El pasado 29 de octubre, la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que afectó a la Comunidad Valenciana dejó una huella imborrable, llevándose consigo vidas y sueños. Entre los recuerdos desgastados del pasado y el esfuerzo del presente, se encuentra la impactante historia de Encarnación Teruel, quien ha enfrentado en dos ocasiones la furia del agua. ¿Qué se siente al mirar cómo todo lo que has conocido se disuelve en un torrente de agua? Esta es una pregunta que Encarnación, con 83 años y un sinfín de recuerdos, probablemente respondería con lágrimas en los ojos.
Una memoria intacta y un dolor profundo
Encarnación vivió la gran riada de Valencia en 1957, un evento que, aunque hace más de seis décadas, permanece vívido en su memoria. Muerta en sus días de juventud, recuerda con precisión los momentos aciagos en los que el agua se llevó a su tía y destruyó el negocio de su tío. No obstante, su historia nos recuerda a todos que la vida continúa, a través de la tristeza y los recuerdos.
Apenas era una adolescente cuando vivió ese desastre natural. Ahora, sentada en su casa de Benetússer, rodeada de fotografías antiguas que cuentan historias de su vida y su familia, Encarnación reflexiona sobre cómo la vida se puede pasar en un abrir y cerrar de ojos. «Aquella riada fue muy mala», repite varias veces, como si intentara convencerse de que no volvería a ver algo igual. Pero esta vez ha sido diferente, ha sido muchísimo peor.
La fuerza del agua y el grito de auxilio
El 29 de octubre, encarnación, nuevamente se encontró frente a la implacable fuerza del agua. Ella estaba sola en casa, tratando de mantenerse al margen del caos, cuando vio cómo el nivel del agua empezaba a subir. ¿Pero cómo se puede sentir uno en medio de un desastre que no parece tener fin? Ella describe ese momento con lágrimas en los ojos, recordando el ruido ensordecedor y los desesperados gritos de auxilio de vecinos que no podían ser salvados.
«Vi cómo un vecino del bloque de al lado se enganchó como pudo a una cuerda para salvar su vida. Se rompió… y se fue con el agua». Esta imagen perturbadora no se le borrará jamás. Imagínate estar en su lugar, viendo cómo la vida de otros se desmorona frente a ti, incapaz de ayudar. Eso es un dolor que no se olvida.
La realidad después de la tormenta
Con el agua superando los dos metros de altura en su localidad, Encarnación se sintió atrapada en un escenario de pesadilla. Las imágenes de aquella fuerza descomunal devorando lo cotidiano permanecen grabadas en su mente. Sin embargo, lo que es aún más impactante son las consecuencias de la DANA: 223 vidas perdidas hasta la fecha. Una tragedia que hace que el desastre de 1957 se vea prácticamente benigno en comparación.
Lo que va quedando después del desastre es un paisaje desolador de negocios destruidos y rostros llenos de desilusión. Encarnación señala con la mano una esquina destruidas donde solía haber una tiendecita de comida, un lugar donde sus vecinos solían ir a hacer sus compras. “Toda la vida trabajando para salir adelante y ahora esto”, dice con un suspiro que evoca el sentimiento de pérdida palpable en su voz.
La solidaridad frente a la adversidad
No todo está perdido, sin embargo. Mientras miraba a su alrededor, Encarnación también vio la solidaridad que unió a su comunidad. Voluntarios de todas partes comenzaron a llegar, desinteresadamente, llevando alimentos y ayudando a limpiar el desastre que había dejado la tormenta. «Me emociona ver la solidaridad de cientos de miles de personas», expresa, mientras sonríe al recordar sus visitas.
Su nieta, Sandra, que no puede ir al colegio en estos días, sale con sus amigos a recoger comida y ayuda a quienes no pueden movilizarse. Tal vez lo que más le duele a Encarnación es saber que esta es una realidad que muchos de sus vecinos han enfrentado, incluyendo a su familia. Pero también es un gran alivio ver cómo se une el pueblo en momentos de crisis. La comunidad ha respondido en unidad, dejando claro que la fuerza de la solidaridad puede cambiar la narrativa incluso en las horas más oscuras.
Recordando lo que queda
Encarnación, con sus manos llenas de barro, recoge las camisetas que su nieta trae después de ayudar a limpiar. «No se va el barro», lamenta, riendo mansamente, “voy a tener que teñirlas porque son bonitas y no se pueden tirar”. Si hay algo que destaca en su espíritu, es su capacidad de adaptarse y encontrar la luz incluso en tiempos oscuros. ¿No nos da esta actitud una lección sobre la resiliencia humana?
Es bien sabido que «el tiempo lo cura todo», pero también trae consigo nuevas dificultades. Encarnación se ayuda de un andador y, aunque la vida le ha traído dificultades, su espíritu permanece intacto. «Solo pido una cosa: no me quiten lo que me queda», dice con una sinceridad que hace eco en el alma. En estos momentos, donde la naturaleza parece burlarse, es un recordatorio poderoso de que a veces el mayor desafío está dentro de nosotros mismos.
Reflexiones finales y preguntas para la comunidad
Al escuchar la historia de Encarnación, surgen muchas preguntas. ¿Qué necesitamos hacer como sociedad para proteger a nuestras comunidades de desastres tan devastadores? ¿Cuál es nuestro papel en ayudar a aquellos que lo necesitan en tiempos de crisis?
Es vital que tomemos conciencia de los efectos del cambio climático, los cuales, según los científicos, se vuelven cada vez más pronunciados. La DANA en Valencia no es un evento aislado; es parte de un patrón más amplio que amenaza la estabilidad de nuestras comunidades.
La historia de Encarnación es solo una entre muchas, pero su resiliencia y la solidaridad de su comunidad son un faro de esperanza. Debemos aprender a escuchar y actuar, no solo en nombre de aquellos que nos rodean, sino también en nombre de nosotros mismos. Después de todo, ¿quién puede garantías de que mañana no seamos nosotros los que necesitemos ayuda?
La continuación del viaje
Mientras Encarnación sigue enfrentando días difíciles con una comunidad que reafirma su fuerza, también se convierte en un símbolo de esperanza para todos nosotros. A lo largo de los años, las riadas han arrasado vidas, pero también han creado historias de superación. Quizás el verdadero mensaje aquí sea que, a pesar de las circunstancias desgastantes, siempre hay espacio para la empatía, la solidaridad y la resiliencia.
Así que, aunque los recuerdos de la devastación sean difíciles de cargar, hay algo que queda en el corazón de las personas: la certeza de que juntos podemos enfrentar cualquier huracán. La vida, como siempre, sigue su curso, y aunque Encarnación haya visto lo peor, su historia es un recordatorio de que siempre hay algo por lo que luchar.