Tres meses después de la devastadora DANA que azotó las comarcas valencianas, la herida sigue abierta. 224 muertos, tres desaparecidos y un par de víctimas fatales que perdieron la vida en los esfuerzos de reconstrucción cuentan una historia que no se puede olvidar. Ante este panorama desolador, el descontento de la ciudadanía valenciana se ha manifestado de manera contundente en la cuarta marcha que ha llenado las calles de València, exigiendo la dimisión de su presidente, el popular Carlos Mazón. Pero, ¿por qué la gestión de esta emergencia sigue llevando a la gente a las calles? ¡Vamos a sumergirnos en esta historia!

La marcha que se hizo escuchar

Recuerdo haber estado en una protesta similar hace unos años, donde la gente se unió no solo por un problema en particular, sino por un sentimiento compartido: la necesidad de ser escuchados. En esta ocasión se han reunido 25.000 personas, según la Delegación del Gobierno, aunque la policía local ha optado por rebajar la cifra a 7.000. ¿Realmente importa el número? Al final, una sola persona que alza la voz es suficiente para hacer eco de un sentimiento colectivo. Imaginen la energía de esas calles, el estruendo de gritos que resonaban con fuerza. Los manifestantes no estaban allí solo por una cifra; estaban allí porque la negligencia institucional ha llevado a un verdadero desastre humanitario.

La voz de los olvidados

La marcha fue encabezada por La Nova Muixeranga d’Algemesí, una representación emblemática del sector cultural valenciano. Es curioso cómo el arte puede ser un símbolo tan poderoso en tiempos de crisis. Esa tarde, las voces de las víctimas y sus familias resonaban con desesperación, reclamando justicia y atención a las entidades culturales que no solo sufrieron la inundación, sino que también han sido olvidadas en el proceso de reconstrucción. Me acuerdo de un amigo que es músico y que, tras el desastre, se sintió desolado no solo por la pérdida de su instrumento, sino por la sensación de aislamiento que han enfrentado muchos en su comunidad.

“No olvidamos” era el grito de guerra de los coportavoces que lideraban la marcha. Uno espera que, tras una tragedia, la gente se una, pero lo que realmente sorprende es cómo la memoria colectiva se mantiene viva, incluso cuando los que deberían protegernos parecen mirar hacia otro lado.

La gestión del desastre: olas de frustración

A lo largo de esta historia se ha repetido un mantra: “La normalidad está muy lejos”. Las portavoces de la manifestación sonaron verdaderamente frustradas, y con razón. Desde la primera protesta, dos semanas después de la DANA, los problemas continúan sin solución. La ausencia de una respuesta efectiva y rápida ha dejado a muchos a merced de las circunstancias. A menudo me pregunto: ¿qué le diría a un amigo de València que haya sido afectado? Tal vez algo así como: “No estás solo, y no dejaremos que esto se olvide”. Pero las palabras son solo palabras si no van acompañadas de acciones.

La denuncia no se limitó a la falta de respuesta ante la emergencia. También se alzaron voces contra los contratos millonarios que se han adjudicado a empresas vinculadas a la financiación irregular del PP. Es una ironía amarga ver cómo, en medio del dolor y la pérdida, algunos siguen beneficiándose. ¿Y qué pasa con los que realmente necesitan esa ayuda ahora?

Protestas con lágrimas y rabia

A medida que avanzaba la protesta, las consignas resonaban con tristeza y rabia: “Mazón asesino”, decían los más enardecidos. No puedo evitar recordar el momento en que sentí que mi voz se ahogaba en una multitud, ese sentimiento de unidad, de comunidad, pero también de desesperación. Uno de los momentos más emotivos llegó cuando, al llegar a la Plaza de la Virgen, los manifestantes guardaron un minuto de silencio. Las imágenes de las víctimas estaban presentes, la historia del miedo y la pérdida llenaba el aire.

Un grupo de personas portaba fotografías de los fallecidos, y es desgarrador imaginar el peso de esas miradas perdidas. “Las víctimas no se olvidan”, es un grito que no debería tener que ser repetido, pero que resuena cada vez que hay quienes intentan seguir adelante sin hacer frente al dolor del pasado.

La falta de documentos y responsabilidades

Mientras el descontento crece en las calles, el Gobierno de Mazón asegura que ningún documento recoge qué ocurrió en el Cecopi el día de la DANA. Insisto, ¿de verdad? ¿No hay audios, actas ni ninguna prueba que respalde la acción de quienes estaban a cargo? A medida que la indignación crece, la sensación de abandono se hace palpable. En situaciones como esta, ¿quién debe rendir cuentas realmente? ¿Acaso aquellos que están en el poder pueden seguir evadiendo su responsabilidad?

Las palabras de las portavoces de la manifestación tenían una verdad cruda: “Un desastre natural se convirtió en una catástrofe humanitaria porque no se avisó a la población.” Es un recordatorio claro de que la desinformación y la falta de acción pueden amplificar un problema ya grave. Y es que, en momentos de crisis, la comunicación es fundamental.

Conclusiones y reflexiones personales

A medida que la lucha por justicia sigue su curso, me pregunto: ¿cómo podemos asegurarnos de que estas historias no se repitan? La verdad es que cada uno de nosotros puede jugar un papel. Ya sea al alzar la voz en redes sociales, al solidarizarnos con quienes sufrieron o al exigir responsabilidad a nuestros gobiernos locales.

La comunidad valenciana ha demostrado que la memoria colectiva es poderosa. Assumir y reconocer el dolor nunca debería ser una carga que lleváramos en soledad. Así que, mientras escribo esto, no puedo evitar sentir una profunda empatía hacia las familias afectadas. Ellos son la verdadera medida de nuestra humanidad, el recordatorio constante de que no hay desarrollo sin memoria y nunca habrá paz sin justicia.

¿Y tú, qué harías en su lugar?

Han pasado tres meses, pero la lucha de la ciudadanía valenciana por su dignidad y derechos continúa. Las calles aún gritan por justicia y es nuestra responsabilidad asegurarnos de que se escuchen esas voces. La historia de la DANA no es solo un relato de desastre; es una llamada a la acción. Entonces, la próxima vez que veas a alguien en la calle protestando, tal vez puedas preguntarte: ¿qué injusticia están defendiendo y cómo puedo unirme a su causa?

Así que, mientras continúan estas marchas y el movimiento por la justicia avanza, no perdamos de vista lo que realmente importa: el bienestar de nuestra comunidad y la exigencia de un gobierno que responda a las necesidades de su gente.

En fin, que esta historia no solo se quede en palabras, sino que se traduzca en acciones concretas que lleven a una València más justa y empática. ¡Y recuerda, la lucha continúa!