La violencia de pareja entre adolescentes es un tema que, aunque cada vez se aborda más, sigue siendo un tabú en muchas sociedades. Si alguna vez te has preguntado cómo pudo suceder esto, necesitas conocer la historia de personas como Adama, una joven de Gambia que transformó su dolor en resiliencia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha revelado datos inquietantes que dan cuenta de la magnitud de esta problemática, dejando en evidencia que el sufrimiento no distingue fronteras. Así que, si crees que este problema solo se encuentra lejos de ti, piénsalo de nuevo. ¿Estamos realmente enfrentando el problema o simplemente nos estamos haciendo de la vista gorda?
La violencia en la adolescencia: un problema invisibilizado
Cuando escuchamos la palabra «adolescencia», tendemos a pensar en fiestas, diversión, y en esos momentos incómodos a los que todos hemos sobrevivido; como la primera vez que tratamos de bailar en una fiesta y terminamos meciéndonos como un tronco. Pero la realidad para muchos adolescentes es muy distinta. En países en desarrollo, como Gambia, las niñas enfrentan una dura realidad, donde la violencia y el abuso son prácticas comunes.
Adama, que ahora tiene 31 años y vive en el sur de Francia, revela que de adolescente observó cómo sus amigas sufrían violencia a manos de sus maridos. Con tan solo 16 años, su vida fue un testimonio de dolor y sufrimiento, un lado oscuro que la infancia suele esconder. “Solían pegar a mis amigas cuando se negaban a mantener relaciones sexuales. Recuerdo a una chica que perdió un ojo tras una paliza”, afirma, recordando momentos que muchas preferirían olvidar. ¿No es desgarrador pensar que el ciclo de generación en generación continúa perpetuando el abuso?
Estadísticas alarmantes según la OMS
Un reciente estudio de la OMS ha revelado cifras que son, sin duda, dignas de una película de horror. Según el análisis, alrededor de 19 millones de jóvenes entre 15 y 19 años han sufridos algún tipo de violencia física o sexual a manos de sus parejas antes de cumplir 20 años. Un 24% del total – ¡eso es realmente escalofriante! Y aproximadamente una de cada seis (16%) reportó haber sufrido violencia en el año anterior al estudio.
Los lugares donde esta violencia es más prevalente son Oceanía (sin contar Australia y Nueva Zelanda), con un desolador 47% de adolescentes afectadas, seguido por África subsahariana central con un 40%, y África oriental con un 31%. ¿Te imaginas vivir en un entorno donde el 47% de tus amigos podrían estar sufriendo maltrato? En el otro extremo, Europa central presenta tasas de violencia mucho más bajas, alrededor del 10%. Sin embargo, esto no significa que el problema no exista.
La presión familiar y cultural
Adama enfrentó enormes presiones para casarse con un hombre de 60 años cuando ella solo tenía 19. “No quería sufrir malos tratos como el resto de mis amigas”, cuenta, mientras guarda silencio sobre la angustia que debió sentir. En muchos casos, las adolescentes no solo luchan contra sus agresores, sino también contra sus propias familias, que suelen perpetuar estas tradiciones.
Las creencias culturales pueden tener un impacto devastador. La mutilación genital femenina, que afecta a muchas niñas en varias regiones de África, es un claro ejemplo de cómo las tradiciones pueden devastar la vida de las jóvenes. Adama comparte su experiencia: “Tenía mucho miedo, pero todas las niñas de mi edad estaban mutiladas y yo no iba a ser la excepción”. Este tipo de experiencias traumáticas forjan un ciclo vicioso donde las nuevas generaciones repiten los errores de las anteriores.
La habilidad de la resiliencia
A veces, encuentro que el universo tiene una forma extraña de poner a prueba a las personas más fuertes. Adama parece uno de esos casos. Después de haber enfrentado un sinfín de adversidades, logró escapar de su situación y construir una nueva vida en Valencia, España. Su historia es un verdadero testimonio de resiliencia. Y aunque la cicatriz emocional puede que nunca desaparezca, el hecho de que hoy pueda hablar de ello es un paso significativo hacia la sanación.
«Con terapia se cura la herida, pero queda la cicatriz», dice Irina Núñez de Arenas Box, psicóloga experta. Es un recordatorio claro de que, aunque el tiempo puede ayudar a sanar las heridas, las cicatrices suelen quedar.
Desigualdad económica y social
La desigualdad no solo se manifiesta en las escuelas o la violencia; también está presente en el ámbito económico. Muchas mujeres no pueden heredar propiedades tras enviudar, lo que las condena a una dependencia económica que puede hacer que permanezcan en relaciones abusivas. En palabras de Claudia García-Moreno, exencargada de violencia contra la mujer de la OMS, “la falta de recursos económicos de las mujeres es otro de los motivos que favorece a los agresores”. Esto presenta un dilema que es difícil de romper.
La intervención de la OMS
La OMS está trabajando activamente para combatir este problema a través de diversas iniciativas. Están formando a trabajadores de la salud para identificar casos de violencia y brindar respuestas de apoyo sin juzgar a las víctimas. Esto es esencial, ya que la asistencia adecuada puede cambiar las vidas de muchas jóvenes que sienten que no tienen a quién acudir.
Una transformación necesaria
A medida que enfrentamos la dura realidad de la violencia contra adolescentes, es imperativo realizar esfuerzos tanto a nivel cultural como estructural para combatir la discriminación de género. García-Moreno menciona que la educación es clave para prevenir episodios violentos en la adolescencia. “Es vital educar y promover, desde los 10 años, las relaciones equitativas basadas en el consentimiento y el respeto mutuo”, afirma. ¿No sería maravilloso un mundo donde la educación y el respeto dieran forma a las futuras generaciones?
Luces al final del túnel
Adama, ahora una mujer segura y empoderada, nos recuerda que siempre hay esperanza. Con su nueva vida en Francia y su familia, ha logrado dejar atrás gran parte de su dolor. Su historia nos deja con un mensaje poderoso: mientras que las heridas del pasado pueden desdibujarse con el tiempo, siempre habrá una oportunidad para la sanación y la reconstrucción. «Aún me sigo recuperando», comparte, con una mezcla de tristeza y satisfacción.
El teléfono 016 está disponible para atender a las víctimas de violencia machista las 24 horas del día, brindando apoyo y asistencia. Cada llamada puede cambiar una vida, y cada voz que se alza contra la injusticia es un paso más hacia un mundo más seguro.
Conclusiones finales
La violencia de pareja entre adolescentes no es solo un problema de un país o cultura; es un desafío global. Cada historia, cada número, cada testimonio, cuenta. Necesitamos hablar más abiertamente sobre este tema y trabajar juntos para cambiar la narrativa.
Así que, ¿qué estamos esperando? Esta no es solo la historia de Adama; es la historia de millones. Y cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en este cambio. ¿Te unirías a la lucha? ¡Es hora de que nuestras voces se escuchen y nuestro compromiso se haga realidad!