Desde hace unos años, la tecnología ha ido evolucionando de tal manera que nuestras experiencias cotidianas se han visto transformadas. Uno de esos cambios más intrigantes ha sido el surgimiento de tiendas automatizadas como Amazon Go. Estas tiendas prometen una compra sin fricciones: simplemente entras, tomas lo que necesitas y te vas, sin pasar por las eternas filas de las cajas. Pero, ¿realmente todo lo que brilla es oro? Al menos en mi reciente visita a una de estas tiendas, me quedó claro que la comodidad que ofrecen puede venir acompañada de un inesperado grado de deshumanización.

El camino hacia la tienda sin cajeros

Con un aire de emoción y un toque de ansiedad, me propuse visitar una tienda Amazon Go en Bellevue, un pueblo vecino a Seattle. ¿Quién no querría experimentar el futuro de las compras? Después de tantas promesas sobre cómo Amazon cambiaría el comercio detallista, me encontraba ante la oportunidad de experimentar ese cambio de primera mano. Pero, seamos sinceros: ¿puede la rapidez compensar la falta de interacción humana?

Torna el zoom hacia el futuro: Ingresar a una tienda sin cajeros, sin esperas, no suena del todo mal. Sin embargo, cuando llegué ante los tornos de entrada, me di cuenta de que la tecnología no era tan infalible como había imaginado.

Mi primer intento fallido: ¿Pago móvil? ¡No, gracias!

Al acercarme a la entrada, tuve que tomar una decisión crucial: ¿usar mi cuenta de Amazon o mi tarjeta de crédito? Como español, la primera opción parecía un poco complicada, así que opté por la tarjeta. La sensación de que estaba a punto de ingresar a una utopía automáticas me embargó, pero pronto me di cuenta de que no todo era tan sencillo. “¡Ah, el pago móvil no está permitido!” – mi mente gritó: “¡Qué extraño!”.

Mientras trataba de encontrar mi tarjeta entre los múltiples descuentos y recibos arrugados en mi billetera, pensé en lo cómodo que es vivir en un país donde el pago móvil se ha vuelto la norma. Aquí, en Bellevue, las cosas eran distintas. La tecnología presentaba sus contradicciones. ¿Cuántas cosas extraño de mi vida cotidiana? Sin duda, preferiría no sentirme más como un cavador de tesoros, buscando entre papeles, mientras unos cámaras observaban desde arriba.

Adentrándome en lo deslumbrante: la tienda

Una vez dentro, la tienda era pequeña y acogedora. Tal vez demasiado acogedora. Las estanterías estaban llenas de aperitivos, refrescos y algunas bebidas alcohólicas. Si creías que puedes encontrar todo tu supermercado habitual en esta tienda futurista, piénsalo de nuevo. Parecía más un lugar para satisfacer tus antojos de medianoche que un verdadero supermercado. La idea de «tienda de conveniencia» resonaba en cada rincón, como un eco de mi infancia, cuando comprar un helado en el camino de vuelta a casa era un pequeño lujo.

Apariciones de la infancia: Hasta compré un helado, pensando en mi yo de ocho años que soñaba con el futuro, reflexión que me hizo sonreír. ¿Lo mencioné ya? Soy un poco sentimental cuando se trata de helados.

El ambiente estaba cargado de una atmósfera moderna, casi robótica, pero había una incomodidad en no poder ver a un humano que te saludara. Las pocas personas presentes parecían estar allí solo para ayudar a reponer el stock. En esencia, somos sustituidos por tecnología.

Las cámaras: los ojos que nos vigilan

Mientras caminaba, no pude evitar mirar hacia arriba; un enjambre de cámaras era la única atención humana que sentía en ese momento. ¡Camerashoppers en acción! ¿Acaso eso era el futuro?

Mientras revisaba cada estante, un pensamiento se instaló en mi mente: ¿realmente sería capaz de robar algo sin sentir que había algo mal? Irónicamente, la falta de interacción humana podría volverse más un problema de conciencia de lo que inicialmente había pensado. La sensación de estar vigilado y, a la vez, despojado de humanidad, me dejó con un sabor agridulce.

Poder al sacrificio: el pago es casi invisible

Tras dar vueltas por el local, llegó el momento crítico: salir. La experiencia, honestamente, fue extraña. No hubo un “adiós” ni un “gracias” al cajero, ni siquiera un “nos vemos la próxima vez”. Salí con la misma ligereza con la que uno se escapa después de comer un dulce prohibido, con esa mezcla de placer y un deje de culpa. Eso sí, tenía que ver mi cuenta bancaria para confirmar la transacción.

Las transacciones eran casi invisibles, cada producto se cobró de forma independiente y, aunque lo intangible puede sentirse ligero, aun así me quedé con la sensación de algo pendiente. La automatización estaba bordeando la línea entre lo cómodo y lo inquietante.

Reflexionando sobre el automatismo: ¿una nueva normalidad?

¿Reflexionamos sobre lo que esto significa? La vida moderna se basa en la inmediatez. Lamentablemente, el precio de esa inmediatez puede incluir un costo social. Desde la veracidad de la experiencia de compra hasta la conexión humana con otros consumidores, todo cambia a velocidades imprevistas.

La pregunta que realmente me quedó resonando fue: ¿estamos dispuestos a sacrificar la interacción humana por la comodidad? Imagínate que pasamos más tiempo en tiendas automatizadas. ¿Perderemos no solo la conexión con otros, sino también nuestra conexión con el concepto mismo de «compra»?

A medida que la tecnología avanza, es esencial mantener un equilibrio. Pasar de un tiempo en que las compras eran un acto social a uno de completo aislamiento puede tener consecuencias más profundas de lo que pensamos.

Conclusión: el futuro de las compras

Si bien parece que nuestro camino hacia el futuro está pavimentado de innovación, una gran parte de mí espera que no todas nuestras experiencias se conviertan en transacciones sin vida. En un tiempo donde el capital y la comodidad predominan, recordar los pequeños momentos detrás de cada compra podría ser lo más valioso de todo.

Tal vez la evolución del comercio debería considerar que lo que verdaderamente importan no son solo los productos, sino la conexión entre las personas. Las tiendas sin cajeros pueden ser cómodas, pero a medida que seguimos adelante, ¿qué precio estamos dispuestos a pagar por esa comodidad?

Así que, mientras disfruto de mi helado y reflexiono sobre mi experiencia, me quedo pensando en, probablemente, la pregunta más importante de todas: ¿cuándo será mi próxima visita a una de estas tiendas? Porque, seamos realistas, una heladería sin duda está en mi lista de prioridades.


En resumen, aunque mis experiencias en Amazon Go me dejaron reflexionando sobre nuestra relación con la tecnología, estoy también entusiasmado por haber podido vivir un pequeño atisbo del futuro del comercio. Pero con cada “adiós” sin interacción, mi corazón recuerda la calidez que viene de un simple “gracias” de un ser humano tras la caja. Eso, amigos míos, es algo que espero nunca perder.