Desde que tengo uso de razón, los debates en torno a la Iglesia Católica y su manejo de casos de abuso han sido tan parte de mis conversaciones familiares como los típicos chismes sobre el vecino del cuarto. ¿Quién no ha escuchado a alguien señalar la complejidad de la fe versus la corrupción humana? Sin embargo, las alarmantes noticias sobre el Sodalicio de Vida Cristiana en Perú han llevado este dilema a un nuevo nivel. La reciente ola de expulsiones en la congregación, liderada por el Vaticano, pone de manifiesto un conflicto que ha estado latente durante muchos años.
La crisis en el Sodalicio
Esta consagrada congregación ha sido objeto de una turbulenta investigación que se remonta a denuncias de abuso físico y espiritual que parecen sacudir hasta los cimientos de su existencia. La figura del fundador, el peruano Luis Figari, ha sido especialmente polémica, ya que fue expulsado el pasado agosto tras acusaciones de pederastia. Si bien la expulsión de un líder es un paso importante, ¿realmente marca el cambio que necesita la institución?
El golpe final lo han dado los enviados del Papa, Charles Scicluna y Jordi Bertomeu, quienes han identificado a una decena de miembros vinculados a abusos dentro de la comunidad, incluyendo a José Antonio Eguren Anselmi, ex arzobispo y otros sacerdotes. Es un poco como ver ese programa de televisión donde, tras años de misterio, al fin el detective reúne todas las piezas y revela la verdad, aunque en este caso la verdad es un conjunto de historias desgarradoras.
¿Qué se ha descubierto?
La Conferencia Episcopal Peruana (CEP) ha declarado que las expulsiones son resultado de “abusos físicos, incluso con sadismo y violencia”, además de abuso espiritual y de autoridad. Estas no son afirmaciones ligeras; son acusaciones que demandan un análisis profundo y una respuesta contundente por parte de la Iglesia.
Pone a cualquiera a pensar: ¿cómo es posible que una organización dedicada a la fe y la espiritualidad pueda caer tan bajo? Las investigaciones periodísticas han revelado un patrón insidioso, que va desde métodos coercitivos hasta el encubrimiento de delitos flagrantes. Tal vez, es en este punto donde muchas personas se sienten decepcionadas y por qué no, engañadas.
La influencia de la investigación periodística
Libros como «Mitad monjes, mitad soldados» y «La jaula invisible» han arrojado luz sobre las prácticas oscuras dentro del Sodalicio y su entorno. Me gustaría pensar que el periodismo de investigación es un faro en medio de la tormenta; pero también me hace reflexionar sobre cómo a menudo estas verdades son ignoradas hasta que el dolor se vuelve insostenible.
Cuando el periodista José Enrique Escardó dio la voz de alerta por primera vez en el año 2000, ¿quién podría haber imaginado que la historia se desarrollaría durante más de dos décadas? La verdad es a menudo más complicada de lo que aparenta. Recuerdo una vez que le conté a un amigo sobre un escándalo en mi lugar de trabajo. Era algo relativamente menor, pero la forma en que se había manejado me dejó igual de perplejo y frustrado que las víctimas de este caso. “Es como si la gente prefiriera la ignorancia”, me dijo. ¿Es posible que el mismo concepto se aplique aquí?
¿Omisiones significativas?
Las investigaciones también han dado pie a lo que algunos denominan «omisiones clamorosas». El sacerdote Jaime Baertl y varios exvicarios generales no han sido tocados, según fuentes cercanas al caso. Esto plantea la pregunta: ¿estamos realmente viendo un cambio real o es solo una pincelada de pintura fresca sobre un viejo lienzo desgastado?
Cuando las historias de corrupción y abuso se quedan cortas y los culpables siguen fuera del alcance de la justicia, la fe en estas instituciones se erosiona aún más. Sabemos que la verdad siempre sale a la luz, y en este caso, la luz está iluminando no solo a los culpables, sino también a la importancia de la voz de las víctimas.
La postura del Vaticano
La reacción del Papa, quien ha tomado un rol activo en esta investigación, resuena con un eco de sinceridad que muchos no habían visto previamente. El perdón que los obispos de Perú han ofrecido a las víctimas suena bien, pero ¿es suficiente? ¿Puede el perdón reparar el daño causado por años de abuso y encubrimiento?
Como alguien que ha tenido que ofrecer disculpas genuinas en situaciones menos complejas, me he dado cuenta de que un simple «lo siento» no siempre es suficiente. A menudo, se necesita una acción que respalde esas palabras. La expulsión de miembros puede ser un comienzo, pero no es la solución definitiva. ¿Y si, en lugar de un perdón vacío, se ofrecieran acciones concretas? La creación de un fondo para apoyo a las víctimas, por ejemplo, sería un paso en la dirección correcta.
Abusos en el ejercicio del apostolado del periodismo
Uno de los aspectos más sorprendentes de este caso es la acusación contra Alejandro Bermúdez, exdirector de ACI Prensa, por «abuso en el ejercicio del apostolado del periodismo«. Esto marca un precedente curioso; ¿cómo es que el periodista está siendo sancionado por malas prácticas dentro de un marco religioso que debería defender la verdad? Aquí podría abrirse un debate sobre la responsabilidad de los medios dentro de una organización religiosa.
Es algo que me hace reflexionar. En mi propia experiencia, hemos visto a muchos periodistas caer en la trampa de la complacencia en lugar de seguir la verdad. El periodismo tiene una gran responsabilidad, pero, ¿se le permite también abusar de su posición? Es un dilema moral que ha existido desde tiempos inmemoriales.
Un paso hacia la justicia
Las investigaciones llevadas a cabo por Scicluna y Bertomeu son un rayo de esperanza para muchos. Después de años de impunidad y silencio, estas decisiones ofrecen un atisbo de justicia. La respuesta del Vaticano puede que no satisface a todos, pero es un reconocimiento de que la conversión está todavía en el horizonte.
Para aquellos que han sufrido en sus manos, quizá el simple hecho de que finalmente se les esté escuchando y de que las autoridades estén tomando medidas pueda ser, al menos, un consuelo. Y, al final del día, siempre es un buen recordatorio de que las luchas hacia la justicia son valiosas, aunque a veces el camino sea largo y lleno de obstáculos.
Reflexiones finales
En las conversaciones sobre el Sodalicio, una idea me persigue: la fe es una poderosa fuerza que puede unir, pero también puede ser utilizada como un escudo para proteger a quienes abusan de su poder. Hay quienes todavía creen en el mensaje profundo del catolicismo y en su capacidad de redención. Pero esta situación crea un cisma fundamental en la percepción pública.
Lo que está sucediendo en el Sodalicio es una lección: las instituciones son tan fuertes como la integridad de sus miembros. Por lo tanto, la verdadera renovación en la Iglesia Católica no puede lograrse únicamente con expulsiones; requiere un compromiso continuo de cambio, transparencia y, sobre todo, justicia.
A fin de cuentas, todos los diálogos que tenemos acerca de la fe son también diálogos sobre la responsabilidad. Y en esto, la voz de las víctimas debe tener un lugar primordial. La verdad tiene su propio ritmo, y aunque algunos puedan sentir que está llegando tarde, esperamos que, al final, llegue en el momento correcto.