El pasado miércoles, Teresa Ribera, la vicepresidenta del Gobierno español y ministra para la Transición Ecológica, se presentó ante el Congreso para esclarecer lo sucedido durante la recientemente famosa Dana que arrasó diversas regiones de España, dejando a su paso desgracias y pérdidas. Lo que muchos esperaban como una comparecencia esclarecedora, terminó siendo una mezcla de excusas, evasivas y culpas dirigidas hacia otros. Fue como preparar un banquete y servir solo sobras. ¿Cómo es posible que tras una catástrofe así, la respuesta sea tan insatisfactoria? Espero que te acomodes, porque esto se va a poner interesante.
El contexto de la comparecencia
En pleno caos después de la Dana, con imágenes de calles anegadas y ciudadanos desesperados buscando ayuda, el país entero aguardaba con interés lo que la ministra tenía que decir. Y cuando finalmente lo hizo, la respuesta fue un eco de lo ya sabido: “los organismos de mi ministerio hicieron todo correctamente, el problema son los sistemas de alerta de la Generalitat Valenciana”. ¡Vaya! Creo que todos podemos estar de acuerdo en que el arte de echar balones fuera ha alcanzado un nuevo nivel.
Esto me recuerda a una situación personal que viví hace unos años cuando intenté cocinar una cena para mis amigos. La comida se quemó (sí, lo sé, soy un excelente cocinero), y en lugar de asumir que debí haber prestado más atención, señalé al horno. “El horno no es lo que era”, dije. Mi excusa no se sostuvo por mucho tiempo y mis amigos terminaron en la pizzería de la esquina.
Responsabilidad compartida: ¿quién la asume realmente?
La frase «de poco sirve tener toda la información necesaria si quien debe responder no sabe cómo hacerlo» suena bonita, pero ¿es suficiente para absolver de culpa al Ministerio de Transición Ecológica? Ribera no se detuvo en este punto, dejando caer la pesada carga de la responsabilidad sobre Carlos Mazón y el Gobierno de la Generalitat. Ciertamente, la comunicación es clave en situaciones de emergencia, pero dejar en manos de otro la defensa personal puede parecer más un discurso político que un análisis honesto de la situación.
En el centro de esta tormenta está la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), que aparentemente siguió un protocolo que resulta cuestionable dadas las circunstancias.
El protocolo y la falta de acción
La CHJ avisó a la Generalitat a las 12:07 sobre el aumento del caudal del río Poyo, lo cual fue positivo. Pero, como se demostró más tarde, no contaron toda la historia. Aunque se reconoció que la alerta hidrológica se envió, los datos sobre el crecimiento del caudal se desvanecieron en las comunicaciones posteriores. ¿Cómo es posible que no se haya dado la alarma cuando el caudal superó los 150 metros cúbicos por segundo?
Me recuerda a una vez que estuve en un concierto y el cantante dijo que nos daría el mejor espectáculo de nuestras vidas. Pero a medida que pasaban los minutos, el único espectáculo era el de un hombre que olvidó las letras de sus propias canciones. A veces, podemos tener todas las herramientas, pero si no las usamos correctamente, no sirven de nada.
La inacción del Gobierno
Y mientras la ministra se escudaba en la idea de que no hubo un “apagón informativo”, la realidad era distinta. La información que se compartió no era la correcta. Las comunicaciones se desviaron del caudal crítico hacia otros problemas, como los riesgos de rotura de presas. Con esto, la pregunta que me surge es: ¿acaso la CHJ tenía preparado un Plan B ante emergencias o sólo se confió en que las cosas no se pondrían tan feas?
Por otro lado, está la materia en la que la ministra debería haberse reconocido: la paralización de obras en 2021 que podrían haber mitigado los daños. Aquí es donde la historia toma un giro realmente irónico. Mientras el país se sumía en el caos, el ministerio que debería estar arreglando situaciones como esta había decidido que el presupuesto para obras de drenaje era un lujo que no podían permitirse. ¡Vaya forma de afrontar la transición ecológica!
