Ah, la Navidad. Esa época mágica en la que la gente se viste de rojo, el aire huele a galletas de jengibre y, quizás lo más importante de todo, los consumidores inundan los supermercados en busca de las mejores ofertas. Pero, más allá de las compras y el ajetreo, hay algo que se repite cada año en diferentes rincones: la aparición de organizaciones benéficas pidiendo donaciones, ya sea en forma de alimentos o apoyo económico. Este es el momento perfecto para reflexionar sobre cómo inculcar el valor de la solidaridad en nuestros hijos y hacer de ellos agentes de cambio en el futuro.
En este artículo, exploraremos por qué es tan crucial educar a nuestros pequeños en la solidaridad, y cómo podemos hacerlo de una manera que no sea tan solo un monólogo aburrido.
La Navidad: una oportunidad dorada para enseñar valores
Pensemos en nuestras propias experiencias navideñas. ¿Quién no ha sentido esa chispa tan especial cuando hemos compartido algo con los demás? A menudo, las festividades entran en nuestro radar como una oportunidad para ayudar y compartir con aquellos menos afortunados. Según David Fernández, director estatal de Cruz Roja Juventud, “la Navidad es un buen momento para que los niños y niñas conozcan otras realidades”. No solo es la época para regalar, sino también para reflexionar sobre lo que realmente importa.
Sin embargo, sería un error pensar que la solidaridad solo debe cultivarse durante estas fechas. De acuerdo con Fernández, las acciones solidarias deben continuar durante todo el año. ¿Quién dijo que la generosidad no se puede practicar en pleno verano, cuando la única lucha que libramos es contra el calor?
¿Cómo pensar en el futuro?
La pregunta que debemos hacernos es: ¿Cómo podemos hacer que nuestros hijos se conviertan en adultos solidarios? No, no se trata solo de darles una hucha y decirles que la llenen de monedas para los pobres. La solidaridad se construye a través de la práctica constante, de los valores que transmitimos como padres.
Los valores no son solo palabras vacías
Carmelo Marcén, profesor y especialista en ecología, educación y ética social, lo dice de manera clara: “Nadie nace solidario, sino que se hace”. Para ello, es fundamental que los adultos se conviertan en ejemplos a seguir. ¿Recuerdas esa frase que dice «los hijos aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice»? Pues aquí es donde entra el juego nuestra coherencia.
Imagina esto: estás en la cola del supermercado y ves a alguien pidiendo comida. En lugar de mirar hacia otro lado o ignorar a la persona, decides sacar algo de tu bolsa y ofrecerlo. ¿No sería un gran ejemplo para tu hijo o hija? Esa pequeña acción puede ser el comienzo de un futuro más solidario. La responsabilidad es clave, y nosotros somos los modelos a seguir.
La educación emocional: el primer paso hacia la solidaridad
La educación en la solidaridad no debe comenzar en el colegio, sino en casa. Se puede iniciar desde que los niños son muy pequeños. Desde los 3 años, los niños pueden aprender el significado de compartir, ayudar y colaborar. He notado que a veces, cuando mis hijos ven a un amigo caer mientras juega, ellos mismos se sienten motivados a ayudar. Esa es la chispa que debemos avivar.
A medida que crecen, entre los 7 y 12 años, empiezan a comprender mejor las emociones. Ya no se trata solo de colocar sus juguetes en la caja, sino de entender que hay niños que no tienen juguetes para jugar. Participar en actividades como recogidas de alimentos o juguetes se convierte en un medio poderoso para cultivar la empatía en ellos.
Adolescencia: el momento de actuar
A medida que los jóvenes alcanzan la adolescencia (entre los 13 y 18 años), su conciencia social se desarrolla. Este es un momento en el que pueden involucrarse más activamente en causas solidarias. Pueden optar por hacer voluntariado en diversas organizaciones o incluso organizar sus propias recolectas. ¿Por qué no un grupo de amigos que decidan hacer una recogida de ropa? ¡Imagina el impacto que pueden tener!
Informarles sobre las diferentes realidades que viven otros jóvenes puede abrirles los ojos de una manera que no habíamos anticipado. En lugar de ver el mundo solo a través de sus teléfonos, pueden comenzar a entenderlo de una forma más profunda.
La familia: un refugio de aprendizaje
Resulta fundamental que haya un espacio familiar donde se pueda hablar sobre sentimientos, necesidades y expectativas. “Los niños que viven en ambientes solidarios, posiblemente de adultos, recordarán algo de su vida compartida y formarán parte del voluntariado solidario en un futuro”, nos dice Carmelo Marcén. Así que, ¿por qué no aprovechar esas noches en que todos se sientan en la mesa a contar sus historias del día?
Compartir tiempo con otras familias, amigos o vecinos es también una forma de sensibilizarlos al mundo. Así aprecian la diversidad y las distintas realidades que existen.
La solidaridad en la era digital
No podemos dejar de lado el impacto del mundo digital. Hoy en día, nuestros hijos pasan horas en redes sociales. Aprovechemos esto para cultivar su empatía. Pueden seguir a organizaciones benéficas y participar activamente desde sus teléfonos. Por ejemplo, hacer una campaña de recaudación de fondos en línea puede ser un excelente proyecto escolar que involucre a sus compañeros. ¿Te imaginas ver a tu hijo movilizando a sus amigos por una buena causa? La tecnología puede ser una herramienta poderosa para crear conciencia.
Al final, la clave es que la solidaridad no se convierta en un mero acto de caridad ocasional. Deberíamos tener en mente que con cada pequeña acción, les estamos enseñando no solo a dar, sino a crear una sociedad más justa.
Reflexiones finales
Así que, la próxima vez que veas a esos voluntarios en el supermercado, recuerda que están haciendo mucho más que solicitar donaciones. Están sembrando una semilla de solidaridad en nuestras comunidades y, en última instancia, en nuestros hogares.
Inculcar estos valores no es solo nuestra tarea como padres, sino nuestro deber como ciudadanos. Después de todo, si podemos darles a nuestros hijos la ilusión de un mundo mejor, ¿no vale la pena intentarlo?
Es hora de actuar, compartir y aprender. La solidaridad comienza en casa, y es un viaje que todos podemos emprender juntos. Así que la próxima vez que estén juntos en familia, pregúntales: «¿Qué haremos hoy para hacer del mundo un lugar mejor?» ¡Las respuestas podrían sorprenderte!