La violencia de género es un fenómeno que ha sido tachado como uno de los mayores problemas sociales de nuestra época. Parece increíble que en pleno siglo XXI sigamos enfrentando situaciones que, por más evidentes que sean, son invisibilizadas, especialmente cuando afectan a los más vulnerables: nuestros niños.
Uno de los casos más desgarradores que se ha tocado en los últimos tiempos es el asesinato de Leonor, una niña de solo 7 años, a manos de su propio padre en Campillos, Málaga. Este suceso no es un caso aislado; es un triste recordatorio de que a menudo, los menores son las víctimas silenciosas en situaciones de violencia de género.
La perspectiva de género en la justicia
La lucha por considerar el asesinato de Leonor como un caso de violencia de género y no como violencia doméstica fue encabezada por la fiscal que se ocupó del caso. A lo largo de un año, ella se enfrentó a obstáculos y procedimientos burocráticos que a menudo parecen ignorar la gravedad de la violencia que enfrentan las mujeres y sus hijos. ¿Por qué es tan complicado reconocer que muchos de estos casos deben ser tratados desde una perspectiva de género?
Cuando se habla de violencia de género, se está hablando de un fenómeno profundamente arraigado en nuestra cultura, en la que las dinámicas de poder y control son más omnipresentes de lo que pensamos. De acuerdo con datos recientes, una de cada tres mujeres no denuncia, lo que indica un ciclo de silencio y normalización de la violencia que perdura y se perpetúa de generación en generación.
La misma fiscal que trató el caso de Leonor también ha referido otras situaciones de riesgo en los que las instituciones deben estar alertas. La violencia de género no solo afecta a las mujeres: sus consecuencias reverberan en el bienestar de los niños. Al fin y al cabo, como bien dice el dicho, «los niños son el futuro», pero ¿qué futuro se les está forjando si en su hogar son testigos o víctimas de esta violencia?
El papel de las madres en el ciclo de la violencia
Una de las preguntas que se plantean en esta situación es: ¿por qué muchas madres no ven o no actúan ante la violencia que se desarrolla en su hogar? La respuesta puede ser tan compleja como inquietante. La jurista y criminóloga Paz Velasco explica que muchas mujeres maltratadas caen en un estado de indefensión aprendida, donde normalizan las conductas violentas e integran esas experiencias en su vida cotidiana.
Amores patológicos
Imagina que te encuentras en una relación donde constantemente encuentras excusas para justificar el mal comportamiento de tu pareja. «Él me golpea porque llega cansado, y yo le pregunto o le molesto…». Esta es una forma común en la que las mujeres justifican la violencia, y lo peor es que este comportamiento puede trasladarse a sus hijos, quienes comienzan a entender que la violencia es parte de una relación «normal».
Comparto una anécdota que escuché una vez en una charla sobre el tema: una madre estaba convencida de que su hijo aprendería a «defenderse» si presenciaba las agresiones que sufría. Y aunque el tema llegó a ser discutido en un círculo de confianza, la madre se aferra a la idea de que su niño «debe ver» lo que es la vida real, ignorando que, de hecho, lo que está enseñando es cómo internalizar el abuso.
La frustración de los expertos
La criminóloga Paz Velasco no se detiene solo en las víctimas directas. Ella también destaca que hay que considerar los factores que precipitan la violencia, que van más allá del machismo. Patologías mentales, celotipia, dependencia emocional y toxicomanías son solo algunas de las variables que pueden llevar a una persona a ejecutar actos de violencia. Así que, para dejarlo claro: no todo se trata de machismo y patriarcado – aunque, sí, son problemas graves que deben ser abordados.
La frustración por los asesinatos de niños en contextos de violencia de género debería ser un grito de alerta para todos. La protección institucional está lejos de ser suficiente y, a menudo, se siente como un sistema que no brinda nuevas herramientas para quienes más lo necesitan.
Un llamado a la acción
Estamos ante una realidad que nos afecta a todos, y es fácil caer en la apatía o pensar que no podemos hacer nada. Sin embargo, cada uno de nosotros tiene el poder de contribuir a un cambio significativo.
- Educación: Aporta en la enseñanza de la tolerancia cero hacia la violencia en todos sus formas. Hacer hincapié en la importancia de preguntar, de actuar, ha de ser un mantra en nuestra sociedad.
- Comunicación: Animar a las mujeres a hablar sobre sus experiencias y proporcionar un espacio seguro, donde el silencio no sea la norma.
- Involucramiento institucional: Es imprescindible que las instituciones de justicia ejerzan sus funciones con un compromiso genuino de proteger a las víctimas y tomar acciones proactivas frente a los casos de violencia.
Reflexiones finales
La historia de Leonor es una de muchas que deberían ser unantes y no solo un eco de tragedia que se escucha una vez y se olvida. Es nuestra responsabilidad colectiva asegurarnos de que otros niños no tengan que pasar por lo que ella pasó. Tal vez algunos piensen que no se puede cambiar mucho, pero ¿acaso no vale la pena intentarlo? ¿No merece cada niño crecer en un entorno seguro y amoroso?
Ante esta dura realidad, cada pequeña acción cuenta. Si podemos hacer que una madre reconozca que la violencia no es normal, y que sus hijos merecen un futuro libre de miedo, al final del día estaremos construyendo un mañana en donde niños como Leonor tengan voz, y donde, por fin, su risa pueda resonar sin temor.
La violencia de género y su impacto en los menores es un tema que necesitamos abordar con urgencia. Y tú, ¿qué estás dispuesto a hacer para que estas situaciones cambien? Te invito a reflexionar y actuar, porque juntos podemos hacer una diferencia.