El lenguaje es un ente vivo. Así como nosotros, se mueve, cambia y se adapta con el tiempo. ¿Quién no ha tenido alguna vez una conversación que terminó en una discusión sobre el significado de una palabra? ¿Verdad que es frustrante cuando alguien te dice: «Eso no es así»? Imagínate encontrarte en una situación parecida con el diccionario de la Real Academia Española (RAE) como árbitro, y que cada palabra que usas pueda ser debatida. Pues bien, a lo largo de la historia, este querido (o odiado) libro ha tenido su propia evolución, reflejando no solo el idioma en sí, sino también la política y la cultura del momento.
Un vistazo al pasado: la RAE y sus transformaciones
Hablemos de la RAE. Fundada en 1713, esta institución se formó con la intención de establecer un estándar para el idioma español. Sin embargo, como cualquier institución digna de su nombre, ha tenido sus altibajos. Durante la Segunda República en España (1931-1939), la RAE cambió su nombre de «Real» a simplemente «Academia». Puedes imaginarte a los académicos de la época casi como niños en un parque, que se ven obligados a cambiar el nombre del club de «Los más geniales» a «Los que hacemos lo que podemos». Sin duda, esta etapa dejó huellas importantes en la historia del idioma.
En el catálogo de la exposición «La lengua y la palabra», se puede ver una reproducción de la portada del diccionario de 1936, cuyo lema «Año de la Victoria» nos recuerda los cambios políticos que afectaron incluso a las palabras. Pero, ¿cuál es la relación entre un diccionario y algo tan serio como una guerra civil? La respuesta radica en el poder de la lengua, que refleja la cultura y la identidad de un país.
Julio Cortázar: un diccionario como cementerio
Siempre me he sentido fascinado por cómo los autores juegan con las palabras. Y si hay un nombre que resuena en el mundo literario es el de Julio Cortázar, quien en su famosa obra «Rayuela» utiliza el diccionario de la RAE de una forma muy particular. En un pasaje memorable, Cortázar se refiere al diccionario como un «cementerio». ¿Quién se atrevería a llamar «cementerio» a un libro que ha sido un compañero para tantos de nosotros? Pero esa es la genialidad de Cortázar, y es un buen momento para reflexionar: ¿el lenguaje puede ser un lugar de vida y muerte al mismo tiempo? ¡Claro que sí!
En una de las escenas, el protagonista, Horacio Oliveira, abre el diccionario al azar y empieza a componer frases usando palabras que aparentemente no tienen sentido pero que cobran vida en su propia creación. Las palabras son a menudo despojadas de su significado en la boca de los poetas, y a veces es más sobre la musicalidad que el significado. Si alguna vez has hecho una lista de palabras que te gustan solo por cómo suenan, entonces sabes perfectamente de lo que hablo.
El «glíglico» y la creatividad en el lenguaje
Cortázar introduce el concepto de «glíglico», una especie de jerga que mezcla palabras y conceptos a su antojo. ¡Qué manera de desafiar la normatividad! El propio Oliveira se convierte en un maestro de la invención, creando palabras que nunca antes existieron. ¿Quién de nosotros no ha sentido la necesidad de inventar términos para describir experiencias que no tienen nombre? Como cuando te encuentras atrapado en una reunión aburrida y terminas diciendo «fomearle» (que se deriva de fome, que significa aburrido en chileno). Puede que no esté en el diccionario, pero todos saben de lo que hablas.
La capacidad de jugar con el lenguaje no solo es un ejercicio literario, sino que también refleja nuestro deseo de adaptar la comunicación a nuestras realidades vividas. Como dice el famoso poeta Pablo Neruda, «el libro de la vida es el más hermoso y también el más triste». Y, aunque Cortázar lo ve como un cementerio, para muchos de nosotros, el diccionario es un festín de posibilidades.
Palabras en conflicto: el poder de la lengua y la memoria histórica
El uso del diccionario ha sido tema de debate no solo en términos de cambios lingüísticos, sino en su función como registro histórico. Con cada edición que pasa, se añaden y eliminan palabras, reflejando así las transformaciones culturales y la memoria histórica de un país. Sin embargo, uno debe preguntarse: ¿realmente captura la totalidad de la vivencia humana? La respuesta es, por supuesto, no. Siempre habrá términos que quedan fuera, palabras que se pierden en la bruma del tiempo.
Por eso, la RAE ha tenido que luchar por abrirse a nuevas voces, a nuevas formas de expresión. En 1984, comienza a permitir palabras «malsonantes» en su arsenal, algo impensable unos años antes. Y, por cierto, ¿quién puede resistirse a una buena palabra «malsonante»? Cuando la emoción se apodera de nosotros, esas palabras son a menudo las primeras que nos salen.
La respuesta de la RAE a la modernidad: ¿un dinosaurio o un faro?
En un mundo donde los hashtags y los emojis están en el día a día de nuestra comunicación, uno comienza a preguntarse: ¿Qué lugar tiene la RAE en la era digital? Puede que algunos la vean como un dinosaurio que no ha sabido adaptarse a los tiempos; pero otros, como yo, la consideran un faro, una guía que nos ayuda a navegar en un mar de palabras que cambia constantemente.
En este sentido, la RAE ha comenzado a reconocer no solo la existencia de nuevos términos, sino también a incluir ejemplos del lenguaje utilizado en las redes sociales. ¡Sí! Es como si finalmente la RAE decidiera hacer una fiesta de cumpleaños con todos los nuevos amigos de la lengua, y los emojis son por supuesto los invitados más esperados. La evolución del lenguaje es inevitable, y cómo respondemos a estas transformaciones puede definir el rumbo que tomará nuestra comunicación.
Conclusión: la lengua como un espejo de la sociedad
Como hemos visto, la lengua es mucho más que un conjunto de palabras: es un reflejo de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestras luchas. ¿Y quiénes somos sin nuestras palabras? Cada vez que usamos el lenguaje, estamos participando en un acto de creación que nos une a otros y nos hace únicos.
Me gusta pensar que la RAE, en todo su esplendor, representa ese espacio donde la tradición y la innovación se encuentran. Nos permite explorar lo que significa ser parte de una comunidad global, donde las palabras son nuestras herramientas.
Antes de terminar, la próxima vez que te sientes a disfrutar de un buen libro o a escribir algo, recuerda: ¡las palabras tienen poder! Hazlas tuyas, juega con ellas, y no dudes en abrir un diccionario. Quizás encuentres en sus páginas no solo definiciones, sino también un universo de posibilidades infinitas.
Y así, en un mundo donde todo parece cambiar sin parar, el lenguaje sigue siendo nuestra conexión más poderosa. ¿Te atreverías a hacer del diccionario tu próximo cementerio de ideas?