestra empatía. En un mundo donde a menudo nos sentimos desconectados, es vital recordar que las luchas de los demás son muitas veces un reflejo de las nuestras.

La combinación de unos efectos visuales sobresalientes con una partitura intensa y conmovedora reflexiona sobre la dualidad de nuestra naturaleza. Nos hace cuestionar nuestros propios dilemas, nuestras propias decisiones, y nos recuerda la vulnerabilidad que todos compartimos.

Así que, si alguna vez encuentras tiempo, ve al Liceu. No solo estarás asistiendo a una obra maestra, sino que estarás explorando partes de tu ser que podrían haber estado escondidas. Entre la música, el agua reflejante y la cruda lírica, la conexión que experimentarás puede ser tan liberadora como lo fue para mí esa vez que tiré pintura en mi sala de estar. Porque, a veces, una pequeña locura es necesaria para reencontrar la magia de la vida.

La temporada apenas comienza; y si esto es un aperitivo, ¡no puedo esperar por el banquete que sigue!