La historia de Bielorrusia en los últimos años ha sido un larguísimo y desgastante ciclo de esperanzas, promesas fallidas y dolorosas represiones. En lo que podría interpretarse como un episodio sacado de un thriller político, Alexander Lukashenko, quien ha gobernado el país desde 1994, se presenta nuevamente a la reelección. La pregunta que todos nos hacemos es: ¿realmente tiene sentido una elección en un país donde no existen opciones reales? Pero antes de profundizar, permitame compartir una pequeña anécdota personal.

Recuerdo la primera vez que escuché el término «dictadura». Era un día de verano, y me encontraba en un café de Berlín. Una mesa cercana estaba ocupada por un grupo de jóvenes hablando acaloradamente sobre lo que había sucedido en Bielorrusia tras las elecciones de 2020. Estaban tan apasionados que pensé que estaban discutiendo sobre la última temporada de su serie favorita. Pero no, estaban hablando de la represión, de amigos que habían desaparecido, y de cómo en su país, hasta un simple «Me gusta» en una publicación podría llevar a la cárcel. La realidad es más oscura que cualquier trama de Netflix.

El contexto actual: elecciones en un país sin opciones

En un contexto muy complejo, las elecciones están programadas para el mes más frío del año en Bielorrusia, lo cual parece más un guiño de Lukashenko a su legado de ironía que a cualquier intención genuina de conectar con el pueblo. Con 1,257 presos políticos, muchos de los cuales provienen de las protestas de 2020, Lukashenko ha decidido prescindir incluso de los simulacros de oposición. Según datos del colectivo de derechos humanos Viasna, la represión es tan intensa que uno se pregunta si el lema «No hay mal tiempo, solo mal vestir» se aplica a la política bielorrusa.

Pero, ¿cómo hemos llegado a este punto?

Desde las elecciones de 2020, que resultaron en masivas protestas y un clamor unánime de resistencia, la situación no ha hecho más que empeorar. La oposición ha sido prácticamente desmantelada, y la única respuesta del régimen ha sido un aumento en la represión. En lugar de enfrentarse a un rival fuerte, Lukashenko se presenta ante cuatro candidatos inofensivos, como si estuviera organizando un concurso de talentos en el que el único participante real es él mismo.

Un sistema que controla todo

Es interesante notar cómo Lukashenko ha perfeccionado su estrategia. Con un 97% de los jefes de las comisiones electorales habiendo participado en fraudes previos, la lógica que sigue es bastante simple: «Si no hay sombras, no hay sospechas». De ahí que, en Bielorrusia, el sistema electoral esté bajo el control absoluto del Estado, donde la transparencia es tan inexistente como una hamburguesa vegana en un asador.

La situación de los medios de comunicación es igualmente sombría. La represión sobre los mismos ha llevado a que los canales de Telegram y las redes sociales sean considerados «extremistas». Entiendo que, para muchos de nosotros, esto podría sonar como un mal chiste, y es que, en Bielorrusia, un simple meme puede costarte la libertad. Riámonos, si podemos.

La importancia de la disidencia y el exilio

La figura de Svetlana Tijanovskaya, la líder de la oposición en el exilio, se erige como un símbolo de resistencia. Desde la tranquilidad casi cómica de Vilna, ha instado a sus partidarios a no reconocer las próximas elecciones. «No tenemos que persuadir a los bielorrusos de esto porque lo sienten todos los días», dice con una firmeza que remueve el estómago. A veces, me pregunto qué se siente al ser un líder en el exilio. ¿Acaso hay un club de apoyo para exiliados donde se comparten anécdotas de cómo uno se escapó de la tiranía?

El hecho de que más de 200,000 personas hayan abandonado el país después de las elecciones de 2020 atestigua el nivel de desesperación y la necesidad de un cambio. De hecho, hasta el mismísimo Vladimir Putin está al tanto de la importancia geopolítica de mantener a Lukashenko en el poder. Por más irónico que resulte, Lukashenko es «el gran perdedor» que puede ser útil en la constante batalla de los dictadores por mantener su estatus.

La extraña relación con Rusia

Ahora, hablemos de Rusia. Es innegable que entre Moscú y Minsk existe una especie de relación simbiótica. Rusia necesita a Bielorrusia como un aliado en el frente occidental, mientras que Lukashenko depende de Putin para su propia supervivencia política. Pero, ¿qué pasa cuando uno empieza a comerse al otro? Lukashenko, en un intento casi desesperado por demostrar su importancia, ha pedido que se coloquen misiles rusos en su territorio. Un claro recordatorio de que su retórica es a menudo más peligrosa que su realidad.

A mi modo de ver, todo esto parece sacado de una novela de Orwell. La represión desenfrenada, la complicidad con un país vecino que invierte en guerras, y la obvia falta de respeto por los derechos humanos son solo algunas de las facetas complejas que definen la actualidad de Bielorrusia. Pero, ¿realmente se puede justificar tal situación?

La lucha por los derechos humanos

A medida que avanzamos, es crucial recordar que el costo de la indiferencia es inaceptable. La lucha por los derechos humanos en Bielorrusia no es solo un deber de sus ciudadanos, sino un llamado a la comunidad internacional. Con la libertad casi extinta en las calles de Minsk, es imperativo que voces como la de Tijanovskaya continúen resonando y captando la atención del mundo.

Como decía el gran escritor Gabriel García Márquez, «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda». ¿Qué recordaremos de Bielorrusia? La opresión, la dictadura, o, quizás, la resistencia y el valor de aquellos que nunca se rindieron.

Humor y humanidad en tiempos oscuros

Por último, me gustaría reflexionar sobre cómo el humor puede ser un faro en las noches más oscuras. Es increíble cómo, a pesar de la represión y el angustiante contexto, algunos bielorrusos han encontrado formas de protestar a través del humor. Comediantes como Slava Komissarenko, aunque encarcelado, han usado la sátira como una herramienta de resistencia. Por su parte, la cantante Svetlana Ben, cuya cuenta de Instagram fue declarada «extremista», ha demostrado que la creatividad sigue viva en medio del caos.

Es a través de estas pequeñas rebeliones cotidianas que la esperanza se mantiene viva. La comedia puede parecer un refugio frágil, pero, a menudo, es en estas rendijas de luz donde se encuentran las semillas del cambio.

El futuro incierto de Bielorrusia

Al final, el futuro de Bielorrusia bajo Lukashenko parece ser una combinación de incertidumbre y desesperanza. La premisa de un «Lukashenkistán» en el que el temor controla el tiempo y el espacio se ha convertido en una fotografía en blanco y negro, sin colores ni esperanza. ¿Puede la resistencia sobrevivir en un reino donde la represión es la única ley? Con el dilema de Ucrania al fondo, el panorama para Bielorrusia es aún más complicado.

Es esencial continuar visibilizando cada una de estas realidades, y recordar que cada bielorruso que lucha por la democracia, por la libertad y por sus derechos merece nuestro apoyo. Como dirían algunos, «no es solo mi guerra, es nuestra guerra».

Hoy, más que nunca, debemos escuchar lo que sucede en esa parte del mundo y hacer todo lo posible para cambiar esta realidad. No se trata solo de un país; se trata de nuestro futuro como sociedad.

En conclusión, aunque el camino sea largo y complicado, la historia aún se está escribiendo. Y tal vez algún día, dentro de no demasiado tiempo, podamos celebrar una Bielorrusia libre, donde la risa y la libertad por fin puedan coexistir. Lukashenko y su legado de miedo no pueden durar para siempre. Puede que esta vez, y solo esta vez, la historia no repita los mismos errores.


Espero que este análisis sobre Bielorrusia haya resonado contigo. Al final del día, la lucha por la libertad en cualquier parte del mundo es una lucha por nuestra propia humanidad. ¡Hasta la próxima!