La devastación causada por la DANA el 29 de octubre fue un golpe duro para la Comunidad Valenciana. En lo que parecía un día cualquiera, las lluvias torrenciales transformaron paisajes y vidas, dejando un saldo trágico de al menos 227 muertos. Para muchos, este evento cataclísmico fue el inicio de un nuevo drama: la lucha política que se desató en torno a la responsabilidad de la gestión de emergencias. Pero más allá de la política, este desastre nos deja lecciones profundas sobre cómo manejamos las crisis y la importancia de la empatía en la administración pública.

Recordando el día de la DANA: un desastre que nadie vio venir

Recuerdo perfectamente el día de la DANA. Estaba sentado en una cafetería en Valencia, disfrutando de una taza de café y un croissant, cuando las primeras noticias comenzaron a circular. «Se espera que llueva intensamente en las próximas horas», decían los titulares. ¿Intensamente? Eso me sonaba a un buen día para quedarse en casa, pero lo que siguió fue una serie de imágenes desgarradoras que comenzaron a inundar las redes sociales.

Los vídeos de calles convertidas en ríos, de familias evacuadas de sus hogares y de la desolación que se apoderó de la ciudad fueron suficientes para entender que algo muy grave estaba ocurriendo. Muchos de nosotros, como buenos valencianos, pensábamos en las Fallas y en lo que se avecinaba, pero la realidad era otra. La vida había cambiado en un instante.

La política en el ojo del huracán: ¿quién es responsable?

A los pocos días del desastre, el líder del Partido Popular (PP), Alberto Núñez Feijóo, salió a la arena mediática para expresar su opinión sobre la gestión del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón. Feijóo fue claro: ni el gobierno central ni la administración autonómica estuvieron “a la altura” de la situación. A veces me pregunto: ¿es realmente el momento de hacer política cuando hay tanto sufrimiento? La respuesta parece obvia, pero la indignación se desata. Ver a los políticos lanzarse puñales verbales en lugar de ofrecer soluciones es una experiencia frustrante.

“He estado ahí, en las primeras filas de la tragedia”, dijo Feijóo, haciendo referencia a su implicación en la crisis. “Desde el día siguiente no he cambiado mi opinión. Solo hay que mirar los resultados”, continuó. Pero, ¿es justo medir la eficacia de una gestión solo con los resultados? En situaciones excepcionales, la empatía y la comprensión deberían ocupar el centro del escenario.

Al acercarse el cuarto mes de la tragedia, las manifestaciones comenzaron a hacerse eco en las calles de Valencia. Alrededor de 30,000 personas se lanzaron a la calle pidiendo la dimisión de Mazón. “Ya no podemos aguantar más”, gritaban, como si la voz de las multitudes pudiera cambiar la marea política. Aquí es donde la política se entrelaza con la vida misma: en la angustia de la gente y en su deseo de justicia.

Un ciclo de acusaciones: la visión de la administración

La respuesta de Mazón fue igual de contundente, destacando su enfoque en la “reconstrucción” de Valencia. Mientras Feijóo lo acusaba de huir de la responsabilidad, Mazón defendía sus acciones argumentando que su prioridad era ayudar a los ciudadanos afectados. ¿Vale la pena pelearse entre sí cuando hay tanto por hacer en términos de recuperación? La desunión solo puede llevar a más caos.

Mazón, al igual que su colega de partido, parece haber decidido que el silencio es más poderoso que la palabra. En lugar de presentarse en los medios de comunicación para dar la cara y ofrecer respuestas, se ha=sumado a la crisis de gobierno que azota a su administración. Reconstruir una comunidad no es solo una cuestión de infraestructuras; también requiere de liderazgo y conexión con los ciudadanos.

La política como un juego: ¿quién gana y quién pierde?

Personalmente, me resulta triste ver cómo el sufrimiento de tantos se convierte en un juego de estrategias políticas. Mientras los ciudadanos lloran la pérdida de sus seres queridos, los políticos parecen fijar sus ojos en un tablero de ajedrez. Feijóo afirma que el gobierno central está más preocupado por “perseguir al adversario político” que por resolver los problemas acuciantes de los valencianos.

Cuando dijo esto, pensé en lo absurdo que se ha vuelto el panorama político. Las luchas internas han eclipsado la visión común que debería unir a los diferentes partidos. En circunstancias normales, un debate acalorado podría ser productivo, pero no cuando se trata de la vida y la muerte.

Un respiro y una mirada hacia adelante

Lo cierto es que tras el desastre de la DANA, todos estamos perdidos en cierta medida. Pero en medio de la dramática reconstrucción, hay espacio para la esperanza. La mayoría de los ciudadanos de Valencia son personas resilientes. Al final del día, se está comenzando a notar un deseo común de resurgir, de volver a la normalidad y de reconstruir lo que se ha perdido.

Afrontar una crisis no se trata solo de políticas y discursos. Se trata de restaurar la confianza perdida, de tender puentes entre las personas y sus líderes. Mazón y Feijóo deberían tener esto en mente: los ciudadanos merecen un gobierno que funcione en conjunto, no uno que use la tragedia como un trampolín para avanzar en sus propias agendas personales.

El futuro de la Comunidad Valenciana: ¿un camino despejado o más tormentas?

Si algo nos ha enseñado la DANA es que la naturaleza tiene sus propios planes. En la lucha contra el cambio climático y las catástrofes naturales, el futuro puede parecer sombrío. Sin embargo, este desastre puede ser la chispa que impulse cambios significativos en cómo gestionamos los recursos y cómo nos preparamos para lo inesperado.

La pregunta que todos nos hacemos: ¿seremos capaces de unirnos como comunidad y aprender lecciones reales de esta catástrofe? ¿O nos quedaremos atrapados en el eterno ciclo de la política, ondeando nuestras banderas y gritando acusaciones, mientras seguimos perdiendo de vista lo que realmente importa?

Mientras miramos hacia el futuro, puede que la respuesta se encuentre no solo en lo que hacen los políticos, sino en cómo nos comportamos como ciudadanos de Valencia. La empatía no debería terminar cuando las cámaras se apagan. Como comunidad, es nuestro deber apoyarnos mutuamente, aprender a vivir con las consecuencias de las decisiones tomadas y esforzarnos por un futuro más brillante.

Reflexiones finales

La DANA fue más que un simple desastre natural; fue un momento que puso de manifiesto las grietas en nuestro sistema político y social. La gestión de la crisis no puede ser reducida a números y estadísticas, sino que debe incluir a las personas, sus experiencias, y la manera en que nos relacionamos unos con otros.

¿Seremos capaces de aprender de esto? ¿Estamos dispuestos a dejar de lado nuestras diferencias para construir un mañana mejor? Es momento de reflexionar sobre nuestras acciones y entendimientos.

La reconstrucción debe incluir voces diversas y un enfoque colaborativo. Solo así comenzaremos a sanar. Al fin y al cabo, el cambio no solo está en manos de los gobernantes, sino de todos nosotros, los que habitamos esta tierra, y soñamos con un futuro mejor.