La falta de autocrítica
Si hay algo que se destacó en la comparecencia de Ribera, fue la falta total de autocrítica. En contraste, volver a recordar la comparecencia de Carlos Mazón, en la que más allá de disculparse, reconoció los errores de su equipo, resulta revelador. En este tipo de situaciones, donde las vidas de las personas están claramente en juego, reconocer que se ha fallado de alguna manera, aunque sea un error menor, puede hacer una gran diferencia.
Me resulta curioso cómo entre los humanos solemos disfrazar nuestros fallos con la retórica de la “culpa ajena”. Podría dar un ejemplo de un mal día en la oficina, donde el café derramado resulta ser culpa del sofá de la sala. La autocrítica puede irritar a la mayoría en el momento, pero también es la única manera de construir algo mejor.
Aprender de los errores
Afrontar la realidad de una crisis es un paso fundamental para aprender y mejorar los procedimientos futuros. No se trata solo de apuntar hacia el exterior, sino también de mirar hacia adentro y preguntarse: “¿Qué podríamos haber hecho de manera diferente?”, “¿Estamos preparados para la próxima emergente situación?”.
Es un poco como ir al médico y preguntarle por qué nunca nos recomendamos dejar de comer tanta comida rápida si sabemos que dicho estilo de vida puede desencadenar problemas de salud. La respuesta, aunque cierta, también puede ser incómoda.
La importancia de la comunicación proactiva
Haciendo un análisis más exhaustivo, percibo que una de las claves para el manejo de emergencias es la comunicación proactiva. La población necesita ser informada de manera clara y concisa sobre lo que está ocurriendo. Y aunque los datos pueden que fluyan hacia las autoridades competentes, el verdadero desafío es dirigirlos hacia la ciudadanía.
La ministra habla mucho sobre la importancia de tener información, pero también deberíamos preguntarnos: “¿Cómo se entrega esa información a las personas?” Si la herramienta no funciona, probablemente la respuesta se encuentre al final de nuestras pantallas.
Otras experiencias de emergencia
Existen ejemplos recientes que destacan la importancia de la comunicación efectiva durante emergencias. Recordemos la crisis del COVID-19, donde la falta de información clara y uniforme contribuyó al temor y la confusión en la población. Las lecciones de la pandemia son claramente aplicables en el contexto de la Dana: jamás subestimar la necesidad de informar y educar de manera transparente.
En una sociedad civilizada, la honestidad y la responsabilidad son vitales. Si de algo deberíamos aprender en situaciones como esta es la necesidad de un marco sólido que proteja a la ciudadanía. Entre la desinformación y las colas en las tiendas de emergencia, la confianza se disipa como el humo.
Mirando hacia el futuro
Finalmente, y ahora que la tormenta ha pasado, todos tenemos una responsabilidad que asumir: exigir a nuestros líderes la transparencia y la responsabilidad que merecemos. Exigir que la ministra y su ministerio cuenten con un plan robusto para la gestión de emergencias se vuelve crucial. Las palabras son geniales, pero sin un compromiso claro hacia la acción preventiva, se quedan vacías.
Como ciudadanos, debemos mantenernos atentos a lo que sucede, a las palabras de nuestros representantes y, lo más importante, a las decisiones que se tomen. ¿Todos están listos para tener esa conversación incómoda que quizás necesitará surgir en lugar de tomar un «no pasó nada» como respuesta?
Como cierre, ¿es este el final de la historia de Ribera y la Dana? No lo creo. Si algo hemos aprendido es que, tras cada crisis, siempre hay algo más que discutir, aprender y arreglar… aunque eso signifique a veces pelar cebollas y que salten lágrimas.
Espero que la próxima vez que nos reunamos, ya no tengamos que hablar de despachos que no hacen su trabajo y de protocolos que se olvidan, sino de cómo se están implementando soluciones reales. Al final, como en todo buen relato, el final será un nuevo comienzo. ¿Te animarías a ser parte de ese comienzo? 😊