Desde hace una semana y media, la calma de las montañas del Catatumbo, en Colombia, se ha visto brutalmente interrumpida por el incesante sonido de explosiones y fuego cruzado. La situación podría ser sacada de una novela de García Márquez, pero lamentablemente es la cruda realidad de muchas comunidades. El Ejército de Liberación Nacional (ELN) ha desatado una ofensiva que ha dejado más de 80 muertos y más de 36,000 desplazados desde que comenzó su campaña. Este conflicto, que parece tener sus raíces en un explosivo cóctel de intereses narcotraficantes y políticas fallidas, se complica aún más por la cercanía y la influencia de la opaca política venezolana.

Un panorama aterrador: la ofensiva del ELN

Cuando escuchamos la palabra «guerrilla», muchas veces nos imaginamos algo tan lejano e intangible como una telenovela. Pero en Catatumbo, esas balas están al alcance de la mano. El ELN, una organización que lleva décadas causando estragos en Colombia, está intentando acumular poder en una región estratégica, rica en coca, el combustible del narcotráfico. En esta guerra sin cuartel, no solo los combatientes son las víctimas. Son las comunidades locales, aquellos que no tienen más que un hogar en medio de una incertidumbre aterradora y que deben hacer frente a la realidad de sus vecinos asesinados por ser simples líderes comunitarios.

¿Te imaginas despertar un día y darte cuenta de que tu hogar se ha convertido en un campo de batalla? La desolación y el miedo son sentimientos que se instalan en el corazón de los que han tenido que abandonar todo detrás. Cúcuta, la capital del departamento de Norte de Santander, ha visto aumentar su población con un flujo constante de desplazados que, en la búsqueda de seguridad, se apilan en hogares ajenos, escuelas y refugios temporales.

¿Quiénes son los actores detrás de este escenario?

Si algunas películas de Hollywood han logrado retratar la violencia del narcotráfico, lo que está ocurriendo en Catatumbo podría tener un espacio en la pantalla grande. El ELN, aunque se presenta como un grupo guerrillero con ideologías, es también una entidad económica que busca controlar un territorio para obtener acceso a recursos ilícitos. Sin embargo, la guerra que están librando es criminal y directa contra otros actores, como el Frente 33, una disidencia de las extintas FARC. Esto añade una capa de desesperanza: si no son los elenos, son los disidentes quienes amenazan la tranquilidad de las comunidades.

La situación no se detiene allí. Rafael Núñez, un líder comunitario que conocí en un viaje, me contó cómo siente que no tiene el derecho de cerrar los ojos sin temer a que su hogar se convierta en el próximo objetivo. «Vivir aquí es vivir en un constante estado de miedo», me confesó. Su historia refleja no solo la violencia, sino también la resistencia y la valentía de quienes deciden quedarse y luchar por sus derechos y su hogar.

Venezuela: un cómplice silencioso

Pero, ah, Venezuela. Siempre en el trasfondo de las tragedias colombianas, como un personaje malvado de un relato. Nicolás Maduro, el presidente venezolano, se ha convertido en el blanco de las acusaciones sobre el auge de la violencia en la frontera. Durante años, se han tejido hilos invisibles entre el ELN y el gobierno venezolano. La pregunta que muchos se hacen es si el ELN sería tan audaz si no tuviera un padrino al otro lado de la frontera.

Los expertos en inteligencia militar afirman que el Comando Central del ELN se encuentra en territorio venezolano, muy al amparo de un gobierno que no parece tener interés en detenerlo. Tal conexión ha llevado a una percepción generalizada de que el ELN no solo actúa como grupo insurgente, sino también como un peón en un juego de ajedrez político. En otras palabras, no es solo el conflicto armado interno colombiano, sino un juego geopolítico más grande.

Si uno mira más allá de la violencia, surge la pregunta inquietante: ¿por qué dos naciones vecinas no han podido encontrar caminos para coexistir en paz? ¿Por qué el diálogo parece ser un lujo reservado solo para las élites políticas y nunca para las comunidades que realmente sufren?

La lucha y el diálogo: una esperanza lejana

Gustavo Petro, el actual presidente de Colombia, ha intentado acercarse a Venezuela, buscando abrir líneas de diálogo para abordar la crisis. Sin embargo, sus esfuerzos han sido escudriñados y criticados tanto a nivel doméstico como internacional. Mientras que algunos ven en sus palabras un intento genuino de asegurar la paz, otros lo catalogan como un acercamiento demasiado tibio frente a una situación desesperada.

Recientemente, Petro declaró que las acciones del ELN son una estrategia mortal que pone en peligro la soberanía nacional. Pero, hablemos claro, a veces uno se pregunta si sus palabras tienen algún peso en el tejido desgastado de la política colombiana. ¿No es este un problema que se ha perpetuado a lo largo de los años? La historia, cargada de conflictos internos, ha creado desesperanza.

El diálogo se presenta como una esperanza, aunque lejana. Recuerdos de otros procesos de paz con las FARC evocan la posibilidad de que quizás, en algún momento, el ELN también se siente a la mesa. Para los que han vivido el horror del conflicto, esa esperanza puede ser la única luz en medio de tanta oscuridad.

¿Y ahora qué?

La reciente reunión entre los momentos de defensa de Colombia y Venezuela fue un indicio de que la cooperación puede dar frutos. Sin embargo, algunos todavía preguntan si esta colaboración podría ser más bien una estratagema política que una verdadera intención de acabar con la violencia.

A medida que el número de víctimas crece, también lo hace la pregunta de si alguna vez habrá una solución real. ¿Qué perspectivas existen para quienes viven en Catatumbo? ¿Es justo que deban vivir con el peso de esta guerra?

La respuesta es dolorosa: la lucha no solo se centra en el control del territorio, sino también en la dignidad de las personas que han sido atrapadas en este ciclo de violencia. Para los habitantes de Catatumbo, la paz no es solo una palabra; es una necesidad urgente, una utopía que debe hacerse realidad.

Conclusión

La historia de Catatumbo no es simplemente una crónica de sufrimiento; tiene la capacidad de recordarnos el costo humano de los conflictos armados. En esta región, aunque el auge del ELN y su conexión con el chavismo son evidentes, el verdadero desafío radica en cómo comienza una conversación digna de paz entre naciones que, a pesar de su doloroso pasado, podrían encontrar un camino hacia la reconciliación.

Recuerda, la violencia puede ser un tema de tabloides, pero detrás de cada número hay vidas, historias y sueños que han sido desgarrados por una guerra sin tregua. Y tú, querido lector, ¿alguna vez has sentido que formamos parte de una narrativa más grande? La realidad es que todos somos actores en este teatro de la vida, y aunque a veces parezca que estamos atrapados en un guion trágico, cada uno de nosotros tiene el poder de abogar por una narrativa diferente: la de la paz